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Un barco de contenedores procedente de India navega por el River Test, en Southhampton (Reino Unido). SIMON DAWSON GETTY\r\n
El proceso de integración global está sufriendo cambios tan profundos y radicales que cada vez surgen más dudas sobre su futuro. Los expertos no se ponen de acuerdo en si se trata del inicio de una nueva fase globalizadora, que traerá nuevos mimbres y protagonistas a la escena global, o si es cierto, como se preguntaba el economista Dani Rodrik en 1997, que la globalización ha ido demasiado lejos y ha emprendido una inevitable marcha atrás. Un fenómeno, el de la desglobalización, que de forma prolongada solo se ha producido en el periodo de entreguerras y que podría tener “peligrosas consecuencias a largo plazo”, a juicio de Federico Steinberg, investigador principal del Real Instituto Elcano.
\r\nLa crisis financiera de 2008 provocó el mayor frenazo en la marcha del comercio internacional desde la II Guerra Mundial, pero, ahora que la economía ha vuelto a la senda del crecimiento, ni el comercio ni los flujos de inversión han recuperado su ritmo previo a la crisis. “La desaceleración de la integración económica desde la crisis financiera no es simplemente un fenómeno cíclico”, asegura desde Londres Michael Pearce, de Capital Economics.
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Hay razones de fondo que explican ese frenazo comercial: el paulatino cambio de modelo de crecimiento en China, el descenso en el consumo de materias primas y la fuerte caída de precios de estos productos. Aunque, como argumenta Daniel Gros, director del Centro Europeo de Estudios Políticos, la globalización también afecta a muchos otros epígrafes, como las transacciones financieras, el turismo o el intercambio de información, que no se contabilizan apropiadamente en las estadísticas comerciales.
\r\n\r\nLas barreras puestas en marcha por el G 20 con la crisis afectan al 4,6% del comercio mundial
\r\nSin embargo, la crisis ha provocado un aumento del proteccionismo que, aunque lejos de las barreras impuestas en los años treinta tras la Gran Depresión, tiene consecuencias directas sobre la economía. Solo en el último año, Estados Unidos y la Unión Europea han aplicado aranceles a determinados tipos de acero en China. Rusia ha impuesto sanciones sobre diversos productos occidentales en respuesta a las represalias comerciales por la invasión de Crimea, mientras que Argentina, Brasil, China, India e Indonesia son los países que han adoptado mayor número de medidas restrictivas. Según la Organización Mundial del Comercio (OMC), las barreras puestas en marcha por los países del G 20 con la crisis y que aún están en vigor afectan al 4,6% del comercio mundial y su valor asciende a más de 850.000 millones de dólares. “Eliminar esas barreras podría impulsar el PIB global en 423.000 millones de dólares al año y promover la creación de nueve millones de empleos”, asegura la organización empresarial que se reúne en el marco de las cumbres del G 20.
\r\nNo es la única bandera que ha caído. En pleno auge de la globalización, en los años ochenta y noventa, el Fondo Monetario Internacional (FMI) consideraba anatema los controles de capital, que juzgaba incompatibles con el libre comercio. Sus defensores sostenían que el aumento del comercio creaba un número cada vez mayor de compañías de dimensión global y una reducción de las restricciones a la propiedad extranjera que exigían crecientes flujos de capital entre países. Eso explica que a finales de los años noventa la inversión extranjera directa creciera a una tasa anual del 4,5%. Ahora esos ritmos se han reducido al 2% y los controles de capital han dejado de ser tabú, no solo en Brasil o en India, sino también en Suiza o Dinamarca. Incluso el FMI adoptó una nueva “posición institucional” en 2012 en la que admitía que “no se puede dar por hecho que la plena liberalización sea un objetivo apropiado para todos los países todo el tiempo”.
\r\nEl creciente apoyo a partidos y políticos de corte populista ha alentado esos temores proteccionistas. La retórica de las primarias estadounidenses se ha vuelto inequívocamente proteccionista entre los candidatos de ambos partidos. Tanto que la Casa Blanca ha iniciado una campaña para intentar ratificar antes de finales de año el Acuerdo de Asociación del Pacífico (TPP, por sus siglas en inglés) que su Gobierno firmó en febrero con otros 11 países y garantizar así su legado comercial. Hay politólogos que sostienen que los Estados de EE UU más afectados por los efectos disruptivos del comercio son aquellos con los senadores y congresistas más extremistas.
\r\nEn Europa, con la espada de Damocles de la salida de Grecia del euro aún sobre la cabeza, la crisis de los refugiados ha provocado un aumento de los controles fronterizos externos y la suspensión, al menos temporal, de la libre circulación de personas en algunos países. El próximo 23 de junio, Reino Unido celebra un referéndum donde la población decidirá si permanece o no en la Unión Europea y parte del apoyo al Brexit surge por la oposición al libre movimiento de trabajadores. “El año 2015 ha supuesto un punto de inflexión en el largo camino de la integración económica y política en Europa, que puede incluso revertirse”, advertía esta misma semana la agencia Standard & Poor’s en una nota a clientes.
