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¿Es el yihadismo el nuevo nazismo?
Título
¿Es el yihadismo el nuevo nazismo?
Autor
Ignacio Vidal-Folch
Fecha
02/11/2016
Fuente
Diario El Mundo
Descripción
Artículo en el que se comparan eovolución y prácticas del ISIS con las del partido nazi, contextualizando ambos fenómenos.
Texto original
Diez años después de la invasión de Irak, supuestamente llamada a llevar la democracia y la modernidad a Oriente Medio, vimos en los televisores asombrosas imágenes que parecían la versión moderna de Lawrence de Arabia; sólo que no era ficción, era la realidad. En vez de caravanas de camellos y cargas de caballería árabe dirigidas por Omar Shariff, veíamos largas columnas de vehículos todoterreno serpenteando por el desierto, a menudo humvees norteamericanos arrebatados al ejército iraquí, cargados de combatientes fuertemente armados, con ametralladoras kalashnikov y lanzagranadas, agitando banderas negras caligrafiadas con versículos del Corán que recordaban las banderas de los bucaneros del siglo XVII.
Viendo la inesperada, veloz y fulminante marcha de conquista del desierto en humvees, tuve la vaga sensación de un dejà vu: ¿a qué me recordaba (además de a Lawrence de Arabia)? ¿Cuándo se había visto algo parecido por última vez? Quizá en los primeros compases de la II Guerra Mundial, cuando los motorizados ejércitos alemanes conquistaron media Europa en cuestión de semanas: era la blitzkrieg, que sólo se frenó cuando la Royal Air Force frustró la invasión de las islas británicas. De parecida manera, además, el avance irresistible del Estado Islámico (ISIS) se detuvo cuando el presidente sirio Bashar Asad dejó claro que de ninguna manera se fugaría, sino que resistiría en el poder, apoyado por Rusia, contra todos los ejércitos sublevados de la «oposición democrática». Grupos financiados y armados por Arabia Saudí y los Estados Unidos y que, en su mayoría, fueron fagocitados por ISIS (según cuenta el prestigioso corresponsal Patrick Cockburn en el libro ISIS, el retorno de la Yihad).
Las primeras noticias y rumores sobre la crueldad con que los conquistadores imponían la ley islámica en las poblaciones de las que se adueñaban también recordaban la época del nazismo. Pero es casi un tópico del pensamiento la identificación de cada mal absoluto con la Alemania de Hitler. ¿Está justificado en este caso? ¿Puede compararse a ISIS con el nazismo? ¿El islamismo extremo, o el islamismo a secas -ya que no se conoce uno moderado- es el nuevo III Reich?
La guerra que el Califato ha declarado a todos los infieles, ateos y «politeístas» del mundo se parecerá poco a la guerra que enfrentó a un Eje de regímenes totalitarios contra una coalición de aliados democráticos. El nuevo enfrentamiento entre un totalitarismo absolutista y las democracias occidentales no durará seis años, sino que se alargará, según numerosos analistas, décadas, y se librará en diferentes y sucesivos campos de batalla de todo el mundo, que incluyen las ciudades europeas. El final es incierto.
Para algunos, especialmente los descendientes de las víctimas de la Shoah, suena a frivolidad e incluso indecencia la comparación de cualquier cosa con aquello; no hay crimen político ni régimen tan abyecto que pueda compararse con la eliminación sistemática y racional de judíos y gitanos en los campos de exterminio. Sin embargo, organizaciones judías han sido las primeras en alertar de la semejanza entre ambos movimientos.
Valores típicamente nazis como la glorificación de la muerte heroica, o como el Führerprincip (principio de la jefatura), o la Volksgemeinschaft (comunidad del pueblo en una sola alma mística, por la que merece la pena morir) se encuentran, muy parecidos, en el islamismo. ¿Es disparatada la comparación con los crímenes sádicos de una patrulla de matarifes a la orilla del mar, o comparar la Wehrmacht con un ejército de aluvión de locos de dios? ¿Qué relación tiene, al margen de las mutuas, interesadas simpatías entre Hitler y algunos líderes musulmanes, el movimiento nacionalista alemán, nihilista y materialista, con el espiritualismo internacionalista de los muyahidines que se inmolan causando una matanza mientras aúllan que Alá es grande?
