Ponencia de V�clav Havel en el Foro Econ�mico Mundial de Davos (4 de febrero de 1992).

Título

Ponencia de V�clav Havel en el Foro Econ�mico Mundial de Davos (4 de febrero de 1992).

Autor

V�clav Havel

Fecha

04/02/1992

Fuente

http://celaforum.nuevamayoria.com

Descripción

V�clav Havel, uno de los principales protagonistas de la "Revoluci�n de terciopelo" ofrece su perspectiva del impacto de la disoluci�n de la URSS en la geopol�tica global.
Creo que el fin del comunismo representa una gran advertencia para toda la humanidad moderna. Es una se�al de que la era del juicio absoluto y soberbio va rondando su final y de que ha llegado el momento de sacar conclusiones de ello.

En el transcurso de largos a�os y d�cadas, el Occidente se defin�a sobre el trasfondo de la existencia del mundo comunista. Era este mundo el que -como rival y amenaza comunes- manten�a la homogeneidad pol�tica y de seguridad de Occidente ayud�ndole -contra su propia voluntad- a afianzar, cultivar y desarrollar todos sus principios y valores probados, como la sociedad civil, la democracia parlamentaria, la econom�a de mercado y la idea de los derechos humanos y de los ciudadanos. En oposici�n permanente con el mundo l�gubre, peligroso y expansionista del comunismo, Occidente confirmaba continuamente su papel de garante de la libertad, la verdad, la democracia, el afianzamiento de la colaboraci�n y la prosperidad mutuas; dicho de otro modo, el mundo comunista era el instrumento de autoconfirmaci�n de Occidente. Se trataba, sin embargo, de una autoconfirmaci�n algo ambigua: encerraba en s� misma algo adormecedor, y, aunque fortalec�a el desarrollo de muchas cosas positivas, al mismo tiempo arrojaba, sin querer, la pol�tica occidental en los brazos de ciertos estereotipos surgidos de la sensaci�n de su propia infalibilidad. La falta de referencia temporal e hist�rica del totalitarismo contagiaron incluso a Occidente, que se acostumbr� demasiado a la realidad de una divisi�n ideol�gica bipolar del poder del universo, al statu quo de la guerra fr�a, a la paz at�mica, as� como a la inalterabilidad de las cosas.

El llamado segundo mundo, tal como hab�a sido conocido y aceptado por todos, explot� y se desmoron� por dentro en una explosi�n material salvaje a finales de los ochenta y principios de los noventa. Y, tras ella, ante el mundo at�nito, apareci�, de repente, un cr�ter del que emanaba lava. En dicha lava se mezcla una historia renacida, olvidada hace mucho tiempo, con miles de problemas econ�micos, sociales, �tnicos, territoriales, culturales y pol�ticos, cuya latente incubaci�n bajo el aburrido totalitarismo era casi desconocida.

Supongo que esa explosi�n sorprendi� tanto a Occidente como a Oriente y sumi� a la pol�tica occidental, ya un poco conmocionada, en un estado de asombro mayor. Diariamente encontramos motivos que nos demuestran lo dif�cil que es adaptarse a ella prescindiendo de los h�bitos anteriores. Sentimos que todo ha cambiado repentinamente, pero no sabemos bien qu� hacer con ello. De vez en cuando, incluso o�mos voces nost�lgicas azorando los tiempos en los que el mundo era m�s comprensible. �Qu� actitud se debe adoptar ante la avalancha de nacimientos de nuevos Estados que invalidan los acuerdos de Helsinki, Yalta y Versalles? �C�mo reaccionar ante los diversos conflictos regionales o su amenaza, la erupci�n de pasiones nacionalistas y el odio? �C�mo hacer frente a las imprevisibles transformaciones geopol�ticas que todo ello provocar�? Parece que Occidente no s�lo se encuentra confuso, sino que a ra�z de las conmociones orientales est� empezando a alterarse y a perder la estructura que su seguridad anterior le confer�a. De pronto, incluso en Occidente renace una variopinta escala de intereses, rivalidades y ambiciones geopol�ticas que hasta ahora hab�an permanecido dormidas. Surgen problemas en las actuales relaciones de asociaci�n debido a la paulatina desaparici�n de la presi�n que las manten�a unidas, y se diferencian, polarizan y enfrentan intereses parciales que la historia parec�a haber enterrado hace mucho tiempo. De vez en cuando surge, incluso, la tentaci�n de utilizar el fin de esta divisi�n bipolar del mundo para propiciar nuevas particiones.