\r\n\r\nLa internacionalización ha propiciado la bonanza económica, pero también las desigualdades
\r\nLos economistas discrepan sobre muchos temas, pero hay un relativo consenso entre ellos en favor del libre comercio. Los mayores periodos de expansión económica, explican, han ido precedidos de un impulso a la liberalización comercial. Y si uno analiza la evolución de los ingresos por habitante a nivel global desde mediados de los años ochenta hasta hoy, la globalización ha propiciado “el mayor crecimiento de la renta per capita desde la revolución industrial y la primera reducción de la desigualdad global en 200 años”, reconoce Branko Milanovic, profesor de la City University de Nueva York y autor de La desigualdad global: un nuevo enfoque para la era de la globalización. Pero eso, a su vez, ha ido acompañado de “un aumento de las desigualdades a nivel nacional” y de un estancamiento, e incluso de una pérdida de renta, especialmente en los países desarrollados. Un desempeño positivo a nivel global, apunta Milanovic, puede tener justo las consecuencias contrarias a nivel doméstico.
\r\nEso permite explicar el rechazo que generan nuevos acuerdos comerciales regionales, como el que negocian Estados Unidos y la Unión Europea, entre la población y cómo eso complica su aprobación. Rodrik y Milanovic defienden que, sin medidas por parte de los Gobiernos para compensar a los perdedores de la globalización, el desenlace fatal es inevitable.
\r\n“No creo que nos vayamos a cargar la globalización como en 1914, pero es cierto que hay una confluencia de factores peligrosa: si los partidarios del Brexit ganan en el referéndum de junio en Reino Unido, eso provocaría además que seguramente algunos países europeos como Holanda podrían ir detrás; si Marine Le Pen gana las elecciones en Francia o si lo hace Donald Trump en Estados Unidos, el proceso de integración sin duda se verá frenado. Pero no creo que ocurra”, apunta Steinberg.
\r\nApenas superada la crisis financiera asiática, la economía mundial se enfrenta a otro gran estallido, todavía más importante para la salud del sistema económico internacional. En esta ocasión, la causa no es el pánico de los banqueros que huyen de los mercados emergentes, sino una crisis de legitimidad que amenaza el régimen comercial del mundo entero.Como ha quedado patente en los disturbios que han rodeado la fracasada reunión de la Organización Mundial de Comercio en Seattle, existe una coalición de fuerzas obreras, ecologistas y defensoras de los derechos humanos dispuestas a sabotear la OMC, la institución que encarna el comercio internacional. Asimismo, la OMC tiene problemas en los países en vías de desarrollo, que se sienten ajenos a unas normas que, a su juicio, no les benefician. El abismo que separa a estos grupos de los objetivos que persiguen las autoridades estadounidenses y de la UE es cada vez mayor, y está desestabilizando la economía mundial.
\r\nTodas las partes coinciden en que la estabilidad de la economía internacional se basa en que exista un sistema de normas mundiales. Lo que es objeto de contestación es la naturaleza de esas normas. Los adversarios de la liberalización del comercio censuran el carácter secretista y \"no democrático\" de la OMC y la influencia de los intereses empresariales a la hora de establecer las reglas. Consideran que el sistema comercial favorece a la empresa por encima de los trabajadores, el medio ambiente y la seguridad de los consumidores. Los países en vías de desarrollo se quejan de las normas restrictivas que se aplican a sus exportaciones (ropa, productos agrarios, mano de obra) y tienen miedo de que las nuevas exigencias que se les hacen en materia laboral y de medio ambiente estén pensadas para minar su competitividad.
\r\nPara poder salir de esta crisis es necesario sentar unos principios claros a los que las normas comerciales deberían atenerse. He aquí cinco principios sobre los que todo el mundo debería estar de acuerdo y que nos permitirían avanzar.
\r\nEl comercio es un medio para un fin, no un fin en sí mismo. Los partidarios de la globalización hablan sin cesar sobre los ajustes que deben aplicar los países en sus políticas e instituciones con el fin de ampliar su comercio internacional y hacerse más atractivos para los inversores. Esa manera de pensar confunde el fin con el medio. El comercio puede servir de instrumento para alcanzar los objetivos que buscan las sociedades: prosperidad, estabilidad, libertad, mejor calidad de vida. Nada enfurece más a quienes critican la OMC que las sospechas de que, a la hora de la verdad, la organización permite que el comercio pase por encima del medio ambiente o los derechos humanos. Los países en vías de desarrollo deben resistirse a un sistema que evalúa sus necesidades en función de la expansión del comercio mundial, y no con el fin de paliar la pobreza.