Tanto el proyecto de la Alemania nazi como el de ISIS se proyectan invasiva, expansivamente. El III Reich, por Europa, en reclamación de un «espacio vital» para el pueblo alemán, espacio que quiere encontrar en las tierras del Este, rusas y polacas, cuyas poblaciones, racialmente inferiores, deben ser primero severamente purgadas y luego reducidas a mano de obra para las tareas más elementales de la agricultura y la industria. En su afán de conquista, el islamismo va más lejos, porque aspira al sometimiento del mundo entero a la ley coránica. «La luna creciente mahometana responde a una divisa latina: donec impleat orbem, hasta que la luna esté llena», subraya a PAPEL el filósofo y lingüista francés Philippe-Joseph Salazar. «Es decir, convertir, destruir y someter hasta que la media luna del Islam sea la luna llena que cubra la tierra entera».
Ambos totalitarismos se caracterizan por un asombroso nivel de violencia, tanto en el campo de batalla como en la retaguardia, aunque en esto ni están solos ni carecen de precedentes históricos.
Ambos atribuyen una importancia grande a la conformación de una cultura ejemplar y depurada, a la guerra cultural y a la escenificación pública de sus victorias en este campo; si el Estado hitleriano prohibió diferentes disciplinas científicas, organizó piras con las obras literarias de autores judíos o indeseables, definió la correcta línea estética para las artes y organizó exposiciones para denigrar la pintura decadente, el islamismo prohíbe la representación plástica de los seres humanos y los animales, porque imitan la obra del creador -lo que es blasfemo- y pueden inducir a la idolatría; los budas milenarios de Afganistán, los templos de Palmira, cualquier vestigio de tiempos infieles, están de más.
Ambos sistemas tienen en cuenta la dimensión ritual de sus comparecencias públicas, con escenografías cuidadosamente estetizadas para cada evento público, sean desfiles, asambleas, ejecuciones o comparecencias del líder: figura expresiva, nerviosa y teatral la del Führer; solemne, sobria, hierática la del Califa.
Ambos disponen de un omnipresente aparato de agitación y propaganda que a los incrédulos les puede parecer repugnante pero resulta extremadamente eficaz y seductor para las masas a las que se dirige. Los dos emplearon la vanguardia audiovisual tecnológica de sus épocas para propagar sus mensajes -el cine o, ahora, el vídeo en las redes sociales- y crearon sus propios medios de comunicación, como las revistas Signal y Dabiq.
Ambos atribuyen a la mujer una función social subalterna como responsable de la intendencia doméstica y sumisa proveedora de progenie, aunque el régimen nazi no contemplaba la poligamia ni la lapidación de la adúltera ni obligaba a las mujeres a ir envueltas de la cabeza a los pies en sacos negros.
Ambos justifican su belicosidad y su derecho a una revancha severa en un agravio histórico territorial y moral previo: para el islamismo, esa afrenta abarca de las Cruzadas medievales y la expulsión de Al Andalus al colonialismo del siglo XIX, el apoyo de Occidente a las tiranías más corruptas y decadentes de Oriente Medio y al Estado de Israel, y la miseria irredenta de sus poblaciones, de la que responsabiliza a la perfidia extranjera. Para el III Reich, la humillación del tratado de Versalles, la sustracción de Alsacia y Lorena y otras amputaciones del territorio nacional, las indemnizaciones multimillonarias exigidas a Alemania por los vencedores y la miseria del pueblo durante la república de Weimar.