El fin del comunismo nos ha sorprendido a todos. Pero esto no es importante. Al contrario, es algo m�s o menos evidente, casi banal y, en cierta medida, hasta comprensible.

Yo preferir�a, si ustedes me lo permiten, destacar aqu� otro aspecto de esos acontecimientos, el m�s oculto, el m�s profundo, el de mayor alcance; el que hasta ahora, que yo sepa, no suele inspirar los art�culos de fondo de la prensa mundial. El fin del comunismo representa para la humanidad, en primer lugar, una noticia que todav�a no hemos conseguido descifrar ni comprender suficientemente.

El fracaso del comunismo debe interpretarse como el punto final de una gran �poca de la historia humana, no s�lo de los siglos XIX y XX, es decir, de la actualidad, sino tambi�n de toda la era moderna. Y como era moderna debe considerarse el tiempo en el que dominaba la convicci�n de que era posible conocer en su totalidad el mundo y el ser mismo regidos por una serie de leyes generales que, una vez aprendidas, el hombre puede dirigir de forma racional en su propio beneficio. Esta edad moderna, con el Renacimiento como preludio, pas� desde la iluminaci�n hasta el socialismo, desde el positivismo hasta el cientificismo, desde la revoluci�n industrial hasta la inform�tica. Todo ello bajo el influjo del conocimiento racional del que se desprend�an conceptos tan soberbios como que el hombre es la cima de todo lo existente, capaz de describir, explicar y dominar todo objetivamente, capaz de hacerse due�o de la �nica verdad objetiva acerca del mundo. Fue esta una era de culto a la objetividad impersonal, de acumulaci�n de conocimientos objetivos y de su explotaci�n t�cnica, de confianza en un progreso autom�tico, tal como lo transmite la forma cient�fica del conocer. Fue una era de sistemas, instituciones, mecanismos, promedios estad�sticos, de informaciones consideradas como algo transferible y no necesariamente garantizado por la existencia misma. Fue una era de ideolog�as, doctrinas, interpretaciones de la realidad; una era cuya meta final consist�a en hallar una teor�a universal del mundo y, con ello, la llave universal de su desarrollo.

El comunismo representaba un extremo monstruoso de esa esencial orientaci�n moderna. Fue un intento de organizar toda la vida de acuerdo con unas pocas doctrinas presentadas como la verdad �nica y realmente cient�fica. Siguiendo un �nico modelo, plane�ndola y dirigi�ndola solamente desde un punto, sin tener en cuenta si ella lo deseaba o no.

Podemos entender la quiebra del comunismo como se�al de que la actitud moderna, basada en el culto a la posibilidad de conocer el mundo objetivamente y generalizar completamente lo conocido, est� definitivamente en crisis. Esa era dio mucho a la humanidad, cre� la primera civilizaci�n t�cnica global o planetario, pero, al mismo tiempo, lleg� hasta las mismas fronteras de sus posibilidades, detr�s de las que comenzaba el abismo. El fin del comunismo representa una gran advertencia para toda la humanidad moderna. Es una se�al de que la era del juicio absoluto y soberbio va rondando su final y de que ha llegado el momento de sacar conclusiones de ello.

El comunismo no ha sido derribado por la fuerza militar, sino por la vida, el esp�ritu humano, la conciencia, la resistencia del ser y del hombre a toda manipulaci�n, la rebeli�n de la naturaleza multicolor, la historia articulado y la singularidad del hombre contra su encarcelamiento en el calabozo de una ideolog�a uniformizante. Esa potente se�al, esa elocuente misi�n llega a la humanidad en el �ltimo momento.

Todos sabemos que nuestra civilizaci�n est� amenazada. Desde la explosi�n demogr�fica hasta el efecto invernadero; desde los agujeros en la capa de ozono hasta el SIDA; desde el peligro del terrorismo nuclear hasta el abismo que se agudiza dram�ticamente entre el Norte, en continuo enriquecimiento, y el Sur, en incesante empobrecimiento; desde la amenaza de hambrunas hasta la destrucci�n de la biosfera y el agotamiento de las fuentes minerales del planeta; desde la expansi�n de la cultura de consumo a trav�s de la televisi�n hasta la amenaza creciente de las guerras regionales. Todo ello en conjunto y miles de otras cosas m�s han conformado algo que podemos denominar �estado de amenaza permanente para el hombre�.