\r\nEl hecho de invertir nuestras prioridades tendría una consecuencia fundamental. En lugar de preguntar qué tipo de sistema comercial multilateral saca el máximo partido al comercio exterior y las oportunidades de inversión, tendríamos que preguntar qué tipo de sistema multilateral da a las naciones más capacidad de defender sus propios valores y perseguir sus objetivos de desarrollo.
\r\nLas normas de comercio deben permitir la diversidad de reglas e instituciones nacionales. No existe una sola receta para el progreso económico. Cada país tiene sus preferencias sobre las normativas que deben regir las nuevas tecnologías (como los organismos genéticamente modificados), el grado de restricción de las normas ambientales, la intromisión de las políticas gubernamentales, el alcance de las redes de seguridad social o el equilibrio entre eficacia y equidad. Los países ricos y los pobres tienen diferentes necesidades en los ámbitos de las normas laborales o la protección de patentes. Además, los países pobres necesitan disponer de un margen para poder llevar a cabo sus políticas de desarrollo que en el caso de los países ricos no es preciso. Cuando los Estados utilizan el comercio para imponer sus preferencias institucionales por encima de otras, el resultado es que se erosiona la legitimidad del comercio. Las normas comerciales no deben buscar la armonización, sino una coexistencia pacífica entre distintas políticas nacionales.
\r\nLos países no democráticos no pueden disfrutar de los mismos privilegios que los democráticos. Las normas nacionales que se aparten de las de sus socios comerciales y, por consiguiente, ofrezcan ventajas en el comercio, sólo son legítimas en la medida en que se basen en decisiones libremente tomadas por los ciudadanos. Un ejemplo son las normas laborales y ambientales. Los países pobres argumentan que no pueden permitirse imponer unas normas tan restrictivas como los países desarrollados. La existencia de una normas muy duras sobre emisiones o contra la utilización de obra de mano infantil puede ser más perjudicial si su consecuencia es la reducción de los puestos de trabajo y el aumento de la pobreza.
\r\nUn país democrático como India puede afirmar, con legitimidad, que sus prácticas son coherentes con los deseos de su población. Pero los países no democráticos, como China, no superan esa prueba prima facie. En dichos países no se pueden olvidar las alegaciones de que los derechos laborales y el medio ambiente se pisotean en beneficio de unos pocos. Por consiguiente, las exportaciones de los Estados no democráticos merecen ser sometidas a un escrutinio más intenso por parte de la comunidad internacional, sobre todo cuando implican costosas alteraciones en otros países.
\r\nLas naciones tienen derecho a proteger sus condiciones e instituciones sociales. Los adversarios de la globalización afirman que el comercio pone en marcha una \"carrera a ver quién lo hace peor\", en las que los países coinciden en avanzar hacia los niveles más bajos de protección ambiental, laboral y del consumidor. Otros dicen, por el contrario, que no hay pruebas de que el comercio perjudique las normas nacionales. Una forma de salir del laberinto es aceptar que los países puedan mantener sus normas nacionales en estos campos, y negar el acceso al mercado en caso necesario, siempre que el comercio perjudique unas prácticas nacionales cuyo apoyo sea generalizado.
\r\nPor ejemplo: los Estados podrían buscar una protección temporal contra las importaciones procedentes de países en los que no hay demasiada firmeza a la hora de hacer respetar los derechos laborales y ambientales, si dichas importaciones empeoran las condiciones de trabajo en el país de destino. La OMC ya posee un sistema de salvaguardia para proteger a las empresas de las avalanchas de importación. Si se extendiera este principio para proteger las normas ambientales, laborales o de seguridad del consumidor, con las restricciones apropiadas contra las violaciones de esas normas, el sistema comercial mundial quizá sería más resistente ante el proteccionismo ad hoc.
\r\nNadie tiene derecho a imponer sus preferencias institucionales a otros. El uso de las restricciones comerciales para defender unos valores concretos es diferente a utilizarlas para imponer esos valores. Las normas comerciales no deben obligar a los norteamericanos a comer gambas capturadas de una forma que les parece inaceptable; pero tampoco deben permitir que Estados Unidos aplique sanciones comerciales para modificar los métodos de pesca de otras naciones. Los ciudadanos de los países ricos que se preocupan por el medio ambiente o los trabajadores en el mundo en vías de desarrollo pueden actuar con mucha más eficacia por cauces ajenos a la diplomacia comercial y la ayuda exterior. Las sanciones comerciales deben emplearse exclusivamente contra países no democráticos.
\r\nSe trata de unas pautas sencillas, fáciles de comunicar a los electorados confundidos por la complejidad de las normativas comerciales. Si se respetaran, el comercio tendría más legitimidad y la economía mundial tendría una base más sólida.
\r\nDani Rodrik es catedrático de economía política internacional en la John F. Kennedy School of Government de Harvard.