Hay también diferencias que saltan a la vista. Philippe-Joseph Salazar apunta, por ejemplo, que el Califa Abu Bakr al-Bagdadi, líder de ISIS, no ha suscitado un culto a la personalidad igual al que el aparato de propaganda nazi orquestó en torno a Hitler. Si Hitler se presentaba como heredero de guerreros victoriosos como Federico el Grande y Bismarck, «la influencia de Al-Bagdadi es califal, es decir, habiendo restaurado la justa sucesión de Mahoma, inspira respeto, es un guía espiritual», declara. Salazar, autor de Palabras armadas: entender y combatir la propaganda terrorista (ensayo que analiza la propaganda de ISIS y cuya edición en árabe será lanzada en Beirut en 2017), también cree que las estructuras de los movimientos militares son disímiles: «La aristocracia militar del ISIS es de carácter republicano: los jefes son castigados como los soldados y un tema favorito de los yihadistas es la 'igualdad fraterna' que les une, sin distinción de raza, de color, de origen social, de lengua, lo cual tiene una enorme importancia en el reclutamiento. La llamada del Califato a los fieles para que se le unan en el combate es una llamada igualitaria como respuesta a un mensaje espiritual».
Filósofo, autor de una veintena de ensayos y ex ministro de Educación del Gobierno francés entre 2002 y 2004, Luc Ferry sostiene en cambio que «el islamismo fanático es el nazismo de nuestro tiempo». Sin ambages, señala rasgos coincidentes en una entrevista con Actualité Juive: «A diferencia de la neutralidad característica del laicismo, islamismo y nazismo son ideologías desbordantes de sentido y de promesas, lo cual en este mundo nuestro, que anhela un ideal y una esperanza, proporciona una gran ventaja». Nazismo e islamismo también comparten el rasgo vertebral del odio a los valores de la Ilustración: «El romanticismo alemán detestaba el individualismo y consideraba que el hombre sólo era hombre entre sus congéneres. Un individuo, un ser humano, es un miembro de una comunidad. En ISIS encontramos este mismo odio a la Europa de las Luces, y en concreto este odio a Francia, porque Francia es el Estado laico por excelencia».
Por motivos obvios, es en el espacio francófono donde más analistas han señalado las similitudes entre el modo de ser y de operar entre el III Reich e ISIS; por ejemplo Richard Prasquier, presidente del consejo representativo de las instituciones judías de Francia (CRIF), que el 7 de octubre pasado advirtió al presidente francés François Hollande que «ser indulgente con el islamismo radical es ser indulgente con el nazismo». No se trata, según Prasquier, de comparar la magnitud de los crímenes cometidos -pues en su opinión «los de los nazis son insuperados en la historia de la Humanidad»- sino la doctrina que conduce a ellos, la ideología, una concepción del mundo en la que es preciso culminar la obra exigida por la divinidad o por la Historia aniquilando a los enemigos.
Prasquier señala dos afinidades sustanciales entre el nazismo y lo que él llama «islamismo radical» y otros prefieren designar como salafismo yihadista. En primer lugar, el antisemitismo: «Es un componente esencial de las dos ideologías», aunque en un caso se trate del antisemitismo histórico europeo -tan alemán como francés, español, inglés o ruso- que el partido nazi llevó a su apoteosis paroxística, y en el otro caso tenga su origen discursivo en el Corán, la palabra de Dios.
La otra afinidad, a su entender aún más significativa, es la deshumanización del otro y su reducción a la condición animal. Para los nazis, los judíos eran cucarachas, ratas, piojos o «bacilos de la tuberculosis incrustados en el pulmón alemán» (extracto del Mein Kampf). Himmler hablaba del difícil trabajo de los SS frente a los judíos, a los que un ignorante, un desinformado, podía tomar por seres humanos. Para los islamistas radicales, los judíos y los cristianos son «bastardos de simios», de cerdos, como aparecen reiteradamente en el libro sagrado, de asnos o de perros.
El mensaje es idéntico: a pesar del aspecto relativamente humano que tenga el enemigo, de humano sólo tiene la apariencia. Sus crías tampoco son humanas; y tal como los nazis podían hacer estallar la cabeza de los bebés contra los árboles para ahorrarse una bala, según el testimonio de Primo Levi en Si esto es un hombre, un yihadista como Mohamed Merah, ciudadano francés de origen argelino que en 2012 perpetró los atentados de Montauban y Toulouse, pudo sin objeciones de conciencia disparar a bocajarro contra la cabeza de un niño de cuatro años.
