Encuentro en la cárcel con el último emperador.

Título

Encuentro en la cárcel con el último emperador.

Autor

David Lancashire

Fecha

1996

Fuente

El Mundo. Magazine

Descripción

El primer periodista que entrevistó en la cárcel a Pu-Yi, el último emperador de China, en 1956, rememora en este artículo el contenido de la entrevista y sus impresiones.

Texto original

CUANDO EL INFANTE PU YI, hijo celestial de China, es presentado a su corte en la película El último emperador, interminables filas de eunucos y cortesanos de palacio se inclinan hasta el suelo en actitud reverencial. En 1956, cuando conocí al auténtico ex-emperador Pu Yi en una cárcel política en Fushun, la presentación fue menos ceremoniosa.

"Éste es el prisionero", dijo un comandante del Ejército de Liberación del Pueblo, mientras conducía a Pu Yi a la sala de visitas. "Hablará contigo durante una hora. Pregúntale lo que quieras".

Una generación antes, el comandante hubiera temblado en presencia del prisionero y habría tocado su frente contra el suelo, haciendo el Kow Tow en señal de pleitesía. Su vida y la de su familia habría colgado de un hilo según el estado de humor de este hombre de apariencia tranquila que esperaba la orden para poder sentarse. Sin embargo, el comandante le miraba con el desdén reservado para un hombre sin nombre, sin número y que salvo en los oscuros pasajes de la historia había dejado de existir.

El prisionero era Pu Yi, el último emperador de China, y único superviviente de la dinastía Ching de China y el escenario consistía en una prisión, anónima y grisácea, en Manchuria, en el desolado nordeste de China. Pu Yi dirigió lentamente la vista alrededor de la habitación, parpadeando tras sus gruesas lentes, mientras sostenía nerviosamente su gorra entre las manos. Se ajustó el cuello del uniforme azul de presidiario y esperó a que alguien hablara.

El hombre que a la edad de tres años se sentó en el trono manchú de la Ciudad Prohibida de Beijing; vestía el traje azul del comunismo chino, en vez de la seda amarilla de la realeza china. Exteriormente, Pu Yi había llevado bien sus años de confinamiento, un hombre de 51 años de mirada sensible, alto y de hombros redondeados.

"El cerebro lavado y la mirada confusa", escribí en esa época; hablaba las secas y entremezcladas frases del marxismo leninismo que estudió durante años detrás de los barrotes de una cárcel secreta en China y bajo custodia en la Unión Soviética. "Considero éste el periodo más afortunado y enriquecedor de mi vida", dijo Pu Yi en voz baja, evitando los ojos de los oficiales del ejército rodeando la mesa donde él se encontraba sentado. "Agradezco al Gobierno popular el haberme revelado la seriedad de mis crímenes en el pasado, mis enormes crímenes".

El ex emperador estaba sentado en una silla de espalda recta, hablaba en voz tan baja que el intérprete tenía que pedirle que repitiera cada respuesta. Los oficiales se inclinaban hacia adelante, ocasionalmente susurrando entre ellos, pero escuchando a Pu Yi con atención. Un secretario en uniforme caqui transcribía la conversación. Ya había hablado anteriormente con otros visitantes de la prisión, no muchas, pero las suficientes veces como para tener las respuestas preparadas. Dispuso de once años para aprendérselas. En ocasiones, las palabras se tornaban apasionadamente marxistas, pero su voz se mantenía carente de compromiso. "Me resulta difícil poder hablar del trato que he recibido aquí. Me han tratado tan bien que es demasiado bueno para poderlo describir. Me han dado la oportunidad de reflexionar detalladamente sobre mi vida anterior y reformarme".

Junto con él, en la cárcel existía un número desconocido de anteriores ministros de gabinete (todos vestidos como él, de barrenderos, aunque por esa época toda China vestía de esa manera). Seguían la misma rutina de juegos y ejercicios organizados, horas encerrados en sus celdas, partidas de ajedrez, leyendo las revistas de propaganda en la sala de lectura, iluminada por una solitaria bombilla desnuda. No había trabajo con el que llenar el día, sólo estudio político.