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\r\nEn su informe anual, el Banco Internacional de Pagos (BIS por sus siglas en inglés) admite los problemas que conlleva la globalización: por un lado, las ganancias \"no han sido distribuidas por igual\"; perjudica a los poco cualificados de los países ricos, sobre todo en regiones e industrias muy determinadas, y ha estancado el crecimiento de la clase media alta. En cambio, beneficia a los más formados, a los ricos y a los trabajadores de los países emergentes.
\r\n\r\nEn general, favorece las ganancias del capital sobre las del trabajo; reduce la capacidad de negociar sueldos más altos y ayuda a minimizar los impuestos de empresas y grandes fortunas, lo que a su vez desvía la carga impositiva hacia el trabajo. Además, estos problemas se agudizan cuando faltan instituciones robustas, escasea la competencia y los grupos de interés son capaces de capturar los beneficios, concluye. Para colmo, \"las políticas nacionales no siempre han tenido éxito respondiendo a los problemas de los que se han quedado atrás\", afirma.
\r\n\r\n
Por otra parte, la integración financiera que implica la globalización amplifica y potencia las crisis financieras. Y el informe proporciona un dato revelador: la deuda externa de las economías desarrolladas se ha disparado del 80% del PIB en 1995 al 290% en 2015. Es decir, en opinión del BIS la apertura financiera ha crecido mucho más que la real, en especial en los países ricos. De hecho, subraya cómo antes de la crisis el euro fue un facilitador de la financiación y propició un incremento de las deudas.
\r\nEn la misma línea que un reciente informe de la Comisión Europea, el BIS responde a estos retos con una profusa batería de argumentos. Para empezar, la evidencia empírica muestra que países muy abiertos a la globalización como Francia o Reino Unido no han visto retrocesos en el peso del empleo. Y muchas industrias reguladas y no expuestas a la competencia global han perdido incluso más trabajo que otros sectores que sí estaban expuestos.
\r\nEl BIS incluso apunta a la tecnología como la principal causante de la desigualdad, en buena medida porque los trabajadores más formados aprovechan estas innovaciones. \"Del mismo modo que no se sugiere volver atrás con la tecnología, retroceder en la globalización sería muy nocivo para los estándares de vida\", razona. El documento cita, entre otros factores que inducen desigualdad, el coste de la vivienda, ya sea por la propiedad o el alquiler.
\r\nEl banco de los bancos centrales esgrime que la globalización abarata mucho el tipo de productos que consumen en mayor proporción las rentas bajas, lo que les brinda mucha capacidad adquisitiva. También facilita el acceso a la financiación, aumentando por lo general la riqueza de los menos pudientes. E impulsa la transmisión de conocimientos y habilidades. A la hora de invertir, permite diversificar riesgos y obtener mayores beneficios. De ahí que concluya que la globalización no tiene efectos netos negativos.
\r\nEs más, a juicio del BIS la globalización ha mejorado mucho el bienestar y se antoja esencial reforzarla para conseguir un crecimiento sostenido. Eso sí, requiere concentrar las políticas en dos áreas: una, más formación para cambiar de trabajo e, incluso, planes específicos de empleo en regiones y sectores muy perjudicados. Y dos, mantener en los países unas cuentas financieras saneadas y coordinar mejor la supervisión financiera internacional.
\r\n\r\nOtra crítica habitual se dirige contra la apertura financiera. No obstante, el BIS explica que los sistemas nacionales son igualmente volátiles y que pueden establecerse mecanismos para evitar los contagios. Recomienda a los países contar con un balance libre de desequilibrios financieros. Y señala que, de hecho, los emergentes aprendieron de sus crisis para sanearse. Sobre todo destaca la necesidad de mayor cooperación internacional para atajar los movimientos bruscos.
\r\nLos perjuicios de evitar la globalización financiera resultan mucho mayores, afirma. Sin ella no se puede ni financiar ni hacer pagos en el comercio internacional. Tampoco es posible atraer la inversión extranjera o participar en las cadenas de producción global beneficiándose de los puestos de trabajo que proporcionan.
\r\nDesde el fracaso de la Ronda de Doha en 2001 ha tenido lugar un desplazamiento del interés hacia acuerdos regionales de comercio cuyo número ha ascendido de aproximadamente 70 en 1990 a casi 300 en la actualidad. De ellos, el Acuerdo de Asociación Trans-Pacífico (TPP) y el Tratado Trasatlántico de Comercio e Inversión (TTIP) son los más importantes. Tras largas negociaciones, en febrero 2016 se firmó el TPP por Perú y otros 11 países de la región Asia-Pacífico excluida China. El TTIP es una propuesta de tratado de libre comercio entre EE UU y la UE.