El narrador argelino en lengua francesa Boualem Sansal habla de estos paralelismos en libros como La aldea del alemán y el recientemente publicado en España 2084. El fin del mundo (Seix Barral). En esta novela, presentada recientemente en el Institut Français de Barcelona, presagia -con una tonalidad por cierto mucho más sombría que Michel Houellebecq en Sumisión- el dominio del Islam sobre el mundo y el fin de la democracia y de los valores que han constituido la Europa desde las Luces.
En conversación con PAPEL, Sansal afirma que la afinidad entre nazismo e islamismo se le apareció «muy pronto». «En mi adolescencia, en los años 60-70, el descubrimiento de 1984 de George Orwell me abrió los ojos sobre el funcionamiento de las ideologías totalitarias. También me parecía extraño y repulsivo que mi país, que había luchado por su independencia y el progreso social, profesase tal admiración por la Alemania hitleriana, por el nazismo, por Hitler. Descubría con disgusto el discurso islámico de la época: estaba tan lleno de odio contra los judíos, contra los cristianos, contra Occidente, contra la democracia, la modernidad, etcétera. Cuando a principio de los años 80 descubrí en los altiplanos argelinos aquel pueblecito en que vivía un alemán que se decía que había sido un SS [tema de su novela El pueblo del alemán], se produjo en mí una luz: empecé a estudiar seriamente estos temas, el nazismo, el islamismo, la dictadura, y rápidamente me ganó el pesimismo».
Sansal detecta «demasiadas analogías entre ayer y hoy», y prevé que llegará el día en que se produzca «la articulación entre todas estas ideologías y entonces, bajo la dirección del islamismo, experimentaremos algo peor que lo que el mundo ha conocido con el nazismo y el fascismo, y luego con el estalinismo y el maoísmo».
Para acabar esta especulación comparativa, le pedí a Sansal y a Salazar su opinión sobre el viraje reciente de Turquía: los últimos movimientos de Tayyp Erdogan para liquidar la tradición laicista instaurada por Kemal Ataturk, desmantelar a la oposición, encarcelar a los disidentes y convertir Turquía en otro Estado Islámico. A Sansal no le ha sorprendido:
- En absoluto. A lo largo de los siglos el islamismo ha desarrollado diferentes estrategias para conquistar el poder y retenerlo definitivamente. En Turquía ha encontrado una vía original y eficaz. Erdogan aplica un programa con continuidad y mucho éxito, que comprende cuatro etapas: primero, tranquilizar al ejército turco y a Europa; segundo, ampliar la base social cultural y política del AKP; tercero, aislar a la élite turca occidentalizada del pueblo; cuarto, concentrar el poder en las manos de un solo jefe. Todo se ha cumplido, y la próxima etapa, cuando las condiciones regionales sean favorables, será decretar el Califato y operar la reunificación del mundo musulmán sunita.
Salazar subraya, por su parte, que el presidente turco ha dicho que «el Islam moderado no existe», y concluye: «Con eso todo está dicho. Que cada uno saque su propia conclusión».
Otro rasgo autodestructivo que comparten el Califato y el Tercer Reich es la facilidad con que su impetuosa agresividad les empujó temerariamente a desafiar a demasiados enemigos a la vez; el segundo frente que Hitler abrió en el verano de 1941, invadiendo la URSS, y que determinó su derrota, prefigura el anunciado final a medio plazo del ISIS. La beligerancia exasperada de los islamistas y los brutales atentados terroristas que patrocinan en todo el mundo han retraído a los países que los amparaban y unido en contra suya a todos los demás, incluidas las superpotencias norteamericana y rusa, en una alianza improvisada, recelosa y disfuncional pero que no cejará hasta aniquilar por completo sus estructuras y poner a toda su dirección fuera de combate, como se hizo con la corte nazi al final de la Segunda Guerra Mundial.
Pero, a diferencia de lo sucedido en Europa a partir de la rendición de Alemania, donde los juicios de Nuremberg, la desnazificación y la sostenida vigilancia posterior han hecho imposible el renacimiento de la ideología nazi, la ideología que sostiene ISIS será imposible de erradicar. Salazar opina que la guerra actual no es sino el estadio preliminar de un conflicto que encontrará otros teatros de operaciones por los que ya se va extendiendo: «Cuando Mosul caiga, el centro del Califato se desplazará. El Califa de hecho ya ha reorganizado su alto mando introduciendo nuevos jefes procedentes de otras partes del mundo que no son Oriente Medio ni Francia. Está preparando la continuación. El Califato es una ideología planetaria: que Mosul caiga poco importa, la ideología seguirá siendo poderosa, tanto por su redespliegue territorial (África, Asia) como por su permanencia de propaganda en internet».