Pu Yi declinó hacer mención sobre el número de ex funcionarios imperiales que compartían su encierro. "Soy libre para hablar de mis cuestiones personales, pero no puedo hablar sobre nada en lo concerniente a los demás", según afirmó.

El joven comandante fue un poco más explícito. Me dijo que: "Cada prisionero aquí es un traidor". No me dio cifras pero era una prisión grande y las galerías parecían estar llenas. Había cinco sillas en la barbería de la prisión y mucho material de deportes apilado en un almacén situado en el patio. Se dijo que 38 criminales de guerra japoneses habían estado recluidos aquí. La prisión estaba a unos dos o tres kilómetros de Fushun, era visible el humo de las fábricas que rodeaban la mina de carbón a cielo abierto que abastecía a la ciudad.

Por definición propia, Pu Yi era un traidor, y sus crímenes eran las acciones que realizó a lo largo de toda su vida. "No merezco otra cosa que el más severo de los castigos. Traicioné a mi pueblo, y mi gobierno no fue nada más que una camarilla de traidores. Todos los gobiernos anteriores de China no han hecho otra cosa que explotar al pueblo". Los oficiales asintieron con la cabeza. "El Gobierno actual, el Gobierno del pueblo, es el mejor de toda la historia de China", dijo el que una vez fuera emperador.

En un recorrido de 30 minutos a través de Fushun, esta ciudad del Nordeste de China dedicada a la minería del carbón, se puede viajar a través de la historia de la dinastía Ching. Tras las paredes rojo sangre del templo en las afueras de Fushun, se encuentra la tumba de Nur Hai-Chi, cuyos ancestros, hace 300 años, irrumpieron a través de toda China y conquistaron el reino.

Tras el derrocamiento en 1911 de la dinastía Ching, durante la rebelión de Sun Yat-Sen, el niño emperador vivió apartado del mundo tras las murallas de la Ciudad Prohibida hasta 1917, cuando por espacio de 12 días se reinstauró el Imperio con Pu Yi sentado en el trono. "Como puede ver, bajo el sistema feudal, incluso un niño podía sentarse sobre el cuello del pueblo", afirmó mientras los tres oficiales asentían su aprobación.

En 1931 fue reinstaurado por los conquistadores japoneses como hombre de paja del gobierno títere de Manchukuo tras la invasión japonesa del nordeste de China. Durante 14 años vivió en su corte con dos esposas, rodeado de cortesanos y repitiendo las órdenes que le daban los generales japoneses. "Sin mi colaboración, los imperialistas japoneses no hubieran podido establecerse. Yo fui el causante de matanzas y baños de sangre", los oficiales volvieron a asentir de nuevo con la cabeza. "Un asesino siempre es condenado a muerte y a pesar de que no maté a nadie con mis propias manos, soy culpable", añadió.

Le pregunté a Pu Yi dónde pasó el tiempo entre su desaparición tras la derrota japonesa y su reaparición durante los juicios que tuvieron lugar este verano (1956) contra los criminales de guerra japoneses en China.

En 1945, mientras las fuerzas rusas invadían Manchuria y amenazaban con tomar la capital Changchun, Pu Yi dijo que había sido obligado por el comandante del Ejército de Kwantung a abandonar el palacio y a trasladar su corte a Tung Hua. "Esto llevó tres días.

Poseía una enorme fortuna, una familia y 200 o 300 funcionarios y sirvientes", según recuerda. "Cuando llegamos a Tung Hua, los japoneses se habían rendido. Me ordenaron que me dirigiese de inmediato a Tokio, pero cuando llegué a Shen Yang (Mukden), los rusos ya estaban ahí y yo fui arrestado en el aeropuerto".

Desde Mukden, Pu Yi fue llevado a la Unión Soviética. Durante los cinco años siguientes fue trasladado de una prisión a otra, hasta que finalmente en 1950 fue devuelto a China y encerrado en Harbin y Fushun. "No sé por qué me devolvieron".

Le consulté si pensaba que era injusto haber estado encarcelado durante 11 años sin un juicio. "Por supuesto que no", respondió con rapidez, mostrando incluso una sonrisa.