\r\nEl TPP y el TTIP representan una nueva generación de acuerdos comerciales menos interesados en desmantelar barreras comerciales y más en abordar problemas más complejos. Pascual Lamy —que ocupó el cargo de comisionado europeo para el Comercio primero y director general de la Organización Mundial del Comercio (OMC) después— distinguía entre dos tipos de acuerdos comerciales, los “viejos” y los “nuevos”. Los “viejos”, dominados por los productores, se centraban en la apertura del mercado y en la reducción de aranceles. Por el contrario, los “nuevos” se plantean reducir las diferencias entre las normas nacionales y regionales que frenan el comercio en un mundo de producción transnacional y cadenas globales de valor. En el “viejo” mundo los negociadores se enfrentaban a productores que exigían protección de la competencia internacional. En el “nuevo” deben enfrentarse a consumidores que temen que se rebajen sus estándares de calidad .
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En EE UU el grueso de la protesta contra el TTIP tiene como origen el recuerdo de las enormes pérdidas de puestos de trabajo que supuso el NAFTA, el acuerdo con Canadá y México en los noventa, y la entrada de China en la OMC en 2001. En la UE las quejas proceden fundamentalmente de Alemania y Austria —dos potencias exportadoras con bajo desempleo— y están más dirigidas contra el poder de las multinacionales y las implicaciones que tendrá el TTIP sobre las normas de control de alimentos y el medio ambiente, más exigentes en la UE, que contra la pérdida de puestos de trabajo. Merkel, Cameron y Renzi están a favor del TTIP, pero no se han involucrado directamente en su defensa. Han preferido que la iniciativa la tenga la Comisión y el Parlamento Europeo. Algo parecido ocurre en España. PP, PSOE y Ciudadanos tenían en sus programas —en las últimas elecciones generales de diciembre 2015— propuestas a favor del TTIP, pero no las convirtieron en el centro del debate. También el PNV y Convergencia están a favor. Por el contrario, IU, Podemos y sus confluencias están radicalmente en contra. Resulta curioso que la izquierda española, y también formaciones ecologistas como Greenpeace, se hayan alineado con la oposición frontal de dos destacados candidatos de la derecha, Marine Le Pen en Francia y Donald Trump en Estados Unidos.
\r\nLo que se está planteando entre las dos áreas geográficas es que los controles de los productos farmacéuticos sean los mismos, o que los niveles de calidad de prácticamente todo —desde el diseño de los coches hasta el etiquetado de los productos— estén armonizados, o al menos reconocidos mutuamente. Estas medidas, al menos en principio, contribuyen al libre comercio tanto como la reducción de aranceles, al aumentar el tamaño del mercado y favorecer la circulación de bienes y servicios. La falta de armonización en las regulaciones implica la ausencia de un mercado único y actúa, de hecho, como una barrera.
\r\n\r\nLos que se oponen al TTIP quieren volver al pasado. Sería mucho mejor aprovechar las ventajas que ofrece
\r\nLa resistencia al TTIP en Europa tiene como fundamento el temor a que permita a las multinacionales de EE UU suavizar las más exigentes regulaciones europeas. Al entrar en el terreno de la regulación es más difícil valorar su impacto, especialmente cuando las negociaciones se están llevando con un grado de secretismo que no ayuda precisamente a mantener discusiones fundadas y sosegadas sobre las implicaciones que tendrá para la UE. Ello, sin embargo, no debería ser una excusa para oponerse al tratado. Sí debería exigirse transparencia y máxima publicidad en las negociaciones, especialmente necesarias cuando pueden implicar cambios legislativos importantes (se contempla la posibilidad de crear unos juzgados para que los inversores extranjeros puedan demandar a los Estados si se sienten perjudicados). Los cálculos sobre su impacto en la economía europea no son tan sencillos como los derivados de la reducción de aranceles.
\r\nLos defensores del libre comercio siempre han sido conscientes de que mientras la mayoría gana algunos pierden. Hasta hace algunos años —por ejemplo desde el denominado Consenso de Washington (término acuñado en 1989 por J. Williamson)— se entendía que las fuerzas del mercado se encargarían de reorientar hacia otras actividades y, si era necesario a otros territorios, la población expulsada de las actividades que se abrían a la competencia. Esta doctrina es muy contestada en la actualidad. Cada vez está más extendida la idea de que hace falta apoyar a los trabajadores afectados si quiere evitarse que sean expulsados del mercado de trabajo para siempre. Los resultados obtenidos por D. Acemoglu y D. Autor para la economía norteamericana así lo recomiendan.
