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Primavera �rabe y Europa: de los lamentos a la cooperaci�n
Título
Primavera �rabe y Europa: de los lamentos a la cooperaci�n
Autor
Alberto Virella G�mes
Director de Cooperaci�n con �frica y Asia de la Agencia Espa�ola de Cooperaci�n Internacional para el Desarrollo
Director de Cooperaci�n con �frica y Asia de la Agencia Espa�ola de Cooperaci�n Internacional para el Desarrollo
Fecha
01/04/2015
Fuente
Diario el Pa�s
Descripción
Art�culo en el que se aborda la necesidad de la UE de una estrategia a largo plazo que supere el desconcierto sobre qu� hacer con la vecindad sur.
Texto original
Primavera �rabe y Europa: de los lamentos a la cooperaci�n
Si denominamos "primavera �rabe" a la eclosi�n de movimientos sociales que iniciaron procesos pol�ticos con participaci�n de nuevos actores y alternativas en disputa, entonces bien podr�amos reemplazarlo por el t�rmino ya propuesto de "despertar �rabe". Desde luego, para esas sociedades no exist�a previamente un letargo o sue�o pues, bajo la superficie, campaba la represi�n de las demandas y aspiraciones que por fin emergieron convertidas en marea. Pero en Europa s� se despertaron las conciencias y se refrescaron las miradas hacia "el otro" �rabo/bereber-musulm�n.
El despertar europeo se produjo en forma de simpat�a y aplauso, pero tambi�n de lamento. Lamentamos haber abrazado dictaduras y aut�cratas a sabiendas que violaban esos derechos humanos que enarbolamos orgullosos como insignias propias ofrecidas al resto de la humanidad. Lamentamos que, con todo nuestro conocimiento e instrumentos de an�lisis, nos hubi�ramos dejado sorprender cuando salieron a la calle, imparables, cohortes de j�venes, mujeres empoderadas y hombres decididos a reclamar sus derechos. Y lamentamos escuchar voces de entre esas multitudes diciendo comprender que los europeos no esperaran este fen�meno, pues concentr�bamos la atenci�n en gobiernos que ofrec�an estabilidad y negocios.
Hay que �cruzar� los intereses europeos con los de cada pa�s
Los procesos siguieron, pero la euforia se enfri� en muchos casos. Por eso, pasamos a lamentar que aquellas mujeres y j�venes idealistas, que consideramos "de los nuestros", no hubieran logrado volver a sus casas tras aupar al poder a pol�ticos liberales y laicos. Y, todav�a m�s, lamentamos que las revoluciones y los derrocamientos de reg�menes hubieran abocado, en varios pa�ses, al auge de movimientos islamistas radicales o a guerras civiles.
Y hoy, tras todo esto, �c�mo nos explicamos lo que est� sucediendo en los pa�ses del norte de �frica y del Oriente pr�ximo? �Es ahora posible, desde Europa, otra visi�n distinta a la iluminada por las alarmas de la violencia y las amenazas? No faltan quienes preguntan, casi ret�ricamente, si no eran preferibles los reg�menes anteriores.
Buscar explicaciones simples que permitan enunciados concluyentes es una aspiraci�n confortable que, parad�jicamente, creemos m�s factible cuanto m�s alejados de nosotros (cultural, geogr�fica o econ�micamente) se encuentran los sujetos analizados. Surgen afirmaciones como: "todav�a no est�n preparados para una democracia", "el peso de la religi�n les impide acceder a la modernidad", "son tribus, etnias o confesiones rivales dentro de l�mites estatales creados a conveniencia de las potencias coloniales", "las fuerzas pol�ticas menos democr�ticas y m�s violentas se imponen cuando se experimenta con el ejercicio de la democracia". A menudo, una sola de estas ideas o valoraciones basta para juzgar una sociedad entera o, incluso, toda una regi�n. Se admiten algunas contadas excepciones, como T�nez, durante los breves y alternos periodos en los que se le concede el beneficio de la esperanza, pero la sospecha es constante.