La familia de Pu Yi ha sobrevivido a la revolución comunista en mejores condiciones que el emperador. La esposa que aún le queda es una bibliotecaria en Changchun, donde una vez gobernó como emperatriz. "Viene a visitarme de vez en cuando", dice Pu Yi. "Me han permitido ver a toda mi familia". Dice que recibe visitas una vez cada seis meses. Su tío es delegado del Congreso Nacional del Pueblo en Beijing y su hermano es un maestro en la capital. Sus seis hermanas, que antes vivían con él en la corte, todas viven ahora en Beijing. "La mayoría está ayudando en la reconstrucción de China", según explicó. "Son líderes de sus comités de calle".

La rutina diaria de Pu Yi comienza a las 6 de la mañana. No se realiza ningún trabajo en la prisión. El día transcurre entre juegos y lectura. "Yo mismo estoy estudiando la Historia de China y el desarrollo de la sociedad humana", me dijo. ¿Se refiere al marxismo? "Sí".

Estreché la mano de Pu Yi antes de abandonar la habitación. Esto le hizo sentirse incómodo y echó un rápido vistazo a los oficiales antes de coger mi mano.

¿Sabe lo que le va a ocurrir?, le pregunté. "No, pero cuidarán de mí", le dijo al intérprete.

VIDA DE EMPERADOR

El último emperador de China, Henry Pu Yi, nació en 1906. En ocasiones su nombre también ha sido escrito como Puyi, Pu-Yi o Buyi. Pu Yi no era chino, era miembro de la dinastía Ching, un manchú. Los manchúes eran nómadas originarios de Manchuria, en el nordeste de China. En 1644 conquistaron China, pero no se integraron con los chinos. Mantuvieron su propio idioma y costumbres, vivían aparte y sólo contraían matrimonio con otros manchúes.

Cuando Pu Yi nació, la dinastía Ching atravesaba serias dificultades. China había sido dominada por las potencias extranjeras, en su mayoría occidentales. El país estaba regido por la emperatriz madre Tzu Hsi, tras haber encarcelado al emperador nominal, Kuang Hsu, por conspirar contra ella. En su lecho de muerte la emperatriz nombró a Pu Yi, el hijo del hermano del emperador encarcelado, para que se convirtiera en el heredero, y para asegurarse de que el actual emperador no interfiriera en sus planes hizo que le envenenaran. Pu Yi tenía tres años cuando se convirtió en emperador. Su nombre imperial era Hsuan Tung.

El padre de Pu Yi, el príncipe Chung, actuó como su regente. En 1911 una rebelión obligó al príncipe a abdicar la regencia, mientras el general chino Yuan Shik Kai tomaba las riendas del gobierno.

Esperaba iniciar su propia dinastía y sugirió que Pu Yi debía abdicar. El Gran Consejo manchú accedió a ello y el 12 de febrero de 1912, el emperador con cinco años de edad renunció a su trono. Continuó viviendo en la Ciudad Prohibida y fue tratado con enorme respeto.

La Ciudad Prohibida se encontraba ubicada en la Plaza de Tiannamen en Beijing. El pueblo tenía prohibido entrar en la ciudad, rodeada por murallas de 11 metros de alto y un foso. Construida entre 1406 y 1420 por los emperadores Ming, dispone de los palacios de 24 emperadores, así como terrazas de mármol blanco y jardines y santuarios que ocupan una extensión de 150 hectáreas. Las paredes de la ciudad son rojas y la techumbre es dorada, los colores de la corte imperial. A nadie salvo al emperador se le permitía utilizar el color amarillo.

A pesar de que Pu Yi ya no era emperador, todo el mundo se inclinaba y le rendía pleitesía, incluyendo sus parientes, a los que veía en contadas ocasiones. Se convirtió en emperador a la edad de tres años y no volvió a ver a su madre hasta los 10. Su educación estuvo supervisada por cuatro concubinas de anteriores emperadores. En sus propias palabras: "A pesar de que tuve muchas madres, nunca conocí el amor materno". Su madre auténtica solía discutir con las concubinas sobre cómo había que educar a Pu Yi. Tras una de esas discusiones tragó opio y falleció. Por aquel entonces Pu Yi tenía 13 años. Su padre, el príncipe Chung, lo visitaba cada dos meses y nunca permanecía con él más de dos minutos.