Viendo la inesperada, veloz y fulminante marcha de conquista del desierto en humvees, tuve la vaga sensación de un dejà vu: ¿a qué me recordaba (además de a Lawrence de Arabia)? ¿Cuándo se había visto algo parecido por última vez? Quizá en los primeros compases de la II Guerra Mundial, cuando los motorizados ejércitos alemanes conquistaron media Europa en cuestión de semanas: era la blitzkrieg, que sólo se frenó cuando la Royal Air Force frustró la invasión de las islas británicas. De parecida manera, además, el avance irresistible del Estado Islámico (ISIS) se detuvo cuando el presidente sirio Bashar Asad dejó claro que de ninguna manera se fugaría, sino que resistiría en el poder, apoyado por Rusia, contra todos los ejércitos sublevados de la «oposición democrática». Grupos financiados y armados por Arabia Saudí y los Estados Unidos y que, en su mayoría, fueron fagocitados por ISIS (según cuenta el prestigioso corresponsal Patrick Cockburn en el libro ISIS, el retorno de la Yihad).
Las primeras noticias y rumores sobre la crueldad con que los conquistadores imponían la ley islámica en las poblaciones de las que se adueñaban también recordaban la época del nazismo. Pero es casi un tópico del pensamiento la identificación de cada mal absoluto con la Alemania de Hitler. ¿Está justificado en este caso? ¿Puede compararse a ISIS con el nazismo? ¿El islamismo extremo, o el islamismo a secas -ya que no se conoce uno moderado- es el nuevo III Reich?
La guerra que el Califato ha declarado a todos los infieles, ateos y «politeístas» del mundo se parecerá poco a la guerra que enfrentó a un Eje de regímenes totalitarios contra una coalición de aliados democráticos. El nuevo enfrentamiento entre un totalitarismo absolutista y las democracias occidentales no durará seis años, sino que se alargará, según numerosos analistas, décadas, y se librará en diferentes y sucesivos campos de batalla de todo el mundo, que incluyen las ciudades europeas. El final es incierto.
Para algunos, especialmente los descendientes de las víctimas de la Shoah, suena a frivolidad e incluso indecencia la comparación de cualquier cosa con aquello; no hay crimen político ni régimen tan abyecto que pueda compararse con la eliminación sistemática y racional de judíos y gitanos en los campos de exterminio. Sin embargo, organizaciones judías han sido las primeras en alertar de la semejanza entre ambos movimientos.
Valores típicamente nazis como la glorificación de la muerte heroica, o como el Führerprincip (principio de la jefatura), o la Volksgemeinschaft (comunidad del pueblo en una sola alma mística, por la que merece la pena morir) se encuentran, muy parecidos, en el islamismo. ¿Es disparatada la comparación con los crímenes sádicos de una patrulla de matarifes a la orilla del mar, o comparar la Wehrmacht con un ejército de aluvión de locos de dios? ¿Qué relación tiene, al margen de las mutuas, interesadas simpatías entre Hitler y algunos líderes musulmanes, el movimiento nacionalista alemán, nihilista y materialista, con el espiritualismo internacionalista de los muyahidines que se inmolan causando una matanza mientras aúllan que Alá es grande?
Tanto el proyecto de la Alemania nazi como el de ISIS se proyectan invasiva, expansivamente. El III Reich, por Europa, en reclamación de un «espacio vital» para el pueblo alemán, espacio que quiere encontrar en las tierras del Este, rusas y polacas, cuyas poblaciones, racialmente inferiores, deben ser primero severamente purgadas y luego reducidas a mano de obra para las tareas más elementales de la agricultura y la industria. En su afán de conquista, el islamismo va más lejos, porque aspira al sometimiento del mundo entero a la ley coránica. «La luna creciente mahometana responde a una divisa latina: donec impleat orbem, hasta que la luna esté llena», subraya a PAPEL el filósofo y lingüista francés Philippe-Joseph Salazar. «Es decir, convertir, destruir y someter hasta que la media luna del Islam sea la luna llena que cubra la tierra entera».