La cuesti�n crucial, sin embargo, no es si estas visiones europeas (y radicalmente etnoc�ntricas) son, o no, acertadas sino si contribuyen a determinar qu� acci�n pol�tica, financiera o de cooperaci�n debe ejecutar la UE; o si nos orientan para tomar medidas eficaces en defensa, por lo menos, de los intereses europeos. Hasta ahora, no parece claro que as� sea.
M�s bien, en Europa, ganan intensidad el miedo y las fobias. �stas evidencian, a la par, la desconfianza en las se�as de identidad europeas (democracia, derechos humanos, cohesi�n social,...) y la exacerbaci�n de los conflictos reales e imaginarios. Abrumados por demasiados problemas internos de dif�cil soluci�n con las capacidades disponibles, pareciera que, hacia el exterior, s�lo pudi�ramos actuar de manera reactiva y coyuntural.
Cierto es que la UE se esfuerza en transmitir que las citadas se�as de identidad son tambi�n los principios de su pol�tica exterior. Se revisan instrumentos de cooperaci�n con varios de estos pa�ses, se emprenden infatigables gestiones diplom�ticas o se articulan mecanismos en el �mbito de la seguridad. Pero todo ello no es suficiente para disipar la impresi�n de que, tanto en el seno de las sociedades como entre los gobernantes europeos, hay un notable desconcierto respecto a qu� hacer con la vecindad sur de la UE.
El desaf�o es que las acciones de la UE sean coherentes con sus principios
Para superarlo, la UE deber�a definir sus intereses. �Seguridad, estabilidad, democracia, derechos humanos, comercio, migraci�n, di�logo intercultural? �Es realista convertirlos a todos en objetivos que requieren recursos y medios? A corto plazo, se plantean dilemas entre algunos de ellos. Pero, nuevamente, el mayor desaf�o es aclarar si las acciones de la UE son acordes a sus principios.
La UE necesita una nueva estrategia a largo plazo. Pero para elaborarla se requiere conocer los objetivos de esos pa�ses. Respetar que cada uno dirija su proceso, que sus actores nacionales discutan y negocien sus prioridades, es decir, por d�nde empezar la construcci�n de su democracia. Y "cruzarlas" con los intereses europeos. Donde coincidamos, negociemos c�mo cooperar, siendo cada parte honesta en sus limitaciones y franca en las condiciones. Cuando a partir del respeto se reconocen intereses comunes, se dispone de la base para una verdadera y eficaz cooperaci�n.
Si denominamos "primavera �rabe" a la eclosi�n de movimientos sociales que iniciaron procesos pol�ticos con participaci�n de nuevos actores y alternativas en disputa, entonces bien podr�amos reemplazarlo por el t�rmino ya propuesto de "despertar �rabe". Desde luego, para esas sociedades no exist�a previamente un letargo o sue�o pues, bajo la superficie, campaba la represi�n de las demandas y aspiraciones que por fin emergieron convertidas en marea. Pero en Europa s� se despertaron las conciencias y se refrescaron las miradas hacia "el otro" �rabo/bereber-musulm�n.
El despertar europeo se produjo en forma de simpat�a y aplauso, pero tambi�n de lamento. Lamentamos haber abrazado dictaduras y aut�cratas a sabiendas que violaban esos derechos humanos que enarbolamos orgullosos como insignias propias ofrecidas al resto de la humanidad. Lamentamos que, con todo nuestro conocimiento e instrumentos de an�lisis, nos hubi�ramos dejado sorprender cuando salieron a la calle, imparables, cohortes de j�venes, mujeres empoderadas y hombres decididos a reclamar sus derechos. Y lamentamos escuchar voces de entre esas multitudes diciendo comprender que los europeos no esperaran este fen�meno, pues concentr�bamos la atenci�n en gobiernos que ofrec�an estabilidad y negocios.
Hay que �cruzar� los intereses europeos con los de cada pa�s
Los procesos siguieron, pero la euforia se enfri� en muchos casos. Por eso, pasamos a lamentar que aquellas mujeres y j�venes idealistas, que consideramos "de los nuestros", no hubieran logrado volver a sus casas tras aupar al poder a pol�ticos liberales y laicos. Y, todav�a m�s, lamentamos que las revoluciones y los derrocamientos de reg�menes hubieran abocado, en varios pa�ses, al auge de movimientos islamistas radicales o a guerras civiles.
