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¿Cómo alimentar a 9 mil millones de personas?
Título
¿Cómo alimentar a 9 mil millones de personas?
Autor
Bruno Parmentier
Fecha
2009
Fuente
Parmentier, Bruno (2009) Nourrir l'humanité: Les grands problèmes de l'agriculture mondiale au XXI siècle.
LA DECOUVERTE: http://www.editionsladecouverte.fr/catalogue/index-Nourrir_l_humanit__-9782707157027.html
LA DECOUVERTE: http://www.editionsladecouverte.fr/catalogue/index-Nourrir_l_humanit__-9782707157027.html
Descripción
Alimentar a los franceses? La tarea es relativamente fácil, ya que desaparecieron maldición milenaria que hizo que todo el mundo preocupados por su subsistencia diaria. Alimentar al mundo? Un reto mucho más complejo frente al escándalo de 850 millones de personas que no pueden comer hasta saciarse y tres mil millones de seres humanos más que va a alimentar en 2050. bordea el imposible, por lo que el mundo dejará de agua, tierra y energía, y vamos a hacer frente a los efectos de nuestras incoherencias actuales: el calentamiento global, la contaminación, erosión, pérdida de la biodiversidad ...
en este libro se presentan todos los aspectos de este enorme desafío, probablemente el más grande en el XXI ° siglo y para el cual la agricultura de nuevo serán llamados a tomar el centro del escenario. Muy educativo y están expuestos los problemas del futuro de los subsidios agrícolas en un comercio "globalizado", los informes sobre la agricultura con la agroindustria y al por menor, el riesgo de crisis de salud de gran magnitud, la expansión de la producción de GM, sino también la aparición de nuevos países exportadores (china, Brasil), etc. Un libro completo que accesible, que cautivará a los agricultores y ciudadanos urbanos y tomadores de decisiones.
en este libro se presentan todos los aspectos de este enorme desafío, probablemente el más grande en el XXI ° siglo y para el cual la agricultura de nuevo serán llamados a tomar el centro del escenario. Muy educativo y están expuestos los problemas del futuro de los subsidios agrícolas en un comercio "globalizado", los informes sobre la agricultura con la agroindustria y al por menor, el riesgo de crisis de salud de gran magnitud, la expansión de la producción de GM, sino también la aparición de nuevos países exportadores (china, Brasil), etc. Un libro completo que accesible, que cautivará a los agricultores y ciudadanos urbanos y tomadores de decisiones.
Idioma
Castellano (Fragmento)
Francés (Original)
Francés (Original)
Texto original
[Extracto]
Probablemente dentro de unos años dirán, refiriéndose a la alimentación mundial, que el siglo XXI comenzó en 2007, pues hemos pasado en ese momento de una situación de abundancia (en algunos países solamente, por supuesto) a otra de escasez (ligero exceso de la demanda sobre la oferta mundial). Los precios agrícolas, que no pararon de caer durante décadas, están empezando a repuntar con fuerza sorprendente, ganando en pocas semanas el terreno perdido durante veinte a treinta años de declive (cereales, pan, arroz, leche, carne, etc.)
Los países exportadores tradicionales han cerrado sus fronteras para mantener sus cultivos para ellos, los especuladores se han frotado las manos, y muchos países importadores, en América, África y Asia, han sufrido las revueltas del hambre; en los países ricos, preocupa el poder adquisitivo y se teme por la escasez de alimentos y la reaparición del hambre en ciertos sectores sociales de la población. Esta inversión de la situación global tendrá consecuencias duraderas. Ahora nos damos cuenta de que la sensación de seguridad del suministro de alimentos que caracterizó a los países ricos a fines del siglo XX ha sido probablemente un doble paréntesis histórico y geográfico: histórico, ya que duró sólo unas décadas, y geográfico, porque afecta a un tercio de la humanidad.
Las consecuencias, en cadena, han sido innumerables: muchos países que habían descuidado su agricultura desde hace varias décadas han tomado conciencia de la fragilidad de una política de abastecimiento basada en la compra de excedentes de alimentos baratos en el mercado mundial. Los barrios bajos de muchas capitales del Sur se han visto privados del acceso al arroz tailandés, al trigo francés o al maíz americano. Los antiguos campesinos, que habían sido expulsados de sus tierras, ante la indiferencia de sus gobiernos y de la comunidad internacional cuando tuvieron que abandonar la agricultura de subsistencia, precisamente por estas importaciones a bajo precio que los habían arruinado, se encuentran una vez más en una situación crítica: emigrados a la ciudad, no pueden pagar los alimentos a precios asequibles, y tienen muy pocas oportunidades de regresar a la agricultura de subsistencia en sus antiguas tierras.
El fenómeno del aumento de precios de los cereales es mucho más grave en el Tercer Mundo que en los países ricos. Por un lado, como en los países pobres se comen muchos productos sin procesar (arroz, frijoles, maíz, harina de trigo, soja, etc), los precios mundiales tienen un impacto directo sobre el poder adquisitivo; por el contrario, en los países ricos sólo se consumen sin transformar algunos productos agrícolas, como frutas y verduras, mientras en el resto, muy elaborados, intervienen otros muchos factores en la evolución de los precios al consumidor (costo de salarios,
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energía, transporte, alquileres, etc.). Por otra parte, las barriadas pobres de las ciudades del Tercer Mundo destinan entre la mitad y las tres cuartas partes de sus ingresos a la compra de alimentos, mientras que la población rica de los países desarrollados apenas gasta entre el 10% y el 20% de su presupuesto en alimentos. El efecto de los aumentos de precios en los distintos conjuntos sociales no es, ni con mucho, el mismo.
Según el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA), una agencia de la ONU, por cada aumento del 1% en el precio de los alimentos básicos, 16 millones más de personas se ven afectadas por la inseguridad alimentaria. Se estima que 1.200 millones de personas podrían estar crónicamente hambrientas desde ahora hasta el año 2025, el doble de lo que se había previsto anteriormente. De hecho, la FAO estima que el número de personas subnutridas ha aumentado sólo durante 2007 en 75 millones (de 850 a 925 millones), mientras que el índice de precios de los alimentos creció un 12% en 2006 respecto al año anterior, un 24% en 2007 y un 50% durante los siete primeros meses de 2008.
La demanda de alimentos no deja de crecer
El crecimiento de la población, por una parte, continúa. El incremento de la población mundial supera las 200.000 personas al día, y, por lo tanto, cerca de 80 millones al año (es el saldo entre nacimientos y defunciones), lo que significa 80 M más de consumidores. Se debe estabilizar la población mundial en alrededor de 9.000 millones en 2050, lo que representa 1.100 millones de asiáticos, 800 millones de africanos y 400 millones de latinoamericanos más. Estos incrementos requieren aumentar de manera constante la producción agrícola mundial en un 1,2% anual.
En segundo lugar, hay mucha más gente que come carne. También se debe contar con el cambio de la dieta. En todas las latitudes y en todas las culturas, se observa un fenómeno absolutamente universal: cuando las personas que han comido alimentosa básicos durante generaciones consiguen elevar su bienestar material, se apresuran a comprar y consumir azúcares, grasas y en general productos de origen animal (carne, leche, huevos). Eso es lo que ocurrió en Francia en el siglo XX: desde 1950, se ha pasado de 44 a 85 kg de carne al año por habitante, de 5 a 18 kg de queso, de 10 a 25 kg de pescado, de 5 a 14 kg de aceite. Sin embargo, se redujo en más de la mitad el consumo de pan y patatas. Podemos observar este fenómeno ahora en las clases medias de los países emergentes, especialmente en China (en carne) y la India (en leche). Estamos hablando de cientos de millones de personas. Y, sin embargo no hemos visto lo peor: supongamos que los trabajadores chinos, que ahora se pueden comer un ala de pollo con el arroz, empiezan a comer más queso, y que los trabajadores indios, que beben más leche, dejan de creer en la reencarnación y también empiezan a comer carne ...
Se necesita una media de 4 kg de proteína vegetal para producir un kilo de pollo. Esta proporción es de 6 a 1 para carne de cerdo y de 12 a 1 para la carne de vacuno. Las poblaciones que anteriormente estaban obligadas a ser vegetarianas y que se convierten en carnívoras, ejercen fuertes presiones sobre los recursos del planeta, en especial sobre todos los que son escasos: tierra, agua y energía.
Si la sobrepoblación en el mundo es un fenómeno preocupante, no debemos olvidar otro hecho: la sobrepoblación real es la de la ganadería. El peso acumulado de los 1.400 millones de cabezas de bovinos es actualmente superior a los 6.500 millones de seres humanos del planeta. El 80% de los alimentos animales proviene de cultivos aptos para el consumo humano: maíz, trigo, sorgo, soja, etc. La cría del ganado consume por sí sola el 44% de la producción mundial de cereales. Un vegetariano consume en promedio 180 kg de grano al año y un consumidor de carne alcanza el equivalente de 930 kg de grano al año.
Es muy poco probable que se impida a las clases medias del mundo comprar más productos de origen animal. La política más realista es, por tanto, acelerar lo más posible la evolución natural, que hace que después de varias generaciones de abundancia, despilfarro y obesidad, la gente se vuelve más razonable y terminan comiendo menos carne y más frutas y verduras para bajar de peso de nuevo. Podríamos entonces compensar parcialmente el aumento del consumo de la clase media del Tercer Mundo por una disminución de la de las clases acomodadas del mundo occidental. Pero no está claro cuáles son las políticas adoptadas para acelerar el proceso de compartir información y formación en el consumo de alimentos "responsable"
Un desorden claramente escandaloso
Entre el 10% y 15% de los cultivos del mundo se pierden, con picos de hasta un 50% en algunas zonas. En el caso de los cereales, las causas son muchas: pérdida de grano antes o durante la cosecha, caída de los tallos, pudrición o deterioro durante el almacenamiento, comida de los pájaros, deterioro por insectos o mohos, pérdidas durante el transporte o la limpia, etc. Hay un enorme nicho por explotar en el siglo XXI, siguiendo el modelo de lo que han hecho, por ejemplo, los países europeos; son especialmente necesarias importantes inversiones en almacenamiento en muchos países del Sur.
Pero los países ricos occidentales y los denominados en transición también tienen sus propios problemas de desorden, que se trasladan de la producción al consumo. La cantidad de alimentos tirados a la basura en todas las etapas es fenomenal. Desde los supermercados, cuyos empleados a menudo dicen que "su principal cliente es el contenedor de basura”, a los restaurantes y cafeterías, con normas de higiene que les prohíben reutilizar los restos de comida, pasando por los particulares. Desde la reciente crisis de salud, se hace aún más difícil recuperar los restos de los restaurantes y panaderías para dárselo a los cerdos.
Por otra parte, se consolida la tendencia hacia el aumento del tamaño y el contenido de elementos complejos en las raciones servidas, especialmente en los EE.UU. (las raciones servidas en América del Norte en los restaurantes son 30-40% más abundantes que las de Europa), lo que incrementa tanto la obesidad como la cantidad de desechos. Se inicia, así, el siglo XXI con más personas con sobrepeso que desnutridas (1.100 millones, de los que alrededor de 400 son francamente obesos). Y esos números están aumentando rápidamente. Según la Organización Mundial de la Salud, la obesidad es la primera epidemia no infecciosa en la historia de la humanidad.
Por no mencionar el considerable peso de los envases de alimentos (en su mayoría no retornables y no reciclables), los kilómetros recorridos en coche para ir de compras al supermercado, y la desfachatez de los occidentales de añadir mil millones de nuevos consumidores… Tanto que no se han encontrado formas efectivas para almacenar energía ni energía alternativa al petróleo, transportable a buen precio; a lo que se suma la voracidad de los miles de millones de coches (>60 millones por año), cuyos propietarios, solventes, representan una amenaza considerable de aumento de la demanda de productos agrícolas. Si se materializa esa amenaza, es inevitable que cause grandes conflictos entre la atención a la alimentación básica de los pobres o al tanque de gasolina de los ricos. En el estado actual de la técnica de los biocombustibles de primera generación, una hectárea de colza permite el funcionamiento de un vehículo diesel durante 25.000 km y 1 hectárea de remolacha azucarera permite doblar esa cifra para un coche de gasolina. Además, hay que contar con que una tonelada de petróleo equivalente es capaz de producir tres toneladas de diéster (y los balances son mucho más pobres para producir etanol del maíz o de la remolacha) Para hacer rodar a todos los coches franceses mediante bio-combustibles con las tecnologías actuales, deberíamos dedicar todas las tierras de cultivo del país a ese fin. Pero entonces ¿qué comemos?