\r\nDesde nuestro punto de vista, los que se oponen al TTIP quieren volver al pasado. Sería mucho mejor aprovechar las ventajas que ofrece. Sin embargo, España debería estar especialmente atenta a las consecuencias del TTIP sobre su nivel de competitividad internacional, ya que ha dado muestras de que la falta de flexibilidad le hace encajar con dificultad los cambios estructurales. En un momento en que el centro de gravedad de la economía mundial está girando claramente hacia el Pacífico, con China a la cabeza, el TTIP ofrece a la UE la posibilidad de estrechar lazos con EE UU, frenando la tendencia a la irrelevancia en el liderazgo mundial a la que parece abocada. Y, por supuesto, deberían abrirse las ventanas para que fluya una información que nos permita elaborar —sin necesidad de intermediarios interesados— nuestras propias conclusiones.
\r\nMatilde Mas es catedrática de Análisis Económico en la Universidad de Valencia y directora de proyectos internacionales del Ivie.
\r\nLos 159 países de la Organización Mundial del Comercio (OMC) han conseguido sacar adelante el primer acuerdo global en casi dos décadas para impulsar el comercio. La principal medida —alcanzada en Bali (Indonesia) ayer tras cuatro días de negociaciones— se refiere la simplificación de los trámites en las aduanas para que se acelere el paso de bienes y sea más transparente. El pacto, que ha supuesto un respiro para la maltrecha credibilidad de la OMC, se traducirá en un aumento del comercio internacional de un billón de dólares (730.000 millones de euros) y creará 21 millones de empleos, según los cálculos del Instituto de Economía Internacional Peterson.
\r\nEl acuerdo también da mejores condiciones a los países pobres para poder comerciar y permite a los países en desarrollo esquivar, aunque sea temporalmente, las normas del comercio mundial sobre subsidios a las explotaciones agrícolas y ganaderas si el objetivo es dar de comer a los pobres. El visto bueno estadounidense a un programa de India para almacenar alimentos que luego podrá vender a su población con fuertes subsidios (algo prohibido por la OMC) ha sido el detonante para asegurar el acuerdo, calificado de histórico por el director general de la OMC, el brasileño Roberto Azevêdo. “Por primera vez en nuestra historia, la OMC ha cumplido realmente”, dijo Azevêdo a los participantes en las conversaciones. “Esta vez, todos los miembros se han puesto de acuerdo. Hemos devuelto al mundo a la OMC. Seguimos trabajando. Bali es solo el comienzo”, declaró.
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India ha conseguido que Estados Unidos acepte una solución de compromiso: el acuerdo da un plazo de cuatro años para encontrar encaje a los programas públicos que, como el de India, facilitan alimentos baratos a los pobres. Además, India se ha asegurado que la OMC no impugne su plan mientras no se llegue a algún arreglo.
\r\nA última hora, Cuba estuvo a punto de hacer naufragar el acuerdo porque no incluía el levantamiento del embargo estadounidense, lo que ha hecho que las conversaciones se alargaran hasta la madrugada de ayer. Finalmente, aceptó el acuerdo.
\r\nEl pacto es el primero de alcance global desde la creación de la OMC en 1995. Además, supone un impulso al organismo, incapaz de cerrar acuerdos de calado para eliminar barreras al comercio mundial tras 12 años de negociaciones infructuosas de la llamada Ronda de Doha. De hecho, los representantes eran conscientes de que un nuevo fracaso en Bali habría condenado a la OMC a la irrelevancia e impulsaría los pactos bilaterales o regionales.
\r\nLos representantes de los países participantes, entre ellos España, coincidieron en destacar la importancia del acuerdo. “Es bueno tanto para los países desarrollados como para los países en desarrollo”, celebró el representante de Comercio de EE UU, Michael Froman. Los grupos vinculados con las empresas también destacaron los beneficios del nuevo acuerdo, que está pendiente de la aprobación de los Gobiernos miembros de la organización. Oxfam manifestó su acuerdo con la tregua dada a programas de alimentos como el de India, pero añadió que el acuerdo, en general, no supone grandes cambios respecto a la actualidad.
\r\nEl comercio mundial no levanta cabeza. La Organización Mundial del Comercio (OMC) ha revisado, por segunda vez en lo que va de año, la previsión de crecimiento de los intercambios comerciales en este ejercicio y calcula que lo harán a un ritmo del 2,5%, lejos del 4,5% previsto hace un año y del 3,3% estimado en abril. La última previsión está en línea con los datos registrados en 2012, cuando el comercio mundial pegó un frenazo tras el crecimiento del 5,4% en 2011 y apenas aumentó un 2,3%, el nivel más bajo desde 1981. De hecho, la media de crecimiento del comercio en los últimos 20 años ronda el 5,4% y nada apunta que se vayan a alcanzar esos niveles en un horizonte cercano.
\r\nLa explicación a semejante escenario hay que buscarla en los efectos de la crisis financiera internacional, pero especialmente en la crisis de deuda europea. “Dado que la Unión Europea consume aproximadamente un tercio de los bienes que se comercian en el mundo (el dato incluye los intercambios entre países miembros de la Unión) y que la tasa de paro de la región va a seguir cercana a sus máximos niveles durante algún tiempo, el crecimiento del comercio estará en los próximos trimestres, previsiblemente, por debajo de la media de los últimos años”, explicaba la OMC en su nota.