Resulta una gran paradoja del momento actual que el hombre -como gran receptor de informaciones-, por un lado, sea consciente de todo ello, pero, por otro, sea totalmente incapaz de hacer frente a tal amenaza. Las ciencias tradicionales describen, con la frialdad que las caracteriza, distintas alternativas de nuestra destrucci�n, pero no pueden ofrecer una gu�a verdaderamente eficaz y realizable para evitarlas. Hay demasiadas inc�gnitas, es dif�cil orientarse, es imposible captar o comprender y, m�s a�n, dominar y detener esos procedimientos. El hombre moderno se enorgullece de que, con su objetividad, logr� liberar a un enorme genio, aparentemente obediente, encerrado antes en la botella; pero ahora comprueba, tambi�n objetivamente, que no puede volver a encerrarlo en ella.

No lo conseguimos porque no sabemos ver m�s all� de nosotros mismos y tratamos de afrontar los hechos como los hab�amos desencadenado. Buscamos nuevas f�rmulas cient�ficas, nuevas ideolog�as, nuevos sistemas directivos, nuevas instituciones, nuevos mecanismos para poder eliminar las consecuencias fatales de nuestras f�rmulas, ideolog�as, sistemas directivos, instituciones y mecanismos anteriores como si se tratara de desperfectos t�cnicos que se pueden reparar de nuevo s�lo por medios t�cnicos. Estamos buscando una salida objetivista al objetivismo.

Todo parece indicar que no es este el camino que debemos seguir. Es imposible -en el marco de las relaciones que conducen a una realidad basada en posturas tradicionales de la era moderna- inventar un sistema que elimine las consecuencias nefastas de los sistemas anteriores. No es posible descubrir una ley o teor�a cuya aplicaci�n t�cnica acabe con las consecuencias nefastas de la aplicaci�n mec�nica de leyes y teor�as anteriores.

Hace falta algo m�s. Es preciso cambiar, de un modo radical, la actitud del hombre ante el mundo. Debemos renunciar a nuestra jactancioso idea de que el mundo es s�lo un rompecabezas que resolver, una m�quina para la cual basta encontrar instrucciones de manejo, un conjunto de informaciones que introducir en un procesador esperando que, tarde o temprano, salga de �l una soluci�n universal.

Estoy profundamente convencido de que es necesario que nos liberemos de la esfera de nuestras peque�as peculiaridades privadas y rehabilitemos fuerzas como la experiencia natural del mundo -�nica e irrepetible-, el sentido elemental de justicia, la compenetraci�n, la responsabilidad trascendental, la sabidur�a arquet�pica, el buen gusto, el valor, la compasi�n y la fe en la importancia de acciones concretas que no aspiran a convertirse en clave universal, es decir, objetiva o incluso t�cnica, para la salvaci�n. Es preciso conceder una nueva oportunidad a las cosas para que se manifiesten tal como son, sentir su car�cter �nico, percibir la pluralidad del universo dejando de atarla constantemente con la b�squeda de denominadores comunes y la reducci�n de todo a una ecuaci�n conjunta. Hay que entender m�s que explicar. El camino viable no consiste en la mera construcci�n de soluciones sistem�ticas universales, impuestas a la realidad desde fuera, sino tambi�n en una penetraci�n individual en sus entra�as. Tal actitud fomenta una atm�sfera de solidaridad tolerante y de uni�n en la diversidad basada en el respeto rec�proco, en una pluralidad y paralelismo aut�nticos. Es decir, hace falta rehabilitar la singularidad humana, el acto humano y el alma humana.

Tambi�n el mundo tiene algo parecido a un alma. Pero no se trata de un mero conjunto de informaciones objetivas, tomadas desde fuera, que podamos recoger autom�ticamente. No obstante, esto no significa tampoco que carezcamos de acceso a ella. El alma humana es, en sentido figurado, de la misma materia que el alma del mundo.

El hombre no es s�lo observador del mundo, su espectador o analizador o, eventualmente, su director encargado. El hombre forma parte del mundo y su alma de la del mundo. Somos �nicamente un elemento particular de la existencia, un �tomo vivo o m�s bien una c�lula suya que, siempre que est� suficientemente abierta a s� misma y a su propio secreto, ser� capaz de experimentar y sentir el secreto, la voluntad, el dolor y la esperanza del mundo.