La primera generación de bio-combustibles a base de cereales y oleaginosas, representa un verdadero error histórico. No se pensó más que en sus bondades: iban a sostener la caída de los precios, servían para luchar contra el efecto invernadero, iban a crear empleo y a contribuir a la independencia energética nacional. Decepción cruel: producen penurias graves y tienen un costo ecológico prohibitivo, hasta tal punto que se empieza a preguntar si, en última instancia, no agravan el efecto invernadero. Si no teníamos suficientes granos y oleaginosas producidos sosteniblemente, ¿cómo se puede elegir quemarlos en los motores?
Es probable que pronto tengamos que reconvertir las plantas de bioetanol y diéster europeas de primera generación; afortunadamente, no se han construido muchas, a diferencia de los EE.UU. que han levantado 170. Este país reserva ahora sus excedentes de maíz para la fabricación de gasolina, a expensas del suministro de alimentos a Méjico; existe una relación directa entre el tanque de combustible de los ricos y el avituallamiento de la mesa de los pobres: ha sido lo que ha provocado las primeras revueltas del Hambre, en enero de 2007, cuando el precio de las tortitas de maíz, un alimento básico de este país, se incrementó en un 50 %. Si los europeos persisten en esta política, también pueden convertirse en "causantes del hambre del planeta"
La hoja de ruta es sencilla: hay que encontrar, al estilo de lo que está sucediendo en Brasil con la caña de azúcar, plantas que proporcionen mucha biomasa y requieran poca energía (probablemente, pues, deberán ser plantas perennes), que consuman la menor cantidad de agua posible (puesto que va a haber escasez), y que se desarrollen en tierras distintas a las que ya se utilizan para producir alimentos (puesto que no hay suficientes). Este es el reto de los biocombustibles de segunda generación, en cuyo desarrollo se debe invertir de manera rápida y eficaz para reducir los plazos de diez años que se están manejando para su puesta a punto. Se debería acelerar el proceso desarrollando nuevas plantas mediante ingeniería genética, aunque surgen otros problemas: si la biomasa se utiliza para mover nuestros vehículos, tendremos menos para fertilizar la tierra, y si se consiguen plantas resistentes que crecen muy rápidamente, ¿cómo asegurarse de que no invadan todo, incluidos los campos de cereales?
En suma, el desafío al que se enfrenta la agricultura mundial es simple: aumentar la producción agrícola constantemente en el 2% anual con el fin último de que se duplique para 2050. Pero con diferencias considerables según continentes: se debe multiplicar por cinco la producción agrícola en África, e incluso "sólo por tres" si los africanos permanecen como vegetarianos (la población se duplicará, pasando de 800 a más de 1.500 millones, y ya hay entre un 30 y un 50% de personas que no comen suficiente)
Es prácticamente imposible. En Asia, sería necesario multiplicar la producción por 2,3, otro reto enorme, dados los altos rendimientos actuales y la falta de tierras. Por el contrario, en América Latina, bastaría con multiplicar "sólo" por 1,9, que es probablemente posible porque puede aumentar los rendimientos y la superficie cultivada. La población europea, por su lado, debe disminuir (no hay más que dos países por encima del nivel de reemplazo de la población, Irlanda y Francia) y probablemente no tenga problemas de abastecimiento. Hay que tener en cuenta, sin embargo, a pesar de todas las proclamas sobre el cierre de las fronteras, es probable que sobrevenga una inmigración masiva, aunque sólo sea para mantener en su proporción actual la fuerza de trabajo.
Dificultades reales para aumentar el suministro de alimentos
En cuanto a la producción agrícola mundial, se puede ser optimista y observar que se ha hecho mucho en el siglo XX, que comenzó con 1.800 millones de personas y terminó con 6.300, o 4.500 millones de personas adicionales. Como había casi tantas personas que pasaban hambre en 2000 que en 1900 (alrededor de 850 millones) se logró esta hazaña de alimentar a 4.500 millones más de bocas suplementarias. Desde este punto de vista, el alimentar a un poco menos de tres mil millones más en el siglo XXI debe ser relativamente fácil.
Pero también se puede ser pesimista, señalando que lo hecho era lo más fácil: producir más alimentos con muchos más suministros (inputs) en la tierra (más agua, más energía y más productos químicos). El reto del siglo XXI será mucho más complicado para el futuro: esta vez se debe producir más (y mejor), pero con menos: menos tierra, menos agua, menos energía y menos productos químicos. Se llegan a tocar los límites del planeta, y se necesita mucha inteligencia y movilización colectiva para lograr cruzar este nuevo umbral.
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El calentamiento plantea enormes problemas para la agricultura. 2007 fue el año de la toma generalizada de conciencia sobre la realidad del calentamiento global y de la enorme amenaza que representa para la humanidad desde ahora, con el punto de inflexión que significó la asignación del Nobel de la Paz a Al Gore y el IPCC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático).
Por desgracia, este calentamiento no promete casi nada bueno para la agricultura (incluso si significase que se pudieran cultivar algunas nuevas tierras en Siberia, y en Tierra del Fuego y en el norte de Canadá), pues no veremos generalizarse las lluvias benefactoras, sino más bien intensificar los meteoros extremos: avance de los desiertos, secado de ríos y aguas subterráneas, por un lado; inundaciones, tormentas y huracanes de alta potencia, por otro. La cantidad total de agua que caerá del cielo será ligeramente superior, dada la mayor evaporación, pero estará peor repartida, por no hablar ya de la invasión marina de las tierras muy fértiles de los grandes deltas y del ascenso del nivel del agua salada en los acuíferos.
Los expertos predicen que el cambio climático generará al menos 150 millones de refugiados climáticos en los próximos años, y si el clima se deteriora "realmente", esta cifra podría estar más cerca del millardo. Será un fenómeno de gran relevancia que causará gran tensión internacional.
Porque en verdad, ¿a dónde van esos refugiados? ¿A los países vacíos, como Rusia? ¿A aquellos que han contribuido de manera especial al calentamiento del planeta como los Estados Unidos? ¿O, más probablemente, a los países vecinos, también pobres, lo que lleva a la cadena de desestabilización y de hambrunas, especialmente en el Indo-Pakistán, Asia tropical, África y el Sahel? No creamos que estos cambios climáticos afectarán sólo a los países pobres y tropicales. Los expertos predicen que para el año 2050, el tiempo que habrá en Angers será como el actual de Niza, mientras en Niza habrá un tiempo como el de Argel. Si tienen razón, eso significa que se deberán transformar los sistemas de producción en la mitad septentrional de Francia, favoreciendo la adopción de cultivos de invierno y construyendo infraestructuras de riego; y sólo habría agricultura eficiente en el SE de Francia si se establecieran regadíos permanentes. Todo ello exigirá grandes inversiones agroambientales muy rápidamente, incluso en Francia.
La superficie de tierras cultivadas está disminuyendo
Las buenas tierras de cultivo, ni demasiado calientes ni demasiado frías ni excesivamente pendientes, ni urbanizadas ni erosionadas ni contaminadas y que reciban lluvias regulares, son un bien muy escaso en el planeta. De hecho, no se cultivan (excluyendo pastizales y bosques) más que alrededor de 1.500 millones de hectáreas, o sea el 12% de los 13.100 millones de hectáreas emergidas (sin contar la Antártida y el indlansis groenlandés).
A escala mundial existen todavía algunas reservas, pero se encuentran principalmente en las selvas tropicales de la cuenca del Amazonas, el Congo y el Sudeste de Asia, en particular Indonesia y Malasia. Ponerlas en cultivo representa un riesgo real de empeoramiento del calentamiento global y de desertificación
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relativamente rápida de estas zonas ambientalmente sensibles (recordemos que un día también el Sahara era un bosque virgen). Eso es lo que hacemos, a razón de 140.000 km2 cada año, y sabiendo que sólo se replanta la mitad del bosque roturado. Desafortunadamente esto no sirve para aumentar la superficie total de la "granja-mundo", porque año tras año perdemos más tierra de la que ganamos. En efecto, la erosión y la urbanización están ganando terreno a un ritmo alarmante. Incluso en Francia, ya muy bien dotada de equipamientos, la construcción de viviendas principales y secundarias, las infraestructuras de transporte, aparcamientos, parques de atracciones y campos de golf llevan a perder el equivalente a un departamento agrícola cada diez años. En China, donde cada año se instalan en las ciudades entre 15 y 20 millones de habitantes rurales, sacrifica para ello alrededor de 1 millón de hectáreas.
Es así como, en 1960, cada habitante del planeta disponía potencialmente de 0,43 hectáreas de tierra cultivable. Hoy en día no cuenta con más de 0,25 ha. A este ritmo, los terrícolas de 2050 no tendrán más de 0,15 hectáreas per cápita, es decir, si hoy una hectárea da de comer a 4 personas, en 2050 tendrá que alimentar a 6.
Va a faltar agua para riego
El agua es simplemente indispensable para el cultivo de las plantas. Además de alimentarlas, es una especie de combustible para su crecimiento. En efecto, si la planta no transpira constantemente, -lo que provoca el secado de las partes extremas-, la savia no puede subir por capilaridad. Por lo tanto, se necesitan cantidades muy grandes de agua para la agricultura: un promedio de 1 tonelada de agua para producir un kilogramo de cereales. Un europeo medio consume con su comida el equivalente de más de 4 toneladas de agua “virtual” al día (agua virtual es la cantidad de agua necesaria para producir y suministrar todo lo que ingiere o tiene en su mesa).
A lo largo de la historia, los hombres han intentado superar la aleatoriedad de las lluvias. En el siglo XX, se ha invertido mucho en la puesta en regadío para compensar la irregularidad pluvial. El planeta tiene actualmente 200 millones de hectáreas de regadío, equivalentes a 1 de cada 7 hectáreas cultivadas; sabemos que es imposible duplicar esa superficie; las 44.000 presas que se han construido necesitan, todas, labores de mantenimiento, debido a su encenagamiento, a las grietas, etc. Las nuevas obras serán mucho más caras, ya que se encuentran en lugares menos accesibles o menos favorables para el almacenamiento de agua (por fuerte evaporación, por ejemplo), y no se tiene seguridad de poder mantener el agua almacenada.
Otro obstáculo para el riego: el descenso del nivel de las aguas subterráneas (los niveles piezométricos). Es un gran problema en todo el mundo porque a menudo se bombea mucha más agua de la que se regenera. Ejemplos: los 200.000 pozos del acuífero Oglala en el centro sur de Estados Unidos ya han agotado casi la mitad del agua almacenada; el acuífero del valle del Ganges ha descendido unos 60 metros; se observa una rápida pérdida del nivel de las aguas subterráneas, de 2 a 3 metros por
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año, en países tan diversos como Méjico (Guanajuato), China (Hebei), Pakistán (Baluchistán) e Irán (Chanaran).
Ríos, actualmente muy cargados en el verano debido al derretimiento acelerado de los glaciares, -lo que permite un intenso bombeo de sus aguas para el riego- están comenzando a secarse uno tras otro, en todos los continentes. Muchos lagos y mares interiores desaparecen por completo, como el lago Chad, el Mar de Aral o el lago Owens. En el siglo XXI, el acceso al agua es seguro que será una fuente de grandes conflictos en todos los continentes, especialmente en el Oriente Medio y Asia.
En suma, el riego de los cultivos puede llegar a ser mucho más complicado en el siglo XXI que lo que fue en el XX. Los expertos estiman que el nivel máximo de las zonas regables en el mundo podría llegar a unos 240 millones de hectáreas, sólo el 20% más que en la actualidad. Inevitablemente, tendrán que hacerse grandes esfuerzos para economizar agua (las pérdidas de caudal en las conducciones de agua y las pérdidas de agua potable son penosas), y para encontrar maneras de alimentarse con plantas ahorradoras de agua.
Así, se corre el riesgo de que el comercio internacional de productos alimenticios se haga más en términos de equivalencia de agua, siguiendo el principio: "Si no tenéis agua, importad carne y cereales!" Desde finales de 1980, el Medio Oriente y América del Norte ha comprado un promedio de 40 millones de toneladas de grano por año, en términos de agua virtual representa 40.000 millones de toneladas, es decir, más que la cantidad de agua utilizada para la agricultura en todo Egipto.
La energía escasa y cara obliga a revisar todas las técnicas agrícolas
Llegamos al final de un largo periodo de energía abundante y barata. Las técnicas agrícolas, como todas las técnicas inventadas en este período, son particularmente grandes consumidoras de energía. En la agricultura altamente mecanizada y con elevados suministros (= insumos: fertilizantes, pesticidas, etc.), se necesitan actualmente más de un centenar de litros de equivalente de petróleo para producir 1 tonelada de trigo.