Y hoy, tras todo esto, �c�mo nos explicamos lo que est� sucediendo en los pa�ses del norte de �frica y del Oriente pr�ximo? �Es ahora posible, desde Europa, otra visi�n distinta a la iluminada por las alarmas de la violencia y las amenazas? No faltan quienes preguntan, casi ret�ricamente, si no eran preferibles los reg�menes anteriores.
Buscar explicaciones simples que permitan enunciados concluyentes es una aspiraci�n confortable que, parad�jicamente, creemos m�s factible cuanto m�s alejados de nosotros (cultural, geogr�fica o econ�micamente) se encuentran los sujetos analizados. Surgen afirmaciones como: "todav�a no est�n preparados para una democracia", "el peso de la religi�n les impide acceder a la modernidad", "son tribus, etnias o confesiones rivales dentro de l�mites estatales creados a conveniencia de las potencias coloniales", "las fuerzas pol�ticas menos democr�ticas y m�s violentas se imponen cuando se experimenta con el ejercicio de la democracia". A menudo, una sola de estas ideas o valoraciones basta para juzgar una sociedad entera o, incluso, toda una regi�n. Se admiten algunas contadas excepciones, como T�nez, durante los breves y alternos periodos en los que se le concede el beneficio de la esperanza, pero la sospecha es constante.
La cuesti�n crucial, sin embargo, no es si estas visiones europeas (y radicalmente etnoc�ntricas) son, o no, acertadas sino si contribuyen a determinar qu� acci�n pol�tica, financiera o de cooperaci�n debe ejecutar la UE; o si nos orientan para tomar medidas eficaces en defensa, por lo menos, de los intereses europeos. Hasta ahora, no parece claro que as� sea.
M�s bien, en Europa, ganan intensidad el miedo y las fobias. �stas evidencian, a la par, la desconfianza en las se�as de identidad europeas (democracia, derechos humanos, cohesi�n social,...) y la exacerbaci�n de los conflictos reales e imaginarios. Abrumados por demasiados problemas internos de dif�cil soluci�n con las capacidades disponibles, pareciera que, hacia el exterior, s�lo pudi�ramos actuar de manera reactiva y coyuntural.
Cierto es que la UE se esfuerza en transmitir que las citadas se�as de identidad son tambi�n los principios de su pol�tica exterior. Se revisan instrumentos de cooperaci�n con varios de estos pa�ses, se emprenden infatigables gestiones diplom�ticas o se articulan mecanismos en el �mbito de la seguridad. Pero todo ello no es suficiente para disipar la impresi�n de que, tanto en el seno de las sociedades como entre los gobernantes europeos, hay un notable desconcierto respecto a qu� hacer con la vecindad sur de la UE.
El desaf�o es que las acciones de la UE sean coherentes con sus principios
Para superarlo, la UE deber�a definir sus intereses. �Seguridad, estabilidad, democracia, derechos humanos, comercio, migraci�n, di�logo intercultural? �Es realista convertirlos a todos en objetivos que requieren recursos y medios? A corto plazo, se plantean dilemas entre algunos de ellos. Pero, nuevamente, el mayor desaf�o es aclarar si las acciones de la UE son acordes a sus principios.
La UE necesita una nueva estrategia a largo plazo. Pero para elaborarla se requiere conocer los objetivos de esos pa�ses. Respetar que cada uno dirija su proceso, que sus actores nacionales discutan y negocien sus prioridades, es decir, por d�nde empezar la construcci�n de su democracia. Y "cruzarlas" con los intereses europeos. Donde coincidamos, negociemos c�mo cooperar, siendo cada parte honesta en sus limitaciones y franca en las condiciones. Cuando a partir del respeto se reconocen intereses comunes, se dispone de la base para una verdadera y eficaz cooperaci�n.
Archivos
Colección
Citación
Alberto Virella G�mes
Director de Cooperaci�n con �frica y Asia de la Agencia Espa�ola de Cooperaci�n Internacional para el Desarrollo
, “Primavera �rabe y Europa: de los lamentos a la cooperaci�n,” Repositorio HISREDUC, consulta 24 de diciembre de 2025, https://repositorio.historiarecienteenlaeducacion.com/items/show/4704.