Los eunucos también trataban a Pu Yi con gran formalidad. Dentro de la Ciudad Prohibida, iba siempre acompañado por una enorme procesión. No podía darse un paseo sin que su comitiva le siguiera con comida, medicinas y ropas. No tenía un horario fijo de comida. Cuando quería comer ordenaba "que traigan las viandas" y de inmediato los eunucos instalaban seis mesas llenas de comida. Cuando se encontraba de mal humor, ordenaba que los eunucos fueran azotados en su presencia. En una ocasión, ya adulto, ordenó que azotaran a un niño por haber intentado huir. El niño murió.

En 1917, cuando Pu Yi contaba 9 años de edad, un señor de la guerra llamado Chang Hsun decidió reinstaurarle en el trono. El ejército de Chang puso a Beijing bajo sitio y Pu Yi publicó un edicto anunciando que volvía a ser emperador de nuevo. Los líderes del gobierno republicano acusaron a los monárquicos de utilizar a Pu Yi como títere, lo cual, por supuesto, era cierto.

Seis días después de la restauración, un aeroplano arrojó tres bombas sobre la Ciudad Prohibida. Se trató del primer bombardeo aéreo en la historia de China. Pu Yi se encontraba dando clase cuando escuchó las explosiones. Más tarde afirmó que "estaba tan aterrorizado que me temblaba todo el cuerpo y las caras de mis tutores palidecieron". Luego pudo escucharse el sonido de armas de fuego que se aproximaban a la Ciudad Prohibida. Pu Yi volvió a perder el trono Pu Yi recibió una educación con muchos altibajos. Estudió a los clásicos, Historia y poesía, pero no aprendió nada de Matemáticas, Geografía o ciencias. Sus clases eran en chino y manchú. A los 13 años comenzó a estudiar inglés.

Los manchúes todavía albergaban esperanzas de restaurarlo en el trono y deseaban que mantuviera contacto con las potencias occidentales, por si pudieran ayudarles a alcanzar su objetivo. Contactaron entonces con un oficial de alto rango de la Oficina Colonial inglesa. Se llamaba Reginald Johnston. En realidad no era un profesor: su auténtica labor consistió en actuar de intermediario entre Pu Yi y el Gobierno británico. No obstante, sí ayudó a Pu Yi a hablar inglés; él y el niño se convirtieron en estrechos amigos. Pu Yi resultó profundamente influenciado por Johnston y desarrolló una fascinación por todo lo occidental. Le pidió que le ayudara a escoger un nombre en inglés. El oficial le entregó una lista con nombres de monarcas británicos y Pu Yi eligió el de Henry: por ese motivo en las enciclopedias el último emperador de China aparece como Henry Pu Yi.

Johnston fue el primero en notar que Pu Yi necesitaba gafas. Los consejeros de Pu Yi mostraron su desacuerdo al considerar unas lentes como algo demasiado occidental para un emperador chino. Sin embargo, Pu Yi no les hizo caso y utilizó gafas durante el resto de su vida.

A medida que Pu Yi aprendió más sobre el mundo, cayó en la cuenta de que se hallaba prisionero en la Ciudad Prohibida. A los 15 años intentó escapar sobornando a los guardias apostados a la puerta. Cogieron su dinero y a continuación le traicionaron. Nunca logró salir fuera de las murallas.

LA HORA DE LA BODA

Cuando cumplió los 16 años, sus consejeros decidieron que era hora de que se casara. Le entregaron fotografías de cuatro jóvenes manchú y le dijeron que escogiese a una. Escogió a una niña de 13 años llamada Wen Hsiu. Sus consejeros no estaban contentos con la elección y le dijeron que Wen Hsiu era demasiado fea para ser emperatriz. Ante su insistencia, decidió escoger otra novia, una muchacha de gran belleza y de su misma edad. Era Wan Jung, que más tarde sería conocida como Elizabeth.