Los 28 millones de agricultores de todo el mundo que poseen un tractor (y todo lo que ello conlleva: semillas mejoradas, fertilizantes, pesticidas, riego, asistencia técnica, instalaciones de almacenamiento, etc.), tienen hoy una ventaja comparativa con respecto a los 250 millones de campesinos que trabajan con tracción animal (bueyes, cebúes, burros, camellos, mulos) y con técnicas a menudo rudimentarias, y una ventaja formidable con respecto a los más de mil millones de campesinos que sólo tienen su propia fuerza física y normalmente no tienen acceso a estas mejoras técnicas. Pero con un precio del petróleo permanentemente elevado, deberemos reinventar completamente otras técnicas agrícolas modernas.
Para empezar, será necesario dar muchas menos labores, reducir el uso de fertilizantes sintéticos, dejar de calentar los invernaderos en invierno y reubicar a una parte significativa de la producción agrícola lo más cercana a las zonas de consumo.
La química agrícola está a punto de terminar
Una parte importante del aumento masivo de la producción agrícola en la segunda mitad del siglo XX se debe a la química. La "revolución verde" que se ha impulsado en Europa, Norteamérica y Asia, en particular, ha ayudado a alimentar a una humanidad recrecida. En Francia se obtiene actualmente de manera regular tres o cuatro veces más de trigo por hectárea que después de la Segunda Guerra Mundial (80 quintales en lugar de 25). Esto se debe a la externalización de cuatro funciones simultáneas: alimentación de las plantas (fertilizantes), tratamiento (fungicidas), eliminación de plagas (insecticidas) y eliminación de "malas hierbas" (herbicidas). Los éxitos han sido notables durante los últimos cincuenta años, la producción agrícola mundial se ha multiplicado por 2,6.
Ahora se deben afrontar tres problemas simultáneos: el creciente precio de la energía y el agotamiento de las minas hacen que estos materiales sean cada vez más escasos y caros; las desventajas en términos de contaminación de suelos, aguas subterráneas, costas y, finalmente, de la cadena humana, son cada vez más asumidos y, por lo tanto, cada vez menos aceptados socialmente; estamos viendo desde la década de 1990 que los rendimientos están llegando a su techo, lo que nos hace pensar que hemos alcanzado los límites de esta tecnología. Pero hay un problema mayor: no hay nuevas funciones por inventar que podrían impulsar el crecimiento de la productividad. En general, la química, probablemente no podrá "salvar" a la humanidad por segunda vez, como lo hizo en el siglo anterior.
Cada vez menos diversidad biológica, cada vez más enfermedades
Nosotros asumimos colectivamente enormes riesgos relacionados con la biodiversidad. En primer lugar, somos responsables de la rápida extinción de especies de plantas y animales que ni siquiera conocemos, sobre todo mediante la destrucción de su hábitat: selvas tropicales en la tierra, corales y manglares en el mar, y, por lo tanto, nos privamos de riquezas que podrían servirnos. Por otra parte ponemos "todos los huevos en el mismo cesto” en lo que se refiere al uso de recursos alimentarios, manteniendo sólo las variedades y razas más productivas (y a menudo las más frágiles). A título de ejemplo, los 4 millones de vacas lecheras francesas proceden de tan sólo un centenar de toros proveedores de semen, al tiempo que 4 variedades de trigo producen los dos tercios de lo cosechado en el país; y de las 30.000 especies de plantas comestibles del planeta, 30 proporcionan el 90% de los alimentos; y 15 especies animales, el 90% de los productos ganaderos.
Al mismo tiempo, las epidemias se multiplican en el planeta; algunas se deben al calentamiento, lo que reduce el número de días de helada en los países templados, y, por lo tanto, la destrucción de las larvas; Europa ya ha sufrido la lengua azul y en breve será afectada por la peste equina, la fiebre del Valle del Rift, la fiebre del Nilo Occidental, la leishmaniosis, leptospirosis, etc.
Por otro lado, la creciente concentración de personas y ganado en algunos países tropicales cálidos y húmedos, sin sistemas de salud eficaces, y la convivencia en la selva de hombres y animales, previamente aislados, son circunstancias objetivamente favorables a las mutaciones de virus y microbios y a su transmisión entre aves y seres humanos. Por ejemplo, Francia no cría más que 215 millones de pollos, casi todos confinados en granjas sin tierra, mientras que Brasil cría 1.100 millones, Indonesia 1.249 millones y China 4.360 millones! En lo que respecta a los cerdos, hay 15 millones en Francia frente a 489 millones en China ...
La conjunción de dos fenómenos, la disminución de la biodiversidad y la aparición de epidemias, podría ser realmente explosiva en el siglo XXI, tanto en el ganado y la dieta cárnica como en la salud humana.
En total, la "granja-mundo" puede tener dificultades para aumentar de manera constante su producción en un 2% por año, y, en consecuencia, para satisfacer la demanda. Aprendió a producir más con más y consumir para ello cantidad de recursos no renovables. Ahora debe producir más (y mejor) con menos, lo que es mucho más difícil. Los años de escasez relativa y de aumento espectacular de los precios pueden multiplicarse si no se toman medidas proactivas. Se deben buscar nuevas técnicas de producción y medidas de apoyo a los agricultores y de reorganización del comercio internacional.
Las nuevas técnicas para satisfacer esta demanda
Gran parte de las técnicas de producción agrícola que se aplican hoy en día, que ayudaron a alimentar a 4.500 millones más de personas en el planeta, se inventaron en la segunda mitad del siglo XX, durante lo que se ha denominado la "revolución verde". Lamentablemente, la productividad comenzó a estancarse en los últimos quince años.
No está claro que los avances en la genética conduzcan a encontrar plantas que produzcan aun mucho más. Además, estas variedades de alto rendimiento son extremadamente sensibles y sólo aportan su pleno potencial en condiciones óptimas de temperatura, humedad, cuidados y prácticas de cultivo.
Al mismo tiempo, la demanda social de alimentos más saludables, más variados, más naturales y conteniendo menos productos químicos aumenta progresivamente; también preocupa la ruptura de la confianza entre los consumidores urbanos y los productores rurales. Las alternativas actuales, como la agricultura biológica sin productos químicos, son ciertamente prometedoras, pero desafortunadamente aún muy lejos de ser suficientes.
En suma, el “cóctel tecnológico” actual no podrá probablemente alimentar adecuadamente a 9.000 millones de personas. Y mucho menos responder, además, a la mayoría de las atenciones que exige el desorden del mundo actual: almacenar el carbono, regenerar el agua y el aire, producir energía y materias primas industriales, mantener un campo acogedor, etc.
Una nueva agricultura ecológica intensiva
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Por lo tanto, necesitamos urgentemente una nueva revolución agronómica "doblemente verde" y una agricultura "ecológicamente intensiva", de base reducida, para lo que es necesario reemplazar rápidamente la mayor parte de los insumos artificiales por otros naturales. Hay que obligar a las plantas y animales a generar elementos potenciadores de los cultivos (hongos, lombrices, abejas, escarabajos, bacterias, etc.), que actualmente hemos confiado a la máquina y a la química.
El progreso esperado es grande, y para ello es necesario superar las divisiones actuales entre los que quieren producir mejor y los que quieren producir más, posiciones que, por desgracia, mantienen su oposición e incompatibilidad hasta hoy (casi todos los agricultores que se pasan a la agricultura ecológica producen menos). Lo que era una cuestión de calidad cuando, circunstancialmente, había demasiada producción en Europa, se convierte en un problema justo cuando la escasez comienza a enseñorear el mundo. Por otro lado, la agricultura llamada "productivista" realmente no ha podido crecer, lo mismo que la mayoría de las técnicas del siglo XX, más que merced a la privatización de la producción y a la socialización de sus efectos en términos de medio ambiente o de salud pública.
Dos grandes culturas intelectuales deben ahora encontrar la manera de trabajar juntas: la de los agrónomos, -cultura de la acción- y la de los ecologistas, -cultura de la observación-. Tenemos que comprender y actuar a la vez para encontrar las claves de la agroecología, que producirá al mismo tiempo más y mejor con menos. También hay que superar la brecha entre los investigadores y los agricultores para reconstruir una nueva búsqueda en el diálogo local entre teóricos y prácticos, puesto que no se trata de inventar una agricultura, sino decenas de miles (una por municipio o por cuenca hidrográfica), todas ellas adaptadas a las condiciones locales. En suma, una triple alianza entre las ciencias agronómicas, sociales y ecológicas.
Entre las posibilidades a contemplar, todas aquellas que mejoren la fertilidad natural del suelo, lo que va mucho más allá de la vuelta a los arados cada vez más agresivos; incluso es probable que vayamos a arar menos la tierra, ya que esta técnica no es realmente apropiada para el siglo XXI (consume mucha energía, expone las lombrices de tierra a la voracidad de los pájaros, apelmaza el suelo, favorece la erosión y el volteado de las rocas hacia la superficie, expone los restos de fertilizantes a los vientos del otoño y los transforma en las emisiones de gases de efecto invernadero, etc.)
Otra idea es que ya no podemos permitirnos el lujo de desperdiciar los rayos de sol que llegan a una tierra desnuda; debemos capturar todos mediante hojas de plantas que los utilicen para almacenar carbono a través de la fotosíntesis; ya se han conseguido dos cosechas por año en los países tropicales, es imperativo tratar de conseguir dos también en países de clima templado: una de invierno para abonar la tierra con las plantas que fijan, especialmente, el carbono y el nitrógeno, permitiendo así ahorrar fertilizantes, y otra de verano para alimentar a la gente. O por el contrario, el trigo para alimentar a los hombres en invierno y, a continuación una leguminosa para fijar el nitrógeno (ahorro de petróleo) y capturar carbono.
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Otra línea a seguir es la exploración sistemática de todas las asociaciones de diferentes especies y variedades en el mismo campo para alimentar y proteger a las plantas de una manera más natural; aquí podemos citar los sistemas agroforestales que combinan ciertas especies de árboles permanentes con cultivos anuales. La idea es combinar de manera óptima las funciones específicas de ciertas plantas: bombeo de nutrientes, fijación de nitrógeno, repulsión de insectos, resistencia a enfermedades, apoyo a todo lo que ayude a los cultivos, resistencia al viento, conservación de la humedad , enriquecimiento del suelo, etc.
Todo lo que sirva para ahorrar agua y para utilizarla al máximo y durante todo el año será bienvenido, así como las técnicas indispensables de drenaje: trabajos y cubiertas del suelo, técnicas de infiltración, captura y almacenamiento de agua, uso de variedades que requieran menos agua, etc.
También será necesario hacer progresos decisivos en el control menos agresivo de enfermedades y plagas. Las técnicas de control biológico se han abandonado en gran medida a favor de las técnicas de control químico; es el momento de invertir las prioridades. El programa es duro; se trata de un esfuerzo deliberado y sostenido comparable a lo que hicieron los americanos y los rusos para ganar la carrera a la Luna.
Pero también hay que cambiar la mentalidad y no buscar una única solución válida para todos, sino un abanico de soluciones, cada una con un valor exclusivamente micro-local, a escala de una aldea o incluso de un valle! Una agricultura ultra-diversificada, localizada, y de gran intensidad o ingenio local.
Progresos posibles gracias a la mejora genética
El reto que se nos viene encima para alimentar a la humanidad en el siglo XXI es tan serio e importante que parece una locura privarnos de uno de los avances más importantes del siglo XX: el dominio más completo de la genética. Esta ciencia es tan antigua como la humanidad; se basa en la sabiduría popular: "La buena sangre no engaña" La actividad humana ha conducido por selecciones sucesivas a mejorar significativamente las variedades de plantas y las razas de animales. El umbral del siglo XXI nos permite comprender estos fenómenos merced al desciframiento del genoma. Ya no se trata de saber si tal variedad de planta o tal raza de animal es más productiva, sino que empezamos a saber por qué. Es tentador, pues, seleccionar sólo los individuos que poseen el gen de interés por sus cualidades intrínsecas, o transferir este gen a un conjunto de individuos para obtener un grupo homogéneo con la característica deseada. Estamos en el comienzo mismo de esta ciencia y los primeros OGM del principio, en el siglo XX, harán sonreír dentro de 50 años, cuando habrá millares de ellos utilizados regularmente.