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De hecho, las importaciones de la Unión Europea en la primera mitad del año han caído un 2% respecto a un año antes, y eso, sin duda, ha golpeado las cuentas de sus socios comerciales. Sin embargo, las exportaciones de la eurozona han crecido a un ritmo del 5,6% en el mismo periodo y un 30% desde el primer trimestre de 2010, pese a la débil actividad económica en la región. Es decir, son las exportaciones las que sostienen la recuperación europea.
\r\n\r\nLa OMC rebaja sus previsiones para 2013 por segunda vez en el año
\r\nPero no solo en Europa. En Estados Unidos, tanto las exportaciones como las importaciones han estado planas desde 2012, pero desde abril pasado las ventas al exterior han repuntado un 2,2% (9% en tasa anual), frente al 1% de las importaciones (4% anualizado).
\r\n“La UE ha dado la vuelta a su balanza por cuenta corriente en esta crisis, de un déficit se ha pasado a un considerable superávit en apenas unos años, y eso se deja sentir en las exportaciones de los países en desarrollo. Además, la expansiva política monetaria estadounidense ha propiciado una devaluación del dólar, y lo mismo persigue Japón para su divisa con las políticas puestas en marcha por el nuevo Gobierno. Todos los países están jugando a salir de la crisis exportando, pero para eso alguien tiene que consumir”, asegura Federico Steinberg, investigador principal de economía internacional del Real Instituto Elcano y profesor de la Universidad Autónoma de Madrid.
\r\n\r\nDada la dureza con la que la crisis y las recetas para salir de ella han golpeado a las economías consideradas ricas, el consumo solo puede proceder de las economías emergentes y lo hace con limitaciones, como reconoce la propia OMC. “La demanda de importaciones en los países en desarrollo está recuperándose, pero a un ritmo más lento de lo previsto. Eso ha dificultado el crecimiento de las exportaciones tanto de los países emergentes como de los países desarrollados en la primera mitad de 2013 y fue la razón que justificó la rebaja de las previsiones”, sostienen los economistas del organismo multilateral.
\r\nPese a todo, los nuevos cálculos siguen resultando optimistas. Para alcanzar el objetivo del 2,5% previsto para todo 2013, el volumen de bienes intercambiados deberá crecer un 3,8% en esta segunda mitad del año, ya que en los seis primeros meses apenas aumentó un 1,2%. La OMC sostiene que el objetivo es “alcanzable” a la vista de la evolución de algunos indicadores como los índices de gestores de compras, las tarifas de transporte o la producción automovilística. Pero otros analistas no comparten ese enfoque. Andrew Kenningham, de Capital Economics en Londres, sostiene que “hay pocas razones para prever un repunte tan fuerte en los volúmenes de comercio mundial”. Kenningham se basa en los datos facilitados por la Oficina holandesa de Análisis de Política Económica, que apuntan una caída de las exportaciones del 0,5% en junio pasado y del 0,9% en mayo, peor de lo estimado inicialmente, lo que podría deteriorar la cifra del primer semestre. Asimismo, la caída del yen “ha demostrado que no tiene un impacto directo sobre la competitividad de las exportaciones japonesas”, que han retrocedido incluso en julio. Las exportaciones de la zona euro han sido muy débiles, “con la excepción de España, que ha mantenido intercambios boyantes con Reino Unido y Francia”. La fuerte caída de las importaciones energéticas de Estados Unidos, dada la débil demanda y la mayor producción nacional, “pueden provocar, incluso, un cambio en las balanzas comerciales de algunos países”, y solo China muestra un crecimiento vigoroso, del 5,1%, en julio.
\r\n\r\nLa demanda de los países emergentes crece menos de lo previsto
\r\n“Nos tenemos que acostumbrar a estos niveles moderados de crecimiento del comercio. El cambio de modelo de los países emergentes hacia unas economías con mayor peso de la demanda interna es muy lento”, advierte Steinberg.
\r\nLa estrategia de las economías desarrolladas no es nueva, ni mucho menos. Es el mismo camino que intentaron los grandes países durante la Gran Depresión de los años treinta y que dio lugar a un fuerte aumento de las medidas proteccionistas que agudizaron enormemente aquella crisis. Un error que se ha evitado en esta ocasión, pero que, en menor intensidad, existe. “Aunque el frenazo en el comercio mundial ha estado causado principalmente por shocks macroeconómicos adversos, hay fuertes indicadores de que el proteccionismo ha jugado también un papel en ese comportamiento y que está adoptando ahora nuevas formas más difíciles de detectar”, alertaba esta semana el flamante director general de la OMC, Roberto Azevêdo.