Elizabeth se convirtió en su esposa oficial y Wen Hsiu, su primera elección, en concubina. Durante la noche de bodas con Elizabeth, a Pu Yi le entró pánico y huyó de sus aposentos. Cabe la posibilidad de que nunca llegara a consumar sus matrimonios. No tuvo hijos.

En 1924, la Ciudad Prohibida fue rodeada nuevamente por el ejército de otro señor de la guerra, Feng Yu-Hsiang, que no tenía intención de reinstaurar a Pu Yi en el trono. Pu Yi fue obligado a abandonar la Ciudad Prohibida por primera vez desde que se convirtiera en emperador. Se llevó consigo su sello imperial y una maleta repleta de piedras preciosas.

El adolescente ex emperador viajó en limusina hasta la mansión de su padre, el príncipe Chung. Una vez allí, uno de los hombres de Feng le llamó "señor Pu Yi". Por primera vez en su vida fue tratado como un ciudadano normal, y eso le encantó. "Como emperador, jamás disfruté de la libertad. Ahora he descubierto mi libertad", exclamó. Sin embargo, seguía siendo un prisionero y no había descartado su sueño de recuperar el trono. Al poco tiempo, Johnston le ayudó a escapar hasta la delegación japonesa.

Las esposas y séquito de Pu Yi se reunieron con él en la sede diplomática japonesa en Beijing. Más tarde se trasladaron a Tientsiu, en la costa china, donde los japoneses disfrutaban de un amplio poder. Pu Yi alquiló una mansión llamada El jardín de Chang, donde quedó establecida su corte, y permaneció ahí durante años, mientras conspiraba para recuperar el trono.

Tientsin era una ciudad cosmopolita y tanto Pu Yi como su esposa Elizabeth tenían una ajetreada vida social. Su relación personal era muy fría. Elizabeth llamaba a su marido eunuco. Pu Yi se llevaba mejor con su concubina, Wen Hsiu. Aunque finalmente ésta solicitó el divorcio, posiblemente por sentir celos de la posición de Elizabeth como emperatriz. El divorcio era algo sin precedentes en la historia de la familia imperial, pero Pu Yi no quería un escándalo público y se lo concedió. Wen Hsui regresó a Beijing.

EL RETORNO

En 1931, el Ejército japonés invadió Manchuria. Pu Yi estaba encantado. Aceptó su oferta de introducirle clandestinamente. Vestido con el uniforme de oficial japonés fue llevado a un río donde aguardaba un barco que, sin él saberlo, estaba listo para explotar en caso de que fuera capturado por los chinos. Pero consiguió llegar a alta mar sano y salvo. Allí fue recogido por un buque japonés que le llevó a Manchuria.

Más tarde, Elizabeth se reunió con él, pero ella y Pu Yi pasaban muy poco tiempo juntos. Ella tuvo una aventura con un guardia y Pu Yi la castigó confinándola a sus aposentos. Con el paso del tiempo, la emperatriz se convirtió en adicta al opio, deteriorándose física y mentalmente. En una ocasión, durante un banquete, cogió un trozo de pavo y comenzó a devorarlo como si fuera un animal salvaje. Estaba perdiendo completamente el juicio.

Los japoneses crearon un nuevo estado en Manchuria llamado Manchukuo y convirtieron a Pu Yi en jefe del gobierno, lo cual le enfureció: él quería ser emperador. China denunció a Manchukuo como un estado ficticio y a Pu Yi como un traidor. Los únicos países importantes que reconocieron a Manchukuo fueron Japón, Alemania e Italia.

No fue hasta 1934 cuando los japoneses aceptaron convertir a Pu Yi en emperador de Manchukuo. Adoptó como título de su reinado el de Káng Teh o Tranquilidad y Virtud. Los japoneses le proporcionaron un palacio y dinero, y también tomaron todas las decisiones por él. Era un títere que tenía muy poco que decir, incluso en el plano de su vida personal. Los japoneses le presionaron a él y a su hermano para que se casaran con mujeres japonesas, lo cual, obviamente, hubiera introducido a espías japoneses dentro de la familia de Pu Yi. Éste se resistió tomando como nueva consorte a una mujer de origen manchú llamada Yu-Ling o Años de Jade. Pero su hermano cedió y contrajo matrimonio con Hiro Saga, la hija de un noble japonés. Tuvieron dos hijas.