Creer que algunos genes salvarán a la humanidad parece simplista en un momento en que todo se hará más complejo, más diverso, más adaptado a las condiciones ecológicas locales. Pero creer que se puede prescindir de todo un conocimiento científico para alimentar a 9 mil millones de personas en 2050 parece una creencia angelical. Si encontramos plantas que crecen con menos agua, porque,
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como las que logran crecer en el desierto, cierran sus estomas y dejan de transpirar cuando hace mucho calor, esto puede representar un gran avance para la humanidad, especialmente en este período de calentamiento global. Lo mismo se puede decir si aumenta la resistencia de algunas plantas al frío, al calor, a la altitud, a la sal, al agua estancada, o a la pudrición. O si se encuentran plantas más ricas en proteínas, vitaminas, antioxidantes, ácidos grasos omega 3, aminoácidos, etc., o que contengan menos elementos alérgenos o difíciles de digerir. O plantas que proporcionan energía barata para nuestros coches, etc.… los ámbitos de investigación son innumerables.
Así vemos que las aplicaciones de los primeros OGM puestos en el mercado -resistencia a un herbicida y repulsión de ciertos insectos- serán sin duda alguna marginales en 2050, por no hablar de que se trata de OGMs destructivos (sirven para matar insectos o malas hierbas) y, por lo tanto, llevan asociada una carga emocional para quienes los comen. La mayoría de los descubrimientos futuros deberán basarse en progresos percibidos como positivos por los agricultores y los consumidores"; serán los “OGM de la vida".
Desanimarse por el carácter imperfecto de los primeros OGM, y por el ambiente social, jurídico y económico impuesto por la primera empresa que comenzó esta actividad parece caprichoso. De la misma manera que la informática comenzó su andadura a partir de un modelo más o menos militarista e intervencionista que tuvo como principal representante a una gran empresa americana (IBM primero y Microsoft después) antes de que explotase el modelo, la investigación sobre los OGM ha estado marcada por las condiciones de su despegue promovido por una gran empresa privada de EE.UU. (Monsanto) a la que el gobierno americano le permitió todo: permisividad jurídica con la privatización de los seres vivos y homologación de resultados sobre la base de pruebas no independientes y no contradictorias, protección de la Justicia en contra de cualquier sugerencia independiente de los agricultores, e incluso ojos cerrados para no ver las primeras pifias…, etc. Los estadounidenses continúan aceptando el modelo que se había planteado desde hace décadas con el lema: "Lo que es bueno para General Motors es bueno para los EE.UU." (y, en consecuencia, para el resto del mundo) y que acaban de reemplazar a General Motors, un poco pasada de moda, por Monsanto, más moderna!
El otro gran país agrícola mundial, China, también ha emprendido esta búsqueda de conocimiento, con sus propios valores y prácticas jurídicas, sociales y económicas, amparadas por el "partido comunista", sin transparencia igualmente.
Europa tiene algo que decir sobre este asunto, diferente a lo que dicen los EE.UU. y China; Europa tiene sus propios valores, prioridades, su propia manera de hacer las cosas, y su entorno jurídico-socio-económico y es hora de que lo haga, en lugar de simplemente reaccionar a la acción de los demás. En particular, con el lanzamiento de grandes programas de investigación públicos o financiados con fondos públicos sobre la base de prioridades democráticamente debatidas, con su propio equilibrio entre la innovación y la precaución, y con una política diferente a la privatización de lo vivo...
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Una organización más eficaz de la agricultura y la alimentación
No es suficiente con producir, se necesita una buena organización para que los alimentos producidos en todo el mundo lleguen con regularidad y a un precio aceptable a todos los consumidores, dondequiera que vivan. Históricamente, la mayoría de los grandes países han intervenido para regular el mercado de alimentos, por lo menos en las grandes ciudades, para compensar la aleatoriedad de la producción debida al mal tiempo o a las circunstancias sanitarias (el precio del pan en París ha sido fijado por el Gobierno desde 1268... hasta 1986)
A primera vista, es mediante el desarrollo de las zonas rurales y de la agricultura como se puede conseguir de la mejor manera el suministro regular de alimentos a las ciudades. Pero a finales del siglo XX, cuando los precios del transporte descendieron fuertemente, debido a la proximidad de la mayoría de las principales capitales y ciudades a las vías de comunicación terrestres o a los puertos, y, dada la constante aleatoriedad de las cosechas, muchos dirigentes políticos vieron más fácil acudir al mercado mundial, que a menudo es mucho más barato que el mercado local, tanto más cuanto que, de este modo, ahorran recursos públicos o privados. Tratan, así, de favorecer a las ciudades (y a sí mismos), haciendo desesperar a la gente del campo.
La crisis mundial de la agricultura y la energía de 2007-2008, seguida del colapso financiero mundial en el otoño de 2008, obligan a reconsiderar una serie de creencias bien asentadas.
Anteriormente, el liberalismo triunfó en todas partes, en diversos grados pero de manera tanto más excluyente cuanto su principal oponente del siglo XX -el comunismo- se derrumbó. En la agricultura, se vio claramente la filosofía liberal triunfante, sobre todo en los principales países exportadores del Sur, como Brasil y Australia, recogida en un sencillo principio: abrir fronteras, eliminar subvenciones a la agricultura y permitir que el comercio mundial regule el problema del abastecimiento.
Se ha producido, así, una transferencia de responsabilidad de la organización de la agricultura mundial (la FAO) a la Organización Mundial del Comercio (OMC). La teoría subyacente es que lo que había funcionado bien en la industria (la privatización, la liberalización del comercio y la especialización de cada país en lo que tiene la mayor ventaja comparativa) también debería beneficiar a la agricultura.
Cada vez que un país ha tenido dificultades para pagar su deuda, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial han impuesto a ese Estado una condición para ayudarlo: cese de las subvenciones a la agricultura de subsistencia, cara y que "no aporta nada"; sólo se aceptaron las ayudas dirigidas hacia las producciones tropicales exportables y que no competían con las producciones del Norte (café, cacao, maní, algodón, etc.), que debían permitir obtener divisas y, así, pagar las deudas.
La mayoría de los gobiernos acogieron favorablemente estos consejos (no se olvide que, en general, estos gobiernos se componen de ciudadanos urbanos, provenientes del mundo del comercio y no de la agricultura, lo que les predispone intelectual y materialmente a favorecer al primero frente a la segunda)
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Este ciclo ha durado varias décadas. Continuaba habiendo hambre en el planeta, pero sobre todo en el campo (había tantas personas desnutridas en 2007 como un siglo antes, en 1900, o sea, 850 millones, pero vivían discretamente en el campo y se convirtieron en minoritarias a escala mundial). Toda la población de los países ricos, así como la mayoría de las personas de las principales ciudades del Tercer Mundo se alimentaba sin problemas (en parte debido a los excedentes vendidos a bajo precio por los agricultores excedentarios)
Todo el mundo ha podido comprobar desde el verano de 2007 que, finalmente, este problema del abastecimiento a las grandes ciudades no estaba resuelto. En lo sucesivo cada vez menos gente sostiene la idea de que las fronteras no han sido lo bastante abiertas, o las subvenciones a la agricultura no han sido lo bastante aminoradas o que los Estados y las organizaciones internacionales han sido demasiado intervencionistas.
El equilibrio liberal era en realidad muy frágil, porque se basaba en la capacidad de un determinado número de países de generar excedentes sostenidos y en la posibilidad de transportar enormes tonelaje de productos perecederos por todo el mundo de una manera segura y a bajo precio. En consecuencia, alimentar a las ciudades de esta manera provoca indirectamente el crecimiento de los bidonvilles, a los que llegan los agricultores obligados a abandonar sus tierras, -de hecho, ya no pueden darles de comer en ausencia de una política agrícola que les dé tiempo y medios de mejorar la productividad de sus explotaciones, a la vez que les proteja de la competencia desigual de los excedentes de los países agrícolas más eficaces-.
Gabón importa el 86% de sus cereales y Argelia el 82%. ¿Volverán a regenerar una agricultura cuando no tengan más petróleo para pagar? ¿Y qué pensar acerca de la situación de los países con recursos muy limitados, tales como Haití, que importa el 70% de sus cereales, Senegal (61%) y Colombia (56%)?
Senegal, por ejemplo, dejó caer la producción de cereales un 20% entre 1995 y 2002, mientras que sus importaciones de cereales aumentaron un 68%, haciendo, entre otras, compras baratas de arroz picado tailandés, lo que arruina a sus productores de arroz de la región del río Senegal, que no gozan del mismo clima o condiciones de producción (resultado: en 2005, la producción nacional llegó a 200.000 toneladas, frente a 900.000 importadas). También importa trigo -fuertemente subsidiado- de la UE y los EE.UU. Los senegaleses, por lo tanto, han cambiado sus hábitos alimentarios y consumen más cantidad de pan y de otros productos alimenticios derivados del trigo, mientras que su clima nunca les permitirá producirlo de manera significativa. La dependencia de países extranjeros es cada vez mayor en un país cuya vocación industrial, que permitiría generar sosteniblemente divisas para importar algunos de sus alimentos, parece sólo una hipótesis.
Méjico, que firmó el acuerdo de libre comercio con los Estados Unidos y Canadá, se ha beneficiado de un importante desarrollo de la industria de montaje (fábricas llamadas "maquiladoras"). Este país, él solo, exporta más que todos los
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demás países de América Latina, hasta un 89%, a los Estados Unidos. El comercio entre estos dos países sólo representa el 10% de todo el comercio internacional en el mundo. Pero en el rubro de la agricultura, las cosas fueron muy diferentes. La productividad del trabajo agrícola es 18 veces mayor en los EE.UU., las condiciones del clima y de los suelos son mucho más favorables y los rendimientos medios del maíz son cuatro veces más altos; eso, sin contar con que la agricultura mejicana recibe la mitad de subsidios que la estadounidense (en 2000, el sector del maíz de los EE.UU. recibió 10 mil millones dólares, diez veces más que el total del presupuesto agrícola de Méjico). En total, Méjico compra el 30% del maíz a su vecino. Cuando, a principios de 2007, los EE.UU. decidieron dedicar sus excedentes de maíz a producir etanol para sus vehículos en lugar de exportarlo, el precio de las “tortitas”, -el pan de maíz, base de la dieta mejicana-, aumentó un 50% y el nivel de vida de los trabajadores mejicanos cayó de golpe un 18%.
Además, el comercio internacional de productos alimenticios afecta sólo al 15% de la producción mundial y a menos del 10% de los intercambios de todo tipo de mercancías del mundo. En caso de problemas, los países exportadores empiezan por preservar su producción para ellos, porque el primer mercado, para la mayoría de ellos, continúa siendo el interior, por lo que sólo sacrifican la parte que exportan.
¿Qué debería hacerse para poner fin a la crisis?
Probablemente volver a las soluciones del decenio de 1980, es decir, la situación anterior a la ola liberal, conservando lo que funcionaba mejor entonces. No se excluye que deberíamos ir directamente en sentido contrario de lo que se defendía hasta hace poco, es decir, cerrar las fronteras y subsidiar a los agricultores.
Las grandes agriculturas del mundo (China, Estados Unidos, Europa...) se desarrollaron al amparo de fronteras protegidas y merced a políticas públicas de apoyo a la modernización de la producción agrícola y la regulación del mercado. Por otra parte, en la crisis de 2008, los países que apoyaron a sus sectores agrícolas han sido capaces de alimentar a su población. Así que dejemos de charlar sobre el cese de las ayudas a la agricultura y generalicémoslas (teniendo cuidado, sin embargo, de distribuirlas bien); reintroduzcamos en cada caso y en todas las latitudes políticas agrarias adaptadas a las condiciones locales.
Los enormes desafíos de hoy no debe llevarnos a reducir, por falta de recursos, las inversiones en la agricultura mundial. Muy al contrario, no hay nada más urgente que reorientar las prioridades de los diferentes gobiernos en favor de un fuerte apoyo a la agricultura, a los agricultores y a la investigación en esta campo.
Debemos estar dispuestos a volver a cerrar algunas fronteras para que cada gran región del mundo pueda alimentarse a sí misma, sobre la base de productos regionales, con cierta seguridad. Por lo tanto, debe ponerse en marcha un plan muy ambicioso para apoyar el resurgimiento de la agricultura de subsistencia, en particular la de África, y para proteger a esta agricultura contra la violencia de la competencia directa con el mundo exterior.
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Sería el equivalente en términos financieros de un nuevo "Plan Marshall"1
, consistente, por tanto, en la inversión de decenas de miles de millones de dólares, con la salvedad de que no se trata de imponer desde fuera el modelo de América del Norte o de Europa, a partir de la mecanización y de la artificialización y de poca mano de obra, que todo el mundo ha podido comprobar que no es válido, sino de apoyar el surgimiento de modelos locales.