\r\nDespués del Tratado Unión Europea-Canadá, ¿qué? De las reflexiones sobre el CETA (Comprehensive economic and trade agreement), las más valiosas subrayan los beneficios del libre comercio reglado —eso son los Tratados comerciales dignos de tal nombre— junto a la necesidad de mejorarlo; frente al mero proteccionismo (o espontáneo, o salvaje) generador de conflictos y guerras.
\r\n\r\nDesde la política, el mandatario canadiense Justin Trudeau, un liberal antineoliberal, ha destacado sobre todo por ir a la ofensiva argumental, frente a los trémolos defensivos de otros. El tratado permitirá crear, enfatizó, “más empleos mejor pagados”, pues favorece la internacionalización. Ya se sabe que las exportadoras son las industrias que ofrecen mejores condiciones a sus trabajadores.
\r\nY auguró que otros “futuros acuerdos” comerciales “se inspirarán en este”, pues no rebaja los estándares sociales o medioambientales de ambas legislaciones, y “reconoce el derecho” de los Gobiernos a defender su modelo social. Desde la bancada de los economistas progresistas, el CETA “debe ser ratificado” por los 28 Parlamentos, coincide Sebastian Dullien (Europe's trade policy: can a Phoenix rise from the ashes?, Social Europe, 20/10), aunque comprendiendo a los alterglobalizadores.
\r\nDullien también propone que el tratado se erija como banco de prueba de otros, y de la labor negociadora de la Comisión, mediante “la promesa de evaluar sus efectos y potenciales problemas al cabo de cinco años”. Y recomienda a Bruselas que incluya a actores “como oenegés y representantes de la sociedad civil desde el inicio en el diseño de los mandatos y posiciones de los negociadores comerciales”, en vez de al final y con prisas.
\r\nSteven Hill añade que la nueva generación de tratados debe incorporar “algún tipo de código ético sobre el comportamiento de las corporaciones” (The wallonian mouse that roared, Social Europe, 31/10): reglas para regular los paraísos fiscales e impedir a las multinacionales usarlos para evadir impuestos.
\r\nEn el lado contrario, el campeón cada vez más explícito de cierto neoproteccionismo, Dani Rodrik, que deslumbró en 2011 con La paradoja de la globalización (Antoni Bosch editor), se decanta por el simplismo. Hace un año consideraba que el gran problema de un tratado similar (incluso más polémico), el TTIP con los EE UU, radicaba en “la armonización regulatoria y en la (in)adecuación de un régimen ISDS” (Investor-State Dispute Settlement), de arbitraje privado para dirimir los litigios (The war of trade models, en su blog).
\r\nY ahora que el CETA ha resuelto ambos problemas, garantizando la capacidad de los Estados de legislar sobre estándares sociales, y reemplazando el ISDS por un tribunal público permanente (el ICS, Investment Court System), al bueno de Rodrik solo se le ocurre lanzar jeremiadas sobre “la honestidad, la pérdida de control y de credibilidad de las élites”: lean su Walloon mouse (22/10) y verificarán la inconsistencia y la ausencia de datos y elementos tangibles de su discurso. Gaseoso.
\r\nEl anuncio del Gobierno francés de que pedirá la paralización definitiva de las conversaciones para el Acuerdo transatlántico de comercio e inversiones (TTIP en sus siglas en inglés) es una decisión oportunista y electoralista, que daña gravemente la relación transatlántica —vital desde un punto de vista estratégico—.
\r\n\r\nA las puertas de una nueva elección presidencial, y en una situación de extrema debilidad en los sondeos, François Hollande ha preferido sucumbir a la opción fácil de ceder ante quienes más gritan antes de emplearse a fondo en explicar la necesidad de un acuerdo que supone una importante oportunidad para la economía europea en un momento en que el centro de influencia mundial se está trasladando al área del Pacífico.
\r\nLa suspensión inmediata de la negociación del acuerdo debilitaría a Europa en un momento en que el continente necesita todo lo contrario. Con una crisis de refugiados sin precedentes desde el final de la II Guerra Mundial, la amenaza terrorista, una gran tensión con Rusia en su frontera Este, el auge del populismo que desprecia el sistema democrático que ha garantizado la estabilidad durante décadas y una brecha en el proyecto de construcción europea encarnada en el Brexit, Europa no debe desentenderse de una proyecto fundamental, por muy impopular que sea.
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Tanto en EEUU como en Europa son múltiples las fuerzas que han hecho del TTIP un banderín de enganche para promocionar el populismo anti-sistema. Desde Donald Trump a Marine Le Pen pasando por la izquierda radical, son muchos los que defienden soluciones basadas en el retorno al proteccionismo comercial y la recuperación de una soberanía inexistente. El TTIP, en su proceso y contenido, es mejorable, pero en cualquier caso, mucho mejor que las alternativas que plantean sus detractores.
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