Ambos totalitarismos se caracterizan por un asombroso nivel de violencia, tanto en el campo de batalla como en la retaguardia, aunque en esto ni están solos ni carecen de precedentes históricos.
Ambos atribuyen una importancia grande a la conformación de una cultura ejemplar y depurada, a la guerra cultural y a la escenificación pública de sus victorias en este campo; si el Estado hitleriano prohibió diferentes disciplinas científicas, organizó piras con las obras literarias de autores judíos o indeseables, definió la correcta línea estética para las artes y organizó exposiciones para denigrar la pintura decadente, el islamismo prohíbe la representación plástica de los seres humanos y los animales, porque imitan la obra del creador -lo que es blasfemo- y pueden inducir a la idolatría; los budas milenarios de Afganistán, los templos de Palmira, cualquier vestigio de tiempos infieles, están de más.
Ambos sistemas tienen en cuenta la dimensión ritual de sus comparecencias públicas, con escenografías cuidadosamente estetizadas para cada evento público, sean desfiles, asambleas, ejecuciones o comparecencias del líder: figura expresiva, nerviosa y teatral la del Führer; solemne, sobria, hierática la del Califa.
Ambos disponen de un omnipresente aparato de agitación y propaganda que a los incrédulos les puede parecer repugnante pero resulta extremadamente eficaz y seductor para las masas a las que se dirige. Los dos emplearon la vanguardia audiovisual tecnológica de sus épocas para propagar sus mensajes -el cine o, ahora, el vídeo en las redes sociales- y crearon sus propios medios de comunicación, como las revistas Signal y Dabiq.
Ambos atribuyen a la mujer una función social subalterna como responsable de la intendencia doméstica y sumisa proveedora de progenie, aunque el régimen nazi no contemplaba la poligamia ni la lapidación de la adúltera ni obligaba a las mujeres a ir envueltas de la cabeza a los pies en sacos negros.
Ambos justifican su belicosidad y su derecho a una revancha severa en un agravio histórico territorial y moral previo: para el islamismo, esa afrenta abarca de las Cruzadas medievales y la expulsión de Al Andalus al colonialismo del siglo XIX, el apoyo de Occidente a las tiranías más corruptas y decadentes de Oriente Medio y al Estado de Israel, y la miseria irredenta de sus poblaciones, de la que responsabiliza a la perfidia extranjera. Para el III Reich, la humillación del tratado de Versalles, la sustracción de Alsacia y Lorena y otras amputaciones del territorio nacional, las indemnizaciones multimillonarias exigidas a Alemania por los vencedores y la miseria del pueblo durante la república de Weimar.
Hay también diferencias que saltan a la vista. Philippe-Joseph Salazar apunta, por ejemplo, que el Califa Abu Bakr al-Bagdadi, líder de ISIS, no ha suscitado un culto a la personalidad igual al que el aparato de propaganda nazi orquestó en torno a Hitler. Si Hitler se presentaba como heredero de guerreros victoriosos como Federico el Grande y Bismarck, «la influencia de Al-Bagdadi es califal, es decir, habiendo restaurado la justa sucesión de Mahoma, inspira respeto, es un guía espiritual», declara. Salazar, autor de Palabras armadas: entender y combatir la propaganda terrorista (ensayo que analiza la propaganda de ISIS y cuya edición en árabe será lanzada en Beirut en 2017), también cree que las estructuras de los movimientos militares son disímiles: «La aristocracia militar del ISIS es de carácter republicano: los jefes son castigados como los soldados y un tema favorito de los yihadistas es la 'igualdad fraterna' que les une, sin distinción de raza, de color, de origen social, de lengua, lo cual tiene una enorme importancia en el reclutamiento. La llamada del Califato a los fieles para que se le unan en el combate es una llamada igualitaria como respuesta a un mensaje espiritual».