Recordemos, por si hubiera dudas, que la agricultura está en el corazón de los grandes problemas del siglo XXI: es la agricultura la que debe cargar con la enorme responsabilidad de alimentar a toda la población mundial en las mejores condiciones posibles (garantizando sus necesidades inmediatas y su salud a largo plazo), al tiempo que proporciona empleo y sustento a miles de millones de campesinos. Pero también tiene la misión de fijar el exceso de carbono de la atmósfera, de regenerar el oxígeno, de preservar la calidad del agua, la biodiversidad y los paisajes acogedores, que deben ser protegidos contra las construcciones urbanas a cualquier precio. Para ello, se necesita una reorientación en la política de investigación, para inventar lo más rápidamente posible una nueva agricultura de alta intensidad ambiental y para desarrollar los genes que simplifiquen la tarea. Al mismo tiempo, se impone una nueva organización de la agricultura, sobre la base de un fuerte apoyo a los agricultores en las grandes regiones geo-ecológicas y económicas, relativamente protegidas de la competencia exterior.
Si, falta de apoyo fuerte y eficaz del resto de la sociedad, fracasara, las crisis y la escasez venideras serían terribles para una parte cada vez mayor de los 7 mil millones de seres humanos que habitarán en la tierra en 2011 (9 mil millones en 2050). De crisis en crisis, la última palabra podrían tenerla los regímenes autoritarios, que intentarían resolver muchos de estos problemas por las armas.
Probablemente dentro de unos años dirán, refiriéndose a la alimentación mundial, que el siglo XXI comenzó en 2007, pues hemos pasado en ese momento de una situación de abundancia (en algunos países solamente, por supuesto) a otra de escasez (ligero exceso de la demanda sobre la oferta mundial). Los precios agrícolas, que no pararon de caer durante décadas, están empezando a repuntar con fuerza sorprendente, ganando en pocas semanas el terreno perdido durante veinte a treinta años de declive (cereales, pan, arroz, leche, carne, etc.)
Los países exportadores tradicionales han cerrado sus fronteras para mantener sus cultivos para ellos, los especuladores se han frotado las manos, y muchos países importadores, en América, África y Asia, han sufrido las revueltas del hambre; en los países ricos, preocupa el poder adquisitivo y se teme por la escasez de alimentos y la reaparición del hambre en ciertos sectores sociales de la población. Esta inversión de la situación global tendrá consecuencias duraderas. Ahora nos damos cuenta de que la sensación de seguridad del suministro de alimentos que caracterizó a los países ricos a fines del siglo XX ha sido probablemente un doble paréntesis histórico y geográfico: histórico, ya que duró sólo unas décadas, y geográfico, porque afecta a un tercio de la humanidad.
Las consecuencias, en cadena, han sido innumerables: muchos países que habían descuidado su agricultura desde hace varias décadas han tomado conciencia de la fragilidad de una política de abastecimiento basada en la compra de excedentes de alimentos baratos en el mercado mundial. Los barrios bajos de muchas capitales del Sur se han visto privados del acceso al arroz tailandés, al trigo francés o al maíz americano. Los antiguos campesinos, que habían sido expulsados de sus tierras, ante la indiferencia de sus gobiernos y de la comunidad internacional cuando tuvieron que abandonar la agricultura de subsistencia, precisamente por estas importaciones a bajo precio que los habían arruinado, se encuentran una vez más en una situación crítica: emigrados a la ciudad, no pueden pagar los alimentos a precios asequibles, y tienen muy pocas oportunidades de regresar a la agricultura de subsistencia en sus antiguas tierras.
El fenómeno del aumento de precios de los cereales es mucho más grave en el Tercer Mundo que en los países ricos. Por un lado, como en los países pobres se comen muchos productos sin procesar (arroz, frijoles, maíz, harina de trigo, soja, etc), los precios mundiales tienen un impacto directo sobre el poder adquisitivo; por el contrario, en los países ricos sólo se consumen sin transformar algunos productos agrícolas, como frutas y verduras, mientras en el resto, muy elaborados, intervienen otros muchos factores en la evolución de los precios al consumidor (costo de salarios,
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energía, transporte, alquileres, etc.). Por otra parte, las barriadas pobres de las ciudades del Tercer Mundo destinan entre la mitad y las tres cuartas partes de sus ingresos a la compra de alimentos, mientras que la población rica de los países desarrollados apenas gasta entre el 10% y el 20% de su presupuesto en alimentos. El efecto de los aumentos de precios en los distintos conjuntos sociales no es, ni con mucho, el mismo.
Según el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA), una agencia de la ONU, por cada aumento del 1% en el precio de los alimentos básicos, 16 millones más de personas se ven afectadas por la inseguridad alimentaria. Se estima que 1.200 millones de personas podrían estar crónicamente hambrientas desde ahora hasta el año 2025, el doble de lo que se había previsto anteriormente. De hecho, la FAO estima que el número de personas subnutridas ha aumentado sólo durante 2007 en 75 millones (de 850 a 925 millones), mientras que el índice de precios de los alimentos creció un 12% en 2006 respecto al año anterior, un 24% en 2007 y un 50% durante los siete primeros meses de 2008.
La demanda de alimentos no deja de crecer
El crecimiento de la población, por una parte, continúa. El incremento de la población mundial supera las 200.000 personas al día, y, por lo tanto, cerca de 80 millones al año (es el saldo entre nacimientos y defunciones), lo que significa 80 M más de consumidores. Se debe estabilizar la población mundial en alrededor de 9.000 millones en 2050, lo que representa 1.100 millones de asiáticos, 800 millones de africanos y 400 millones de latinoamericanos más. Estos incrementos requieren aumentar de manera constante la producción agrícola mundial en un 1,2% anual.
En segundo lugar, hay mucha más gente que come carne. También se debe contar con el cambio de la dieta. En todas las latitudes y en todas las culturas, se observa un fenómeno absolutamente universal: cuando las personas que han comido alimentosa básicos durante generaciones consiguen elevar su bienestar material, se apresuran a comprar y consumir azúcares, grasas y en general productos de origen animal (carne, leche, huevos). Eso es lo que ocurrió en Francia en el siglo XX: desde 1950, se ha pasado de 44 a 85 kg de carne al año por habitante, de 5 a 18 kg de queso, de 10 a 25 kg de pescado, de 5 a 14 kg de aceite. Sin embargo, se redujo en más de la mitad el consumo de pan y patatas. Podemos observar este fenómeno ahora en las clases medias de los países emergentes, especialmente en China (en carne) y la India (en leche). Estamos hablando de cientos de millones de personas. Y, sin embargo no hemos visto lo peor: supongamos que los trabajadores chinos, que ahora se pueden comer un ala de pollo con el arroz, empiezan a comer más queso, y que los trabajadores indios, que beben más leche, dejan de creer en la reencarnación y también empiezan a comer carne ...
Se necesita una media de 4 kg de proteína vegetal para producir un kilo de pollo. Esta proporción es de 6 a 1 para carne de cerdo y de 12 a 1 para la carne de vacuno. Las poblaciones que anteriormente estaban obligadas a ser vegetarianas y que se convierten en carnívoras, ejercen fuertes presiones sobre los recursos del planeta, en especial sobre todos los que son escasos: tierra, agua y energía.
Si la sobrepoblación en el mundo es un fenómeno preocupante, no debemos olvidar otro hecho: la sobrepoblación real es la de la ganadería. El peso acumulado de los 1.400 millones de cabezas de bovinos es actualmente superior a los 6.500 millones de seres humanos del planeta. El 80% de los alimentos animales proviene de cultivos aptos para el consumo humano: maíz, trigo, sorgo, soja, etc. La cría del ganado consume por sí sola el 44% de la producción mundial de cereales. Un vegetariano consume en promedio 180 kg de grano al año y un consumidor de carne alcanza el equivalente de 930 kg de grano al año.
Es muy poco probable que se impida a las clases medias del mundo comprar más productos de origen animal. La política más realista es, por tanto, acelerar lo más posible la evolución natural, que hace que después de varias generaciones de abundancia, despilfarro y obesidad, la gente se vuelve más razonable y terminan comiendo menos carne y más frutas y verduras para bajar de peso de nuevo. Podríamos entonces compensar parcialmente el aumento del consumo de la clase media del Tercer Mundo por una disminución de la de las clases acomodadas del mundo occidental. Pero no está claro cuáles son las políticas adoptadas para acelerar el proceso de compartir información y formación en el consumo de alimentos "responsable"
Un desorden claramente escandaloso
Entre el 10% y 15% de los cultivos del mundo se pierden, con picos de hasta un 50% en algunas zonas. En el caso de los cereales, las causas son muchas: pérdida de grano antes o durante la cosecha, caída de los tallos, pudrición o deterioro durante el almacenamiento, comida de los pájaros, deterioro por insectos o mohos, pérdidas durante el transporte o la limpia, etc. Hay un enorme nicho por explotar en el siglo XXI, siguiendo el modelo de lo que han hecho, por ejemplo, los países europeos; son especialmente necesarias importantes inversiones en almacenamiento en muchos países del Sur.
Pero los países ricos occidentales y los denominados en transición también tienen sus propios problemas de desorden, que se trasladan de la producción al consumo. La cantidad de alimentos tirados a la basura en todas las etapas es fenomenal. Desde los supermercados, cuyos empleados a menudo dicen que "su principal cliente es el contenedor de basura”, a los restaurantes y cafeterías, con normas de higiene que les prohíben reutilizar los restos de comida, pasando por los particulares. Desde la reciente crisis de salud, se hace aún más difícil recuperar los restos de los restaurantes y panaderías para dárselo a los cerdos.
Por otra parte, se consolida la tendencia hacia el aumento del tamaño y el contenido de elementos complejos en las raciones servidas, especialmente en los EE.UU. (las raciones servidas en América del Norte en los restaurantes son 30-40% más abundantes que las de Europa), lo que incrementa tanto la obesidad como la cantidad de desechos. Se inicia, así, el siglo XXI con más personas con sobrepeso que desnutridas (1.100 millones, de los que alrededor de 400 son francamente obesos). Y esos números están aumentando rápidamente. Según la Organización Mundial de la Salud, la obesidad es la primera epidemia no infecciosa en la historia de la humanidad.
Por no mencionar el considerable peso de los envases de alimentos (en su mayoría no retornables y no reciclables), los kilómetros recorridos en coche para ir de compras al supermercado, y la desfachatez de los occidentales de añadir mil millones de nuevos consumidores… Tanto que no se han encontrado formas efectivas para almacenar energía ni energía alternativa al petróleo, transportable a buen precio; a lo que se suma la voracidad de los miles de millones de coches (>60 millones por año), cuyos propietarios, solventes, representan una amenaza considerable de aumento de la demanda de productos agrícolas. Si se materializa esa amenaza, es inevitable que cause grandes conflictos entre la atención a la alimentación básica de los pobres o al tanque de gasolina de los ricos. En el estado actual de la técnica de los biocombustibles de primera generación, una hectárea de colza permite el funcionamiento de un vehículo diesel durante 25.000 km y 1 hectárea de remolacha azucarera permite doblar esa cifra para un coche de gasolina. Además, hay que contar con que una tonelada de petróleo equivalente es capaz de producir tres toneladas de diéster (y los balances son mucho más pobres para producir etanol del maíz o de la remolacha) Para hacer rodar a todos los coches franceses mediante bio-combustibles con las tecnologías actuales, deberíamos dedicar todas las tierras de cultivo del país a ese fin. Pero entonces ¿qué comemos?
La primera generación de bio-combustibles a base de cereales y oleaginosas, representa un verdadero error histórico. No se pensó más que en sus bondades: iban a sostener la caída de los precios, servían para luchar contra el efecto invernadero, iban a crear empleo y a contribuir a la independencia energética nacional. Decepción cruel: producen penurias graves y tienen un costo ecológico prohibitivo, hasta tal punto que se empieza a preguntar si, en última instancia, no agravan el efecto invernadero. Si no teníamos suficientes granos y oleaginosas producidos sosteniblemente, ¿cómo se puede elegir quemarlos en los motores?
Es probable que pronto tengamos que reconvertir las plantas de bioetanol y diéster europeas de primera generación; afortunadamente, no se han construido muchas, a diferencia de los EE.UU. que han levantado 170. Este país reserva ahora sus excedentes de maíz para la fabricación de gasolina, a expensas del suministro de alimentos a Méjico; existe una relación directa entre el tanque de combustible de los ricos y el avituallamiento de la mesa de los pobres: ha sido lo que ha provocado las primeras revueltas del Hambre, en enero de 2007, cuando el precio de las tortitas de maíz, un alimento básico de este país, se incrementó en un 50 %. Si los europeos persisten en esta política, también pueden convertirse en "causantes del hambre del planeta"
La hoja de ruta es sencilla: hay que encontrar, al estilo de lo que está sucediendo en Brasil con la caña de azúcar, plantas que proporcionen mucha biomasa y requieran poca energía (probablemente, pues, deberán ser plantas perennes), que consuman la menor cantidad de agua posible (puesto que va a haber escasez), y que se desarrollen en tierras distintas a las que ya se utilizan para producir alimentos (puesto que no hay suficientes). Este es el reto de los biocombustibles de segunda generación, en cuyo desarrollo se debe invertir de manera rápida y eficaz para reducir los plazos de diez años que se están manejando para su puesta a punto. Se debería acelerar el proceso desarrollando nuevas plantas mediante ingeniería genética, aunque surgen otros problemas: si la biomasa se utiliza para mover nuestros vehículos, tendremos menos para fertilizar la tierra, y si se consiguen plantas resistentes que crecen muy rápidamente, ¿cómo asegurarse de que no invadan todo, incluidos los campos de cereales?