Creo que el mundo de hoy -como un mundo que vive la crisis de lo general, objetivo y universal- constituye a la vez un gran llamamiento a la pol�tica actual, que sigue pareci�ndome, en su esencia, demasiado sujeta a una actitud tecnocr�ticamente eficiente en cuanto a la existencia misma, y, por tanto, tambi�n al poder pol�tico. Las ideas y los actos aut�nticamente originales, �nicos y, por ello, peligrosos, tras pasar por el cedazo de an�lisis y pron�sticos objetivos, pierden a menudo su ethos humano y de hecho tambi�n su alma. Muchos de los mecanismos democr�ticos tradicionales creados, desarrollados y, al mismo tiempo, conservados por los tiempos modernos, han sido vinculados a la era del culto a la objetividad y a la estad�stica, en tal medida que son capaces de anular la singularidad del hombre. Incluso en los discursos pol�ticos se observa que las frases hechas rompen el tono personal; y si �ste aparece, es m�s bien producto de c�lculos de expertos que emanaci�n de una personalizaci�n aut�ntica.

Tengo la impresi�n de que, tarde o temprano, la pol�tica encontrar� su nuevo rostro posmodernista. El pol�tico debe volver a ser un hombre que conf�e no s�lo en una imagen cient�fica y en un an�lisis especializado del mundo, sino tambi�n en el mundo como tal; no s�lo en estad�sticas sociol�gicas, sino tambi�n en la gente; no s�lo en una interpretaci�n objetiva de la realidad, sino tambi�n en su alma; no s�lo en una ideolog�a adoptada, sino tambi�n en sus propias ideas; no s�lo en la informaci�n externa, sino tambi�n en sus sentimientos. El alma, la espiritualidad personal, una visi�n individual de las cosas y no mediatizada por nada, el valor de ser como se es y de seguir el propio camino, sugerido por la conciencia; la humildad ante el misterioso orden del ser, la fe en su orientaci�n natural y, sobre todo, la fe en nuestra subjetividad como conexi�n principal con la subjetividad del mundo son, a mi juicio, las facultades que deben cultivar los pol�ticos del porvenir.

Al ver la pol�tica, digamos, desde dentro, me he afianzado en la certeza de que el mundo actual de transformaciones dram�ticas y de riesgos de destrucci�n global representa un gran reto al que la pol�tica debe prestar atenci�n. No se trata s�lo de inventar nuevos y mejores m�todos para administrar la sociedad, la econom�a y el mundo en general. Se trata de cambiar totalmente su comportamiento. Y �qui�nes, sino los pol�ticos, deber�an empezar?

Solamente de su actitud diferente ante el mundo, ante s� mismos y ante su responsabilidad pueden surgir cambios realmente eficaces tanto en el sistema como en las instituciones. Seguramente todos ustedes saben lo que significa �efecto mariposa�. Se trata del convencimiento de que en el mundo todo est� entrelazado misteriosa y complejamente, de tal forma que el m�s m�nimo movimiento de las alas de una mariposa, aparentemente insignificante, en cualquier punto del planeta, puede causar un tif�n en otro, a miles de kil�metros de distancia. Pues en la pol�tica este efecto tiene mucha repercusi�n. No se puede creer que nuestras actuaciones diarias, realmente �nicas, aunque microsc�picas, carecen de sentido porque son incapaces de solucionar los enormes problemas del mundo actual.

Esta seguridad, nihilista a priori, es una manifestaci�n clara de aquella raz�n soberbia moderna que cree haber comprendido c�mo funciona el mundo.

Pero �qu� sabemos nosotros sobre ello?

�C�mo podemos saber si una conversaci�n accidental de dos banqueros con el pr�ncipe de Gales esta noche, en la cena en Davos, no se convertir� en la semilla de una magn�fica flor que har� que el mundo entero se asombre?

En una civilizaci�n global pueden desesperarse solamente los que buscan una artima�a t�cnica para su salvaci�n global. Los que conf�an modestamente en el poder enigm�tico de la propia existencia humana, obtenido a trav�s del contacto con la potencia misteriosa de la existencia universal, no tienen ning�n motivo para hacerlo.

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Citación

V�clav Havel, “Ponencia de V�clav Havel en el Foro Econ�mico Mundial de Davos (4 de febrero de 1992). ,” Repositorio HISREDUC, consulta 24 de diciembre de 2025, http://repositorio.historiarecienteenlaeducacion.com/items/show/4561.