Filósofo, autor de una veintena de ensayos y ex ministro de Educación del Gobierno francés entre 2002 y 2004, Luc Ferry sostiene en cambio que «el islamismo fanático es el nazismo de nuestro tiempo». Sin ambages, señala rasgos coincidentes en una entrevista con Actualité Juive: «A diferencia de la neutralidad característica del laicismo, islamismo y nazismo son ideologías desbordantes de sentido y de promesas, lo cual en este mundo nuestro, que anhela un ideal y una esperanza, proporciona una gran ventaja». Nazismo e islamismo también comparten el rasgo vertebral del odio a los valores de la Ilustración: «El romanticismo alemán detestaba el individualismo y consideraba que el hombre sólo era hombre entre sus congéneres. Un individuo, un ser humano, es un miembro de una comunidad. En ISIS encontramos este mismo odio a la Europa de las Luces, y en concreto este odio a Francia, porque Francia es el Estado laico por excelencia».
Por motivos obvios, es en el espacio francófono donde más analistas han señalado las similitudes entre el modo de ser y de operar entre el III Reich e ISIS; por ejemplo Richard Prasquier, presidente del consejo representativo de las instituciones judías de Francia (CRIF), que el 7 de octubre pasado advirtió al presidente francés François Hollande que «ser indulgente con el islamismo radical es ser indulgente con el nazismo». No se trata, según Prasquier, de comparar la magnitud de los crímenes cometidos -pues en su opinión «los de los nazis son insuperados en la historia de la Humanidad»- sino la doctrina que conduce a ellos, la ideología, una concepción del mundo en la que es preciso culminar la obra exigida por la divinidad o por la Historia aniquilando a los enemigos.
Prasquier señala dos afinidades sustanciales entre el nazismo y lo que él llama «islamismo radical» y otros prefieren designar como salafismo yihadista. En primer lugar, el antisemitismo: «Es un componente esencial de las dos ideologías», aunque en un caso se trate del antisemitismo histórico europeo -tan alemán como francés, español, inglés o ruso- que el partido nazi llevó a su apoteosis paroxística, y en el otro caso tenga su origen discursivo en el Corán, la palabra de Dios.
La otra afinidad, a su entender aún más significativa, es la deshumanización del otro y su reducción a la condición animal. Para los nazis, los judíos eran cucarachas, ratas, piojos o «bacilos de la tuberculosis incrustados en el pulmón alemán» (extracto del Mein Kampf). Himmler hablaba del difícil trabajo de los SS frente a los judíos, a los que un ignorante, un desinformado, podía tomar por seres humanos. Para los islamistas radicales, los judíos y los cristianos son «bastardos de simios», de cerdos, como aparecen reiteradamente en el libro sagrado, de asnos o de perros.
El mensaje es idéntico: a pesar del aspecto relativamente humano que tenga el enemigo, de humano sólo tiene la apariencia. Sus crías tampoco son humanas; y tal como los nazis podían hacer estallar la cabeza de los bebés contra los árboles para ahorrarse una bala, según el testimonio de Primo Levi en Si esto es un hombre, un yihadista como Mohamed Merah, ciudadano francés de origen argelino que en 2012 perpetró los atentados de Montauban y Toulouse, pudo sin objeciones de conciencia disparar a bocajarro contra la cabeza de un niño de cuatro años.
El narrador argelino en lengua francesa Boualem Sansal habla de estos paralelismos en libros como La aldea del alemán y el recientemente publicado en España 2084. El fin del mundo (Seix Barral). En esta novela, presentada recientemente en el Institut Français de Barcelona, presagia -con una tonalidad por cierto mucho más sombría que Michel Houellebecq en Sumisión- el dominio del Islam sobre el mundo y el fin de la democracia y de los valores que han constituido la Europa desde las Luces.