En suma, el desafío al que se enfrenta la agricultura mundial es simple: aumentar la producción agrícola constantemente en el 2% anual con el fin último de que se duplique para 2050. Pero con diferencias considerables según continentes: se debe multiplicar por cinco la producción agrícola en África, e incluso "sólo por tres" si los africanos permanecen como vegetarianos (la población se duplicará, pasando de 800 a más de 1.500 millones, y ya hay entre un 30 y un 50% de personas que no comen suficiente)
Es prácticamente imposible. En Asia, sería necesario multiplicar la producción por 2,3, otro reto enorme, dados los altos rendimientos actuales y la falta de tierras. Por el contrario, en América Latina, bastaría con multiplicar "sólo" por 1,9, que es probablemente posible porque puede aumentar los rendimientos y la superficie cultivada. La población europea, por su lado, debe disminuir (no hay más que dos países por encima del nivel de reemplazo de la población, Irlanda y Francia) y probablemente no tenga problemas de abastecimiento. Hay que tener en cuenta, sin embargo, a pesar de todas las proclamas sobre el cierre de las fronteras, es probable que sobrevenga una inmigración masiva, aunque sólo sea para mantener en su proporción actual la fuerza de trabajo.
Dificultades reales para aumentar el suministro de alimentos
En cuanto a la producción agrícola mundial, se puede ser optimista y observar que se ha hecho mucho en el siglo XX, que comenzó con 1.800 millones de personas y terminó con 6.300, o 4.500 millones de personas adicionales. Como había casi tantas personas que pasaban hambre en 2000 que en 1900 (alrededor de 850 millones) se logró esta hazaña de alimentar a 4.500 millones más de bocas suplementarias. Desde este punto de vista, el alimentar a un poco menos de tres mil millones más en el siglo XXI debe ser relativamente fácil.
Pero también se puede ser pesimista, señalando que lo hecho era lo más fácil: producir más alimentos con muchos más suministros (inputs) en la tierra (más agua, más energía y más productos químicos). El reto del siglo XXI será mucho más complicado para el futuro: esta vez se debe producir más (y mejor), pero con menos: menos tierra, menos agua, menos energía y menos productos químicos. Se llegan a tocar los límites del planeta, y se necesita mucha inteligencia y movilización colectiva para lograr cruzar este nuevo umbral.
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El calentamiento plantea enormes problemas para la agricultura. 2007 fue el año de la toma generalizada de conciencia sobre la realidad del calentamiento global y de la enorme amenaza que representa para la humanidad desde ahora, con el punto de inflexión que significó la asignación del Nobel de la Paz a Al Gore y el IPCC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático).
Por desgracia, este calentamiento no promete casi nada bueno para la agricultura (incluso si significase que se pudieran cultivar algunas nuevas tierras en Siberia, y en Tierra del Fuego y en el norte de Canadá), pues no veremos generalizarse las lluvias benefactoras, sino más bien intensificar los meteoros extremos: avance de los desiertos, secado de ríos y aguas subterráneas, por un lado; inundaciones, tormentas y huracanes de alta potencia, por otro. La cantidad total de agua que caerá del cielo será ligeramente superior, dada la mayor evaporación, pero estará peor repartida, por no hablar ya de la invasión marina de las tierras muy fértiles de los grandes deltas y del ascenso del nivel del agua salada en los acuíferos.
Los expertos predicen que el cambio climático generará al menos 150 millones de refugiados climáticos en los próximos años, y si el clima se deteriora "realmente", esta cifra podría estar más cerca del millardo. Será un fenómeno de gran relevancia que causará gran tensión internacional.
Porque en verdad, ¿a dónde van esos refugiados? ¿A los países vacíos, como Rusia? ¿A aquellos que han contribuido de manera especial al calentamiento del planeta como los Estados Unidos? ¿O, más probablemente, a los países vecinos, también pobres, lo que lleva a la cadena de desestabilización y de hambrunas, especialmente en el Indo-Pakistán, Asia tropical, África y el Sahel? No creamos que estos cambios climáticos afectarán sólo a los países pobres y tropicales. Los expertos predicen que para el año 2050, el tiempo que habrá en Angers será como el actual de Niza, mientras en Niza habrá un tiempo como el de Argel. Si tienen razón, eso significa que se deberán transformar los sistemas de producción en la mitad septentrional de Francia, favoreciendo la adopción de cultivos de invierno y construyendo infraestructuras de riego; y sólo habría agricultura eficiente en el SE de Francia si se establecieran regadíos permanentes. Todo ello exigirá grandes inversiones agroambientales muy rápidamente, incluso en Francia.
La superficie de tierras cultivadas está disminuyendo
Las buenas tierras de cultivo, ni demasiado calientes ni demasiado frías ni excesivamente pendientes, ni urbanizadas ni erosionadas ni contaminadas y que reciban lluvias regulares, son un bien muy escaso en el planeta. De hecho, no se cultivan (excluyendo pastizales y bosques) más que alrededor de 1.500 millones de hectáreas, o sea el 12% de los 13.100 millones de hectáreas emergidas (sin contar la Antártida y el indlansis groenlandés).
A escala mundial existen todavía algunas reservas, pero se encuentran principalmente en las selvas tropicales de la cuenca del Amazonas, el Congo y el Sudeste de Asia, en particular Indonesia y Malasia. Ponerlas en cultivo representa un riesgo real de empeoramiento del calentamiento global y de desertificación
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relativamente rápida de estas zonas ambientalmente sensibles (recordemos que un día también el Sahara era un bosque virgen). Eso es lo que hacemos, a razón de 140.000 km2 cada año, y sabiendo que sólo se replanta la mitad del bosque roturado. Desafortunadamente esto no sirve para aumentar la superficie total de la "granja-mundo", porque año tras año perdemos más tierra de la que ganamos. En efecto, la erosión y la urbanización están ganando terreno a un ritmo alarmante. Incluso en Francia, ya muy bien dotada de equipamientos, la construcción de viviendas principales y secundarias, las infraestructuras de transporte, aparcamientos, parques de atracciones y campos de golf llevan a perder el equivalente a un departamento agrícola cada diez años. En China, donde cada año se instalan en las ciudades entre 15 y 20 millones de habitantes rurales, sacrifica para ello alrededor de 1 millón de hectáreas.
Es así como, en 1960, cada habitante del planeta disponía potencialmente de 0,43 hectáreas de tierra cultivable. Hoy en día no cuenta con más de 0,25 ha. A este ritmo, los terrícolas de 2050 no tendrán más de 0,15 hectáreas per cápita, es decir, si hoy una hectárea da de comer a 4 personas, en 2050 tendrá que alimentar a 6.
Va a faltar agua para riego
El agua es simplemente indispensable para el cultivo de las plantas. Además de alimentarlas, es una especie de combustible para su crecimiento. En efecto, si la planta no transpira constantemente, -lo que provoca el secado de las partes extremas-, la savia no puede subir por capilaridad. Por lo tanto, se necesitan cantidades muy grandes de agua para la agricultura: un promedio de 1 tonelada de agua para producir un kilogramo de cereales. Un europeo medio consume con su comida el equivalente de más de 4 toneladas de agua “virtual” al día (agua virtual es la cantidad de agua necesaria para producir y suministrar todo lo que ingiere o tiene en su mesa).
A lo largo de la historia, los hombres han intentado superar la aleatoriedad de las lluvias. En el siglo XX, se ha invertido mucho en la puesta en regadío para compensar la irregularidad pluvial. El planeta tiene actualmente 200 millones de hectáreas de regadío, equivalentes a 1 de cada 7 hectáreas cultivadas; sabemos que es imposible duplicar esa superficie; las 44.000 presas que se han construido necesitan, todas, labores de mantenimiento, debido a su encenagamiento, a las grietas, etc. Las nuevas obras serán mucho más caras, ya que se encuentran en lugares menos accesibles o menos favorables para el almacenamiento de agua (por fuerte evaporación, por ejemplo), y no se tiene seguridad de poder mantener el agua almacenada.
Otro obstáculo para el riego: el descenso del nivel de las aguas subterráneas (los niveles piezométricos). Es un gran problema en todo el mundo porque a menudo se bombea mucha más agua de la que se regenera. Ejemplos: los 200.000 pozos del acuífero Oglala en el centro sur de Estados Unidos ya han agotado casi la mitad del agua almacenada; el acuífero del valle del Ganges ha descendido unos 60 metros; se observa una rápida pérdida del nivel de las aguas subterráneas, de 2 a 3 metros por
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año, en países tan diversos como Méjico (Guanajuato), China (Hebei), Pakistán (Baluchistán) e Irán (Chanaran).
Ríos, actualmente muy cargados en el verano debido al derretimiento acelerado de los glaciares, -lo que permite un intenso bombeo de sus aguas para el riego- están comenzando a secarse uno tras otro, en todos los continentes. Muchos lagos y mares interiores desaparecen por completo, como el lago Chad, el Mar de Aral o el lago Owens. En el siglo XXI, el acceso al agua es seguro que será una fuente de grandes conflictos en todos los continentes, especialmente en el Oriente Medio y Asia.
En suma, el riego de los cultivos puede llegar a ser mucho más complicado en el siglo XXI que lo que fue en el XX. Los expertos estiman que el nivel máximo de las zonas regables en el mundo podría llegar a unos 240 millones de hectáreas, sólo el 20% más que en la actualidad. Inevitablemente, tendrán que hacerse grandes esfuerzos para economizar agua (las pérdidas de caudal en las conducciones de agua y las pérdidas de agua potable son penosas), y para encontrar maneras de alimentarse con plantas ahorradoras de agua.
Así, se corre el riesgo de que el comercio internacional de productos alimenticios se haga más en términos de equivalencia de agua, siguiendo el principio: "Si no tenéis agua, importad carne y cereales!" Desde finales de 1980, el Medio Oriente y América del Norte ha comprado un promedio de 40 millones de toneladas de grano por año, en términos de agua virtual representa 40.000 millones de toneladas, es decir, más que la cantidad de agua utilizada para la agricultura en todo Egipto.
La energía escasa y cara obliga a revisar todas las técnicas agrícolas
Llegamos al final de un largo periodo de energía abundante y barata. Las técnicas agrícolas, como todas las técnicas inventadas en este período, son particularmente grandes consumidoras de energía. En la agricultura altamente mecanizada y con elevados suministros (= insumos: fertilizantes, pesticidas, etc.), se necesitan actualmente más de un centenar de litros de equivalente de petróleo para producir 1 tonelada de trigo.
Los 28 millones de agricultores de todo el mundo que poseen un tractor (y todo lo que ello conlleva: semillas mejoradas, fertilizantes, pesticidas, riego, asistencia técnica, instalaciones de almacenamiento, etc.), tienen hoy una ventaja comparativa con respecto a los 250 millones de campesinos que trabajan con tracción animal (bueyes, cebúes, burros, camellos, mulos) y con técnicas a menudo rudimentarias, y una ventaja formidable con respecto a los más de mil millones de campesinos que sólo tienen su propia fuerza física y normalmente no tienen acceso a estas mejoras técnicas. Pero con un precio del petróleo permanentemente elevado, deberemos reinventar completamente otras técnicas agrícolas modernas.
Para empezar, será necesario dar muchas menos labores, reducir el uso de fertilizantes sintéticos, dejar de calentar los invernaderos en invierno y reubicar a una parte significativa de la producción agrícola lo más cercana a las zonas de consumo.
La química agrícola está a punto de terminar
Una parte importante del aumento masivo de la producción agrícola en la segunda mitad del siglo XX se debe a la química. La "revolución verde" que se ha impulsado en Europa, Norteamérica y Asia, en particular, ha ayudado a alimentar a una humanidad recrecida. En Francia se obtiene actualmente de manera regular tres o cuatro veces más de trigo por hectárea que después de la Segunda Guerra Mundial (80 quintales en lugar de 25). Esto se debe a la externalización de cuatro funciones simultáneas: alimentación de las plantas (fertilizantes), tratamiento (fungicidas), eliminación de plagas (insecticidas) y eliminación de "malas hierbas" (herbicidas). Los éxitos han sido notables durante los últimos cincuenta años, la producción agrícola mundial se ha multiplicado por 2,6.