Seis años después de casarseYu-Ling falleció. Pu Yi sospechó que los japoneses la habían envenenado. Otra vez le solicitaron que tomara una esposa japonesa. Finalmente aceptó casarse con una muchacha manchú que estudiaba en un colegio japonés. De nuevo le entregaron fotografías y le dijeron que eligiera. Escogió una chica de 14 años llamada Yu-Chin o Laúd de Jade.

Durante la II Guerra Mundial, Japón convirtió a Manchuria en una base industrial-militar. Hacia el final de la contienda, los soviéticos invadieron Manchuria. Una vez más, Pu Yi huyó de su palacio sólo con una maleta llena de joyas y un sello imperial. Se retiró con su familia y séquito a una pequeña localidad.

Cuando supo que Japón se había rendido, abdicó. Más tarde, Manchuria volvió bajo la administración china.

Los soviéticos le dijeron a Pu Yi que sería enviado a Japón y que podía escoger a ocho personas para que le acompañaran. Seleccionó a su hermano, tres nietos, dos cuñados, un médico y un sirviente. Abandonó a sus esposas y nunca más volvió a ver a Elizabeth. La bella emperatriz opiómana murió a los 40 años de edad en una prisión china.

Pu Yi y su comitiva no fueron llevados al Japón tal como se les prometió. Volaron a la Unión Soviética y fueron mantenidos bajo arresto domiciliario. A Pu Yi se le trató muy bien. Al parecer, Stalin pensaba que más tarde el ex emperador podría ser de utilidad a la URSS. En 1946 fue llevado a Tokio para testificar contra los criminales de guerra japoneses que habían sido sus aliados. Insistió en que no había actuado con libertad en Manchukuo, sino como un títere. Después del proceso judicial pasó cuatro años más bajo custodia soviética. En esa época se aficionó a la jardinería.

Por fin, en 1950, los soviéticos cedieron el control de Pu Yi. Fue obligado a abandonar su agradable villa en Rusia y regresar a China, donde inmediatamente lo condujeron a un campo de prisioneros donde permaneció durante 9 años. Durmió en una celda junto con otros prisioneros, se hacía su propia cama, realizaba todo tipo de labores y logró superar un constante lavado de cerebro. Los comunistas le obligaron a traicionar sus costumbres budistas matando moscas y ratones. Pu Yi siguió mansamente las exigencias de sus captores, sabiendo que tenía que hacer todo lo que le ordenaran si quería mantener la esperanza de ser liberado algún día. Al cabo de un tiempo entregó voluntariamente su sello imperial al Gobierno comunista.

En diciembre de 1959 fue finalmente liberado. Tenía 53 años. La Ciudad Prohibida ya estaba abierta al público y el ex emperador la visitó en calidad de ciudadano de a pie.

Pero Pu Yi todavía era un títere. El Gobierno chino lo envió a trabajar a los jardines del Instituto Botánico de la Academia de las Ciencias. Se le mantuvo ocupado realizando apariciones públicas en nombre del gobierno y obtuvo cargos gubernamentales. Animado por las autoridades escribió su autobiografía. En 1962, Mao Zedong organizó la boda de Pu Yi con Li Shu-hsien, miembro del Partido Comunista. Por primera vez en la Historia, un emperador manchú se casaba con una mujer china.

Cuando Pu Yi murió en 1967, en medio del vendaval desatado por la "revolución cultural" impulsada por Mao, se rumoreó que había sido asesinado por los revolucionarios. El hecho es que posiblemente muriera de cáncer. El informe oficial indica que sufría un cáncer renal, uremia y anemia cardiaca. China continúa hoy siendo comunista y parece poco probable que vuelva a instaurarse la monarquía.

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Citación

David Lancashire, “Encuentro en la cárcel con el último emperador.,” Repositorio HISREDUC, consulta 25 de abril de 2024, http://repositorio.historiarecienteenlaeducacion.com/items/show/4245.