En conversación con PAPEL, Sansal afirma que la afinidad entre nazismo e islamismo se le apareció «muy pronto». «En mi adolescencia, en los años 60-70, el descubrimiento de 1984 de George Orwell me abrió los ojos sobre el funcionamiento de las ideologías totalitarias. También me parecía extraño y repulsivo que mi país, que había luchado por su independencia y el progreso social, profesase tal admiración por la Alemania hitleriana, por el nazismo, por Hitler. Descubría con disgusto el discurso islámico de la época: estaba tan lleno de odio contra los judíos, contra los cristianos, contra Occidente, contra la democracia, la modernidad, etcétera. Cuando a principio de los años 80 descubrí en los altiplanos argelinos aquel pueblecito en que vivía un alemán que se decía que había sido un SS [tema de su novela El pueblo del alemán], se produjo en mí una luz: empecé a estudiar seriamente estos temas, el nazismo, el islamismo, la dictadura, y rápidamente me ganó el pesimismo».
Sansal detecta «demasiadas analogías entre ayer y hoy», y prevé que llegará el día en que se produzca «la articulación entre todas estas ideologías y entonces, bajo la dirección del islamismo, experimentaremos algo peor que lo que el mundo ha conocido con el nazismo y el fascismo, y luego con el estalinismo y el maoísmo».
Para acabar esta especulación comparativa, le pedí a Sansal y a Salazar su opinión sobre el viraje reciente de Turquía: los últimos movimientos de Tayyp Erdogan para liquidar la tradición laicista instaurada por Kemal Ataturk, desmantelar a la oposición, encarcelar a los disidentes y convertir Turquía en otro Estado Islámico. A Sansal no le ha sorprendido:
- En absoluto. A lo largo de los siglos el islamismo ha desarrollado diferentes estrategias para conquistar el poder y retenerlo definitivamente. En Turquía ha encontrado una vía original y eficaz. Erdogan aplica un programa con continuidad y mucho éxito, que comprende cuatro etapas: primero, tranquilizar al ejército turco y a Europa; segundo, ampliar la base social cultural y política del AKP; tercero, aislar a la élite turca occidentalizada del pueblo; cuarto, concentrar el poder en las manos de un solo jefe. Todo se ha cumplido, y la próxima etapa, cuando las condiciones regionales sean favorables, será decretar el Califato y operar la reunificación del mundo musulmán sunita.
Salazar subraya, por su parte, que el presidente turco ha dicho que «el Islam moderado no existe», y concluye: «Con eso todo está dicho. Que cada uno saque su propia conclusión».
Otro rasgo autodestructivo que comparten el Califato y el Tercer Reich es la facilidad con que su impetuosa agresividad les empujó temerariamente a desafiar a demasiados enemigos a la vez; el segundo frente que Hitler abrió en el verano de 1941, invadiendo la URSS, y que determinó su derrota, prefigura el anunciado final a medio plazo del ISIS. La beligerancia exasperada de los islamistas y los brutales atentados terroristas que patrocinan en todo el mundo han retraído a los países que los amparaban y unido en contra suya a todos los demás, incluidas las superpotencias norteamericana y rusa, en una alianza improvisada, recelosa y disfuncional pero que no cejará hasta aniquilar por completo sus estructuras y poner a toda su dirección fuera de combate, como se hizo con la corte nazi al final de la Segunda Guerra Mundial.
Pero, a diferencia de lo sucedido en Europa a partir de la rendición de Alemania, donde los juicios de Nuremberg, la desnazificación y la sostenida vigilancia posterior han hecho imposible el renacimiento de la ideología nazi, la ideología que sostiene ISIS será imposible de erradicar. Salazar opina que la guerra actual no es sino el estadio preliminar de un conflicto que encontrará otros teatros de operaciones por los que ya se va extendiendo: «Cuando Mosul caiga, el centro del Califato se desplazará. El Califa de hecho ya ha reorganizado su alto mando introduciendo nuevos jefes procedentes de otras partes del mundo que no son Oriente Medio ni Francia. Está preparando la continuación. El Califato es una ideología planetaria: que Mosul caiga poco importa, la ideología seguirá siendo poderosa, tanto por su redespliegue territorial (África, Asia) como por su permanencia de propaganda en internet».
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Colección
Citación
Ignacio Vidal-Folch, “¿Es el yihadismo el nuevo nazismo?,” Repositorio HISREDUC, consulta 26 de diciembre de 2024, https://repositorio.historiarecienteenlaeducacion.com/items/show/4711.