Ahora se deben afrontar tres problemas simultáneos: el creciente precio de la energía y el agotamiento de las minas hacen que estos materiales sean cada vez más escasos y caros; las desventajas en términos de contaminación de suelos, aguas subterráneas, costas y, finalmente, de la cadena humana, son cada vez más asumidos y, por lo tanto, cada vez menos aceptados socialmente; estamos viendo desde la década de 1990 que los rendimientos están llegando a su techo, lo que nos hace pensar que hemos alcanzado los límites de esta tecnología. Pero hay un problema mayor: no hay nuevas funciones por inventar que podrían impulsar el crecimiento de la productividad. En general, la química, probablemente no podrá "salvar" a la humanidad por segunda vez, como lo hizo en el siglo anterior.
Cada vez menos diversidad biológica, cada vez más enfermedades
Nosotros asumimos colectivamente enormes riesgos relacionados con la biodiversidad. En primer lugar, somos responsables de la rápida extinción de especies de plantas y animales que ni siquiera conocemos, sobre todo mediante la destrucción de su hábitat: selvas tropicales en la tierra, corales y manglares en el mar, y, por lo tanto, nos privamos de riquezas que podrían servirnos. Por otra parte ponemos "todos los huevos en el mismo cesto” en lo que se refiere al uso de recursos alimentarios, manteniendo sólo las variedades y razas más productivas (y a menudo las más frágiles). A título de ejemplo, los 4 millones de vacas lecheras francesas proceden de tan sólo un centenar de toros proveedores de semen, al tiempo que 4 variedades de trigo producen los dos tercios de lo cosechado en el país; y de las 30.000 especies de plantas comestibles del planeta, 30 proporcionan el 90% de los alimentos; y 15 especies animales, el 90% de los productos ganaderos.
Al mismo tiempo, las epidemias se multiplican en el planeta; algunas se deben al calentamiento, lo que reduce el número de días de helada en los países templados, y, por lo tanto, la destrucción de las larvas; Europa ya ha sufrido la lengua azul y en breve será afectada por la peste equina, la fiebre del Valle del Rift, la fiebre del Nilo Occidental, la leishmaniosis, leptospirosis, etc.
Por otro lado, la creciente concentración de personas y ganado en algunos países tropicales cálidos y húmedos, sin sistemas de salud eficaces, y la convivencia en la selva de hombres y animales, previamente aislados, son circunstancias objetivamente favorables a las mutaciones de virus y microbios y a su transmisión entre aves y seres humanos. Por ejemplo, Francia no cría más que 215 millones de pollos, casi todos confinados en granjas sin tierra, mientras que Brasil cría 1.100 millones, Indonesia 1.249 millones y China 4.360 millones! En lo que respecta a los cerdos, hay 15 millones en Francia frente a 489 millones en China ...
La conjunción de dos fenómenos, la disminución de la biodiversidad y la aparición de epidemias, podría ser realmente explosiva en el siglo XXI, tanto en el ganado y la dieta cárnica como en la salud humana.
En total, la "granja-mundo" puede tener dificultades para aumentar de manera constante su producción en un 2% por año, y, en consecuencia, para satisfacer la demanda. Aprendió a producir más con más y consumir para ello cantidad de recursos no renovables. Ahora debe producir más (y mejor) con menos, lo que es mucho más difícil. Los años de escasez relativa y de aumento espectacular de los precios pueden multiplicarse si no se toman medidas proactivas. Se deben buscar nuevas técnicas de producción y medidas de apoyo a los agricultores y de reorganización del comercio internacional.
Las nuevas técnicas para satisfacer esta demanda
Gran parte de las técnicas de producción agrícola que se aplican hoy en día, que ayudaron a alimentar a 4.500 millones más de personas en el planeta, se inventaron en la segunda mitad del siglo XX, durante lo que se ha denominado la "revolución verde". Lamentablemente, la productividad comenzó a estancarse en los últimos quince años.
No está claro que los avances en la genética conduzcan a encontrar plantas que produzcan aun mucho más. Además, estas variedades de alto rendimiento son extremadamente sensibles y sólo aportan su pleno potencial en condiciones óptimas de temperatura, humedad, cuidados y prácticas de cultivo.
Al mismo tiempo, la demanda social de alimentos más saludables, más variados, más naturales y conteniendo menos productos químicos aumenta progresivamente; también preocupa la ruptura de la confianza entre los consumidores urbanos y los productores rurales. Las alternativas actuales, como la agricultura biológica sin productos químicos, son ciertamente prometedoras, pero desafortunadamente aún muy lejos de ser suficientes.
En suma, el “cóctel tecnológico” actual no podrá probablemente alimentar adecuadamente a 9.000 millones de personas. Y mucho menos responder, además, a la mayoría de las atenciones que exige el desorden del mundo actual: almacenar el carbono, regenerar el agua y el aire, producir energía y materias primas industriales, mantener un campo acogedor, etc.
Una nueva agricultura ecológica intensiva
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Por lo tanto, necesitamos urgentemente una nueva revolución agronómica "doblemente verde" y una agricultura "ecológicamente intensiva", de base reducida, para lo que es necesario reemplazar rápidamente la mayor parte de los insumos artificiales por otros naturales. Hay que obligar a las plantas y animales a generar elementos potenciadores de los cultivos (hongos, lombrices, abejas, escarabajos, bacterias, etc.), que actualmente hemos confiado a la máquina y a la química.
El progreso esperado es grande, y para ello es necesario superar las divisiones actuales entre los que quieren producir mejor y los que quieren producir más, posiciones que, por desgracia, mantienen su oposición e incompatibilidad hasta hoy (casi todos los agricultores que se pasan a la agricultura ecológica producen menos). Lo que era una cuestión de calidad cuando, circunstancialmente, había demasiada producción en Europa, se convierte en un problema justo cuando la escasez comienza a enseñorear el mundo. Por otro lado, la agricultura llamada "productivista" realmente no ha podido crecer, lo mismo que la mayoría de las técnicas del siglo XX, más que merced a la privatización de la producción y a la socialización de sus efectos en términos de medio ambiente o de salud pública.
Dos grandes culturas intelectuales deben ahora encontrar la manera de trabajar juntas: la de los agrónomos, -cultura de la acción- y la de los ecologistas, -cultura de la observación-. Tenemos que comprender y actuar a la vez para encontrar las claves de la agroecología, que producirá al mismo tiempo más y mejor con menos. También hay que superar la brecha entre los investigadores y los agricultores para reconstruir una nueva búsqueda en el diálogo local entre teóricos y prácticos, puesto que no se trata de inventar una agricultura, sino decenas de miles (una por municipio o por cuenca hidrográfica), todas ellas adaptadas a las condiciones locales. En suma, una triple alianza entre las ciencias agronómicas, sociales y ecológicas.
Entre las posibilidades a contemplar, todas aquellas que mejoren la fertilidad natural del suelo, lo que va mucho más allá de la vuelta a los arados cada vez más agresivos; incluso es probable que vayamos a arar menos la tierra, ya que esta técnica no es realmente apropiada para el siglo XXI (consume mucha energía, expone las lombrices de tierra a la voracidad de los pájaros, apelmaza el suelo, favorece la erosión y el volteado de las rocas hacia la superficie, expone los restos de fertilizantes a los vientos del otoño y los transforma en las emisiones de gases de efecto invernadero, etc.)
Otra idea es que ya no podemos permitirnos el lujo de desperdiciar los rayos de sol que llegan a una tierra desnuda; debemos capturar todos mediante hojas de plantas que los utilicen para almacenar carbono a través de la fotosíntesis; ya se han conseguido dos cosechas por año en los países tropicales, es imperativo tratar de conseguir dos también en países de clima templado: una de invierno para abonar la tierra con las plantas que fijan, especialmente, el carbono y el nitrógeno, permitiendo así ahorrar fertilizantes, y otra de verano para alimentar a la gente. O por el contrario, el trigo para alimentar a los hombres en invierno y, a continuación una leguminosa para fijar el nitrógeno (ahorro de petróleo) y capturar carbono.
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Otra línea a seguir es la exploración sistemática de todas las asociaciones de diferentes especies y variedades en el mismo campo para alimentar y proteger a las plantas de una manera más natural; aquí podemos citar los sistemas agroforestales que combinan ciertas especies de árboles permanentes con cultivos anuales. La idea es combinar de manera óptima las funciones específicas de ciertas plantas: bombeo de nutrientes, fijación de nitrógeno, repulsión de insectos, resistencia a enfermedades, apoyo a todo lo que ayude a los cultivos, resistencia al viento, conservación de la humedad , enriquecimiento del suelo, etc.
Todo lo que sirva para ahorrar agua y para utilizarla al máximo y durante todo el año será bienvenido, así como las técnicas indispensables de drenaje: trabajos y cubiertas del suelo, técnicas de infiltración, captura y almacenamiento de agua, uso de variedades que requieran menos agua, etc.
También será necesario hacer progresos decisivos en el control menos agresivo de enfermedades y plagas. Las técnicas de control biológico se han abandonado en gran medida a favor de las técnicas de control químico; es el momento de invertir las prioridades. El programa es duro; se trata de un esfuerzo deliberado y sostenido comparable a lo que hicieron los americanos y los rusos para ganar la carrera a la Luna.
Pero también hay que cambiar la mentalidad y no buscar una única solución válida para todos, sino un abanico de soluciones, cada una con un valor exclusivamente micro-local, a escala de una aldea o incluso de un valle! Una agricultura ultra-diversificada, localizada, y de gran intensidad o ingenio local.
Progresos posibles gracias a la mejora genética
El reto que se nos viene encima para alimentar a la humanidad en el siglo XXI es tan serio e importante que parece una locura privarnos de uno de los avances más importantes del siglo XX: el dominio más completo de la genética. Esta ciencia es tan antigua como la humanidad; se basa en la sabiduría popular: "La buena sangre no engaña" La actividad humana ha conducido por selecciones sucesivas a mejorar significativamente las variedades de plantas y las razas de animales. El umbral del siglo XXI nos permite comprender estos fenómenos merced al desciframiento del genoma. Ya no se trata de saber si tal variedad de planta o tal raza de animal es más productiva, sino que empezamos a saber por qué. Es tentador, pues, seleccionar sólo los individuos que poseen el gen de interés por sus cualidades intrínsecas, o transferir este gen a un conjunto de individuos para obtener un grupo homogéneo con la característica deseada. Estamos en el comienzo mismo de esta ciencia y los primeros OGM del principio, en el siglo XX, harán sonreír dentro de 50 años, cuando habrá millares de ellos utilizados regularmente.
Creer que algunos genes salvarán a la humanidad parece simplista en un momento en que todo se hará más complejo, más diverso, más adaptado a las condiciones ecológicas locales. Pero creer que se puede prescindir de todo un conocimiento científico para alimentar a 9 mil millones de personas en 2050 parece una creencia angelical. Si encontramos plantas que crecen con menos agua, porque,
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como las que logran crecer en el desierto, cierran sus estomas y dejan de transpirar cuando hace mucho calor, esto puede representar un gran avance para la humanidad, especialmente en este período de calentamiento global. Lo mismo se puede decir si aumenta la resistencia de algunas plantas al frío, al calor, a la altitud, a la sal, al agua estancada, o a la pudrición. O si se encuentran plantas más ricas en proteínas, vitaminas, antioxidantes, ácidos grasos omega 3, aminoácidos, etc., o que contengan menos elementos alérgenos o difíciles de digerir. O plantas que proporcionan energía barata para nuestros coches, etc.… los ámbitos de investigación son innumerables.
Así vemos que las aplicaciones de los primeros OGM puestos en el mercado -resistencia a un herbicida y repulsión de ciertos insectos- serán sin duda alguna marginales en 2050, por no hablar de que se trata de OGMs destructivos (sirven para matar insectos o malas hierbas) y, por lo tanto, llevan asociada una carga emocional para quienes los comen. La mayoría de los descubrimientos futuros deberán basarse en progresos percibidos como positivos por los agricultores y los consumidores"; serán los “OGM de la vida".
Desanimarse por el carácter imperfecto de los primeros OGM, y por el ambiente social, jurídico y económico impuesto por la primera empresa que comenzó esta actividad parece caprichoso. De la misma manera que la informática comenzó su andadura a partir de un modelo más o menos militarista e intervencionista que tuvo como principal representante a una gran empresa americana (IBM primero y Microsoft después) antes de que explotase el modelo, la investigación sobre los OGM ha estado marcada por las condiciones de su despegue promovido por una gran empresa privada de EE.UU. (Monsanto) a la que el gobierno americano le permitió todo: permisividad jurídica con la privatización de los seres vivos y homologación de resultados sobre la base de pruebas no independientes y no contradictorias, protección de la Justicia en contra de cualquier sugerencia independiente de los agricultores, e incluso ojos cerrados para no ver las primeras pifias…, etc. Los estadounidenses continúan aceptando el modelo que se había planteado desde hace décadas con el lema: "Lo que es bueno para General Motors es bueno para los EE.UU." (y, en consecuencia, para el resto del mundo) y que acaban de reemplazar a General Motors, un poco pasada de moda, por Monsanto, más moderna!
El otro gran país agrícola mundial, China, también ha emprendido esta búsqueda de conocimiento, con sus propios valores y prácticas jurídicas, sociales y económicas, amparadas por el "partido comunista", sin transparencia igualmente.
Europa tiene algo que decir sobre este asunto, diferente a lo que dicen los EE.UU. y China; Europa tiene sus propios valores, prioridades, su propia manera de hacer las cosas, y su entorno jurídico-socio-económico y es hora de que lo haga, en lugar de simplemente reaccionar a la acción de los demás. En particular, con el lanzamiento de grandes programas de investigación públicos o financiados con fondos públicos sobre la base de prioridades democráticamente debatidas, con su propio equilibrio entre la innovación y la precaución, y con una política diferente a la privatización de lo vivo...
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Una organización más eficaz de la agricultura y la alimentación
No es suficiente con producir, se necesita una buena organización para que los alimentos producidos en todo el mundo lleguen con regularidad y a un precio aceptable a todos los consumidores, dondequiera que vivan. Históricamente, la mayoría de los grandes países han intervenido para regular el mercado de alimentos, por lo menos en las grandes ciudades, para compensar la aleatoriedad de la producción debida al mal tiempo o a las circunstancias sanitarias (el precio del pan en París ha sido fijado por el Gobierno desde 1268... hasta 1986)
A primera vista, es mediante el desarrollo de las zonas rurales y de la agricultura como se puede conseguir de la mejor manera el suministro regular de alimentos a las ciudades. Pero a finales del siglo XX, cuando los precios del transporte descendieron fuertemente, debido a la proximidad de la mayoría de las principales capitales y ciudades a las vías de comunicación terrestres o a los puertos, y, dada la constante aleatoriedad de las cosechas, muchos dirigentes políticos vieron más fácil acudir al mercado mundial, que a menudo es mucho más barato que el mercado local, tanto más cuanto que, de este modo, ahorran recursos públicos o privados. Tratan, así, de favorecer a las ciudades (y a sí mismos), haciendo desesperar a la gente del campo.
La crisis mundial de la agricultura y la energía de 2007-2008, seguida del colapso financiero mundial en el otoño de 2008, obligan a reconsiderar una serie de creencias bien asentadas.
Anteriormente, el liberalismo triunfó en todas partes, en diversos grados pero de manera tanto más excluyente cuanto su principal oponente del siglo XX -el comunismo- se derrumbó. En la agricultura, se vio claramente la filosofía liberal triunfante, sobre todo en los principales países exportadores del Sur, como Brasil y Australia, recogida en un sencillo principio: abrir fronteras, eliminar subvenciones a la agricultura y permitir que el comercio mundial regule el problema del abastecimiento.
Se ha producido, así, una transferencia de responsabilidad de la organización de la agricultura mundial (la FAO) a la Organización Mundial del Comercio (OMC). La teoría subyacente es que lo que había funcionado bien en la industria (la privatización, la liberalización del comercio y la especialización de cada país en lo que tiene la mayor ventaja comparativa) también debería beneficiar a la agricultura.
Cada vez que un país ha tenido dificultades para pagar su deuda, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial han impuesto a ese Estado una condición para ayudarlo: cese de las subvenciones a la agricultura de subsistencia, cara y que "no aporta nada"; sólo se aceptaron las ayudas dirigidas hacia las producciones tropicales exportables y que no competían con las producciones del Norte (café, cacao, maní, algodón, etc.), que debían permitir obtener divisas y, así, pagar las deudas.
La mayoría de los gobiernos acogieron favorablemente estos consejos (no se olvide que, en general, estos gobiernos se componen de ciudadanos urbanos, provenientes del mundo del comercio y no de la agricultura, lo que les predispone intelectual y materialmente a favorecer al primero frente a la segunda)
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Este ciclo ha durado varias décadas. Continuaba habiendo hambre en el planeta, pero sobre todo en el campo (había tantas personas desnutridas en 2007 como un siglo antes, en 1900, o sea, 850 millones, pero vivían discretamente en el campo y se convirtieron en minoritarias a escala mundial). Toda la población de los países ricos, así como la mayoría de las personas de las principales ciudades del Tercer Mundo se alimentaba sin problemas (en parte debido a los excedentes vendidos a bajo precio por los agricultores excedentarios)
Todo el mundo ha podido comprobar desde el verano de 2007 que, finalmente, este problema del abastecimiento a las grandes ciudades no estaba resuelto. En lo sucesivo cada vez menos gente sostiene la idea de que las fronteras no han sido lo bastante abiertas, o las subvenciones a la agricultura no han sido lo bastante aminoradas o que los Estados y las organizaciones internacionales han sido demasiado intervencionistas.
El equilibrio liberal era en realidad muy frágil, porque se basaba en la capacidad de un determinado número de países de generar excedentes sostenidos y en la posibilidad de transportar enormes tonelaje de productos perecederos por todo el mundo de una manera segura y a bajo precio. En consecuencia, alimentar a las ciudades de esta manera provoca indirectamente el crecimiento de los bidonvilles, a los que llegan los agricultores obligados a abandonar sus tierras, -de hecho, ya no pueden darles de comer en ausencia de una política agrícola que les dé tiempo y medios de mejorar la productividad de sus explotaciones, a la vez que les proteja de la competencia desigual de los excedentes de los países agrícolas más eficaces-.
Gabón importa el 86% de sus cereales y Argelia el 82%. ¿Volverán a regenerar una agricultura cuando no tengan más petróleo para pagar? ¿Y qué pensar acerca de la situación de los países con recursos muy limitados, tales como Haití, que importa el 70% de sus cereales, Senegal (61%) y Colombia (56%)?
Senegal, por ejemplo, dejó caer la producción de cereales un 20% entre 1995 y 2002, mientras que sus importaciones de cereales aumentaron un 68%, haciendo, entre otras, compras baratas de arroz picado tailandés, lo que arruina a sus productores de arroz de la región del río Senegal, que no gozan del mismo clima o condiciones de producción (resultado: en 2005, la producción nacional llegó a 200.000 toneladas, frente a 900.000 importadas). También importa trigo -fuertemente subsidiado- de la UE y los EE.UU. Los senegaleses, por lo tanto, han cambiado sus hábitos alimentarios y consumen más cantidad de pan y de otros productos alimenticios derivados del trigo, mientras que su clima nunca les permitirá producirlo de manera significativa. La dependencia de países extranjeros es cada vez mayor en un país cuya vocación industrial, que permitiría generar sosteniblemente divisas para importar algunos de sus alimentos, parece sólo una hipótesis.
Méjico, que firmó el acuerdo de libre comercio con los Estados Unidos y Canadá, se ha beneficiado de un importante desarrollo de la industria de montaje (fábricas llamadas "maquiladoras"). Este país, él solo, exporta más que todos los
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demás países de América Latina, hasta un 89%, a los Estados Unidos. El comercio entre estos dos países sólo representa el 10% de todo el comercio internacional en el mundo. Pero en el rubro de la agricultura, las cosas fueron muy diferentes. La productividad del trabajo agrícola es 18 veces mayor en los EE.UU., las condiciones del clima y de los suelos son mucho más favorables y los rendimientos medios del maíz son cuatro veces más altos; eso, sin contar con que la agricultura mejicana recibe la mitad de subsidios que la estadounidense (en 2000, el sector del maíz de los EE.UU. recibió 10 mil millones dólares, diez veces más que el total del presupuesto agrícola de Méjico). En total, Méjico compra el 30% del maíz a su vecino. Cuando, a principios de 2007, los EE.UU. decidieron dedicar sus excedentes de maíz a producir etanol para sus vehículos en lugar de exportarlo, el precio de las “tortitas”, -el pan de maíz, base de la dieta mejicana-, aumentó un 50% y el nivel de vida de los trabajadores mejicanos cayó de golpe un 18%.
Además, el comercio internacional de productos alimenticios afecta sólo al 15% de la producción mundial y a menos del 10% de los intercambios de todo tipo de mercancías del mundo. En caso de problemas, los países exportadores empiezan por preservar su producción para ellos, porque el primer mercado, para la mayoría de ellos, continúa siendo el interior, por lo que sólo sacrifican la parte que exportan.
¿Qué debería hacerse para poner fin a la crisis?
Probablemente volver a las soluciones del decenio de 1980, es decir, la situación anterior a la ola liberal, conservando lo que funcionaba mejor entonces. No se excluye que deberíamos ir directamente en sentido contrario de lo que se defendía hasta hace poco, es decir, cerrar las fronteras y subsidiar a los agricultores.
Las grandes agriculturas del mundo (China, Estados Unidos, Europa...) se desarrollaron al amparo de fronteras protegidas y merced a políticas públicas de apoyo a la modernización de la producción agrícola y la regulación del mercado. Por otra parte, en la crisis de 2008, los países que apoyaron a sus sectores agrícolas han sido capaces de alimentar a su población. Así que dejemos de charlar sobre el cese de las ayudas a la agricultura y generalicémoslas (teniendo cuidado, sin embargo, de distribuirlas bien); reintroduzcamos en cada caso y en todas las latitudes políticas agrarias adaptadas a las condiciones locales.
Los enormes desafíos de hoy no debe llevarnos a reducir, por falta de recursos, las inversiones en la agricultura mundial. Muy al contrario, no hay nada más urgente que reorientar las prioridades de los diferentes gobiernos en favor de un fuerte apoyo a la agricultura, a los agricultores y a la investigación en esta campo.
Debemos estar dispuestos a volver a cerrar algunas fronteras para que cada gran región del mundo pueda alimentarse a sí misma, sobre la base de productos regionales, con cierta seguridad. Por lo tanto, debe ponerse en marcha un plan muy ambicioso para apoyar el resurgimiento de la agricultura de subsistencia, en particular la de África, y para proteger a esta agricultura contra la violencia de la competencia directa con el mundo exterior.
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Sería el equivalente en términos financieros de un nuevo "Plan Marshall"1
, consistente, por tanto, en la inversión de decenas de miles de millones de dólares, con la salvedad de que no se trata de imponer desde fuera el modelo de América del Norte o de Europa, a partir de la mecanización y de la artificialización y de poca mano de obra, que todo el mundo ha podido comprobar que no es válido, sino de apoyar el surgimiento de modelos locales.
Recordemos, por si hubiera dudas, que la agricultura está en el corazón de los grandes problemas del siglo XXI: es la agricultura la que debe cargar con la enorme responsabilidad de alimentar a toda la población mundial en las mejores condiciones posibles (garantizando sus necesidades inmediatas y su salud a largo plazo), al tiempo que proporciona empleo y sustento a miles de millones de campesinos. Pero también tiene la misión de fijar el exceso de carbono de la atmósfera, de regenerar el oxígeno, de preservar la calidad del agua, la biodiversidad y los paisajes acogedores, que deben ser protegidos contra las construcciones urbanas a cualquier precio. Para ello, se necesita una reorientación en la política de investigación, para inventar lo más rápidamente posible una nueva agricultura de alta intensidad ambiental y para desarrollar los genes que simplifiquen la tarea. Al mismo tiempo, se impone una nueva organización de la agricultura, sobre la base de un fuerte apoyo a los agricultores en las grandes regiones geo-ecológicas y económicas, relativamente protegidas de la competencia exterior.
Si, falta de apoyo fuerte y eficaz del resto de la sociedad, fracasara, las crisis y la escasez venideras serían terribles para una parte cada vez mayor de los 7 mil millones de seres humanos que habitarán en la tierra en 2011 (9 mil millones en 2050). De crisis en crisis, la última palabra podrían tenerla los regímenes autoritarios, que intentarían resolver muchos de estos problemas por las armas.
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Citación
Bruno Parmentier, “¿Cómo alimentar a 9 mil millones de personas?,” Repositorio HISREDUC, consulta 26 de diciembre de 2024, http://repositorio.historiarecienteenlaeducacion.com/items/show